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– La correa fue encontrada junto al cuerpo de Cryer, no debajo de él -dijo Simon, sorprendido de tener que decir un hecho tan básico a Sellers, quien había trabajado en el caso. ¿Nadie del equipo se había percatado de este detalle crucial? ¿Qué mierda tenían en la cabeza?-. Simplemente no tiene sentido. Es casi como si la correa hubiera sido cortada y abandonada junto al cuerpo para atraer la atención sobre el bolso perdido. Para que la puñalada pareciera un asalto que fue demasiado lejos.

Proust parecía preocupado.

– Sargento, quiero que revise con lupa todo esto otra vez. Váyase y visite a Beer, vea qué tiene que decir la pequeña rata de alcantarilla. Todo esto saldrá en los diarios de mañana en todo caso, según nuestra oficina de prensa. Un tipejo ha comenzado a entender la conexión entre los nombres Cryer y Fancourt. Si no se nos encuentra revisando el caso Cryer otra vez, nos acusarán de negligencia, sin mencionar la estupidez categórica. ¡Y tendrán razón!

Así que ese era el motivo por el que el inspector había cambiado de idea: la amenaza de censura de los periódicos.

Nada de lo que Simon había dicho. Podía ser jodidamente invisible, pensó.

Proust miró detenidamente a Charlie.

– Todas las reservas de Waterhouse me parecen válidas. Ya debería estar trabajando en esto.

Charlie se sonrojó y miró al suelo. Simon sabía que no superaría esto rápidamente. Nadie habló. Simon esperó a que Proust suavizara el golpe, para decir:

– Es solo una formalidad, por supuesto. Como la sargento Zailer señala correctamente, Beer es tan culpable como el infierno.

Pero Proust no era así. Todo lo que dijo fue:

– Sargento Zailer, ¿la puedo ver en mi oficina, por favor? Ahora.

Charlie no tenía más opciones que seguirlo a su cubículo. Simon se sintió irracionalmente culpable, como un colaboracionista. Pero que se joda. Todo lo que había hecho había sido suministrar un pedazo de racionalidad a los procedimientos. Charlie parecía estar decidida a mostrarse espesa. ¿Lo estaba haciendo para molestarlo? Sellers le dió un codazo en las costillas a Simon.

– Esta vez hará falta una buena mamada para que la Sarge salga sin problemas -dijo.

Capítulo 19

Lunes , 29 de septiembre de 2003

Todavía peor después de haber visto a Simon, aparco el coche y me preparo para, una vez más, entrar en la casa grande, fría y blanca que se supone que es mi casa. Veo a Vivienne mirándome desde la ventana de la habitación de Florence. No se retira cuando me ve elevar la mirada hacia ella. Tampoco saluda o sonríe. Sus ojos son como dos dispositivos de seguimiento perfectamente diseñados siguiendo mi progreso a lo largo del paseo.

Cuando abro la puerta, está ya en el vestíbulo y no entiendo cómo pudo haber llegado allí tan rápidamente. Vivienne consigue estar en todas partes, sin embargo, nunca la he visto dándose prisa o esforzándose. David está detrás de ella, observando ávidamente. Ni siquiera me mira cuando entro. Lame su labio inferior nerviosamente, esperando a que su madre hable.

– ¿Dónde está La Pequeña? – pregunto. No escucho ruidos de bebé, solo el silencio que vibra por toda la casa. Un silencio hueco, aterrador.

– ¿Dónde está? -Hay pánico en mi voz.

Ninguna respuesta.

– ¿Qué han hecho con ella?

– Alice, ¿dónde has estado? -dice Vivienne-. Pensaba que tú y yo no teníamos secretos entre nosotras. Yo confiaba en ti, y creí que tú confiabas en mí.

– ¿De qué estás hablando?

– Me has mentido. Dijiste que ibas a la ciudad para hacer compras.

– No encontré nada de lo que quería. -Mi mentira era patética, ine doy cuenta. Como si pudiera pensar en hacer compras en mi actual estado de turbación. Vivienne debe de haber captado mi mentira desde el comienzo.

– Has ido a la comisaría, ¿no es cierto? Ese policía ha telefoneado, el detective Waterhouse. ¿Es verdad que le has dicho que lu teléfono móvil ha sido robado? -Pone un acento de disgusto en esta última palabra.

– Iba a ir de compras -dije, pensando rápido-, pero después mi teléfono no estaba en mi bolso…

– El Detective Waterhouse dijo que estabas histérica. Estaba sumamente preocupado por ti. Yo también.

El desafío aumenta en mí como una fuente.

– ¡Mi teléfono estaba en mi bolso esta mañana y yo sé que no lo he sacado de allí! Uno de vosotros debe haberlo hecho. ¡No tenéis derecho a coger mis cosas sin permiso! ¡Sé que vosotros dos creéis que estoy mal de la cabeza, y también Simon, pero hasta la gente enferma tiene derecho a que no le roben sus objetos privados!

– Simon -murmura David bajo su aliento. Su única contribución.

– Alice, ¿te das cuenta lo irracional que pareces? -dice Vivienne amablemente-. Tú extravías un objeto, e inmediatamente piensas en involucrar a la policía. He encontrado tu teléfono en tu habitación, justo después de que salieras. Nadie se lo llevó a ningún sitio.

– ¿Dónde está La Pequeña? -pregunto de nuevo.

– Una cosa a la vez. -Vivienne nunca ha creído en los altibajos naturales de un diálogo. Cuando era niña, uno de sus pasatiempos era preparar una agenda escrita para todas las cenas de familia. Vivienne, su madre y su padre se turnarían para dar su «informe diario», como Vivienne lo llamaba. Su turno siempre era el primero, y también llevaba los minutos, en un cuaderno.

– Bien, entonces. ¿Dónde está mi teléfono? ¿Me lo podéis dar? ¡Dádmelo!

Vivienne suspira.

– Alice, ¿qué te sucede? Lo he dejado en la cocina. El bebé está durmiendo. No hay ninguna conspiración contra ti. David y yo estamos muy preocupados por ti. ¿Por qué nos has mentido? -Cualquier observador imparcial vería a una amable mujer de mediana edad que intenta en vano razonar con una maníaca desaliñada y temblorosa con un vestido verde que no le queda bien.

El agotamiento araña mi cerebro. Mis párpados están arenosos y me duelen los tendones de mis manos, como siempre que se me priva de sueño. No quiero hablar más. Dejo atrás a Vivienne y corro escaleras arriba.

Cuando llego a la habitación abro la puerta, más violentamente de lo que pretendía. Golpea contra la pared. Escucho pasos subiendo las escaleras detrás de mí. La Pequeña no está en la cuna. Doy vueltas, esperando verla en el moisés o su sillita, pero no está en la habitación.

Me giro para salir, pero cuando me desplazo hacia la puerta, la cierran desde fuera. La llave gira en la cerradura.

– ¿Dónde está? -grito-, ¡Habéis dicho que estaba durmiendo! ¡Por lo menos dejadme verla, por favor!- Oigo que mis palabras chocan una contra otra. Estoy fuera de control.

¿Alice? -Vivienne está en el rellano, una voz sin cuerpo-. Por favor intenta tranquilizarte. El bebé está durmiendo en el salón pequeño. Está perfectamente bien. Te estás comportando como una maníaca, Alice. No puedo permitir que te comportes violentamente por la casa. Estoy preocupada por lo que podrías hacerte a ti misma y al bebé.

Me hundo entre mis rodillas y apoyo mi cabeza contra la puerta.

– Déjame salir -gimo, sabiendo que es inútil. La imagen de Laura aparece en mi mente. Si me viera ahora reiría y reiría.

Me enrollo como una pelota y lloro, no me molesto en limpiar mis lágrimas. Sollozo hasta que la parte superior del horrible vestido verde está empapada. Se me ocurre que éste es el que estaba usando la única vez que vi a Laura, y en esa ocasión también lloré hasta que los ojos se me hincharon, después de que Laura se hubiese ido y me diese cuenta de que se había burlado de mí. Quizás por eso odio tanto el vestido.

Era cuando todavía trabajaba en Londres, antes de que me instalara con David. Laura concertó una cita conmigo usando un alias, Maggie Royle. Más tarde descubrí que ese era el nombre de su madre antes de que se casara con Roger Cryer. Conocí a los padres de Laura en el funeral, yo era ingenua y lo bastante presuntuosa como para sentirme despreciada cuando eran cortantes conmigo.