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– ¿Arsénico? -Laura elevó sus dos arcos delgados de cejas inmaculadamente depiladas-. Encantador.

– Lo que sucede es que cuanto más diluido está, tanto más fuerte se vuelve el efecto. Sé que parece improbable, pero los expertos solo están ahora empezando a entender exactamente cómo funciona la homeopatía. Es algo relacionado con la sustancia original que estampa su estructura molecular en el agua. Tiene que ver más con la física cuántica que con la química.

– ¿No es eso una sarta de gilipolleces? -dijo Laura, como si estuviera haciendo una pregunta que estaría segura que me cautivaría, más que siendo sencillamente grosera-. ¿No es cierto que lo que está pasando realmente aquí esta mañana es que voy a entregar mi dinero duramente ganado a cambio de una botella de agua?

– Maggie… -Estuve a punto de decir algo sobre su hostilidad, que me hacía pensar que podría hacer imposible que yo la tratara eficazmente.

– Ese no es mi nombre. -Sonrió con calma, cruzando los brazos.

– ¿Perdón? Ni siquiera entonces adiviné su verdadera identidad.

– No soy Maggie Royle.

– ¿Es usted periodista? -pregunté, temiendo haber sido engañada por uno de los tabloides. Nunca pierden una oportunidad de atacar a la industria de la salud alternativa.

– Ya le dije, soy una científica. La pregunta es, ¿qué es usted? ¿Realmente cree en la mierda que usted vende, o secretamente se está riendo de todos los pobres gilipollas que explota? Debe ser una pequeña rica. Debe estar inflada. Continúe, dígame. Prometo que no se lo diré a nadie. ¿Es una charlatana?

Me levanté.

– Temo que voy a tener que pedirle que se vaya -dije, señalando la puerta.

– ¿No hay consejos para mí, entonces? ¿Sobre cómo reconciliarme con el hecho de que una repentina atracción sexual por David jodiera mi vida?

¿David? Me oí decir. No era el nombre el que me puso en guardia. No es un nombre inusual. Era la forma en la que Laura lo decía. Como si yo lo conociera.

– No se case con él, Alice. Sálvese mientras todavía puede. Y por el amor de Dios, no tenga niños con él.

Mis ojos se abrieron con horror. Me sentí mareada. Mi cómodo pequeño mundo se sacudía.

– Usted no es una charlatana, ¿no? -Laura suspiró cansadamente-. Sólo una idiota. Buenas noticias para David, muy malas noticias para usted.

El confrontamiento cara a cara no es fácil para mí, pero estaba determinada a demostrar mi fidelidad.

– Salga. Me ha mentido y sacado provecho de mi buena disposición…

– Y veo que es fácil. Le aseguro que, la maniobra que le he jugado no es nada comparado con lo que David y esa criatura de madre que él tiene le harán.

– David me ama. También Vivienne -le dije, torciendo mi diamante y mi anillo de compromiso de rubí en mi dedo, aquel que había pertenecido a la madre de Vivienne. Cuando Vivienne me lo dio me emocioné tanto que rompí a llorar. No había querido dárselo a Laura, decía. Pero quería dármelo a mí-. Lo siento por usted. Ni siquiera reconozco su imagen de ellos…

– Dele tiempo al tiempo. -Rió con desdén-. La reconocerá. -Las dos estábamos de pie ahora, enfrentándonos.

– Usted los presenta como caricaturas de un melodrama Victoriano. ¿Qué le han hecho David y Vivienne para merecer la forma en que los está tratando, manteniendo a Felix lejos de ellos? Vivienne sería una abuela maravillosa y usted está decidida a no permitírselo. ¿Es justo para Felix?

– ¡No te atrevas a mencionar el nombre de mi hijo! -La cara de Laura se torció con rabia.

– Tal vez es eso lo que la asusta, que ella podría estar cerca de su propio hijo que usted.

Aunque este episodio con Laura fue horrible, recuerdo haber pensado que estaba contenta por la oportunidad de defender a Vivienne contra su detractor principal. Ella me había defendido cuando uno de mis pacientes me acusaba, en una carta, de darle falsas esperanzas de recuperación. Vivienne elaboró una respuesta que demolía su caso, pieza por pieza, en un lenguaje que era tanto cortés como mortal. El paciente me había escrito otra vez algunas semanas después, disculpándose francamente.

– Vivienne, por casualidad, ¿te sugirió esa idea? -Laura se burló-. Déjame que lo adivine: me estoy perdiendo ser una madre correcta y forjar un lazo profundo con mi hijo Felix porque no he dejado mi trabajo, y no puedo soportar la idea de que alguien más pueda estar llenando el espacio vacío que yo he dejado en su vida.

«Staphisagria», pensé: el remedio perfecto para alguien tan amargado como esta mujer claramente desdichada y engañada.

– ¿Usted realmente cree que David y Vivienne son esos monstruos? ¿Es decir, por qué? ¿Han asesinado a alguien, torturado a alguien? ¿Cometieron genocidio?

– Alice, despierta. -Laura de hecho me cogió por los hombros y me sacudió. Sentí como mi rostro temblaba de furia porque me había tocado sin permiso-. No hay ningún David. La persona que conoces como David Fancourt no es un ser humano, es la marioneta de Vivienne. Si Vivienne dice no hay que hacer ejercicio durante el embarazo, David acepta. Vivienne dice que una educación en colegio público es imposible, David acepta. Su personalidad consiste en algunos instintos formados a media, obligaciones y miedos que giran alrededor en un gran vacío.

Abrí la puerta de mi oficina, apoyándome en ella.

– Por favor váyase -dije, asustada por la radicalidad de su descripción. No le creía, pero tampoco podía apartar sus palabras de mi mente.

– Lo haré. -Suspiró, se enderezó su chaqueta y salió. Sus tacones cuadrados dejaron surcos en la alfombra de mi oficina-. Solo que, cuando sea demasiado tarde, no vengas llorando a buscarme.

Esa fue la última cosa que dijo, la primera y la última vez que la vi viva.

Después de que muriera, bastante tiempo después, empecé a tener sueños en los cuales veía su tumba. Las palabras «No vengas llorando a buscarme» eran cinceladas en la cuadrada piedra gris-verde. Pero, en mis sueños, todas las noches, la gente iba a llorarle. Amigos, familia, compañeros; la gran muchedumbre densa y enfurecida de llorones iba al cementerio todos los días, y lloraban y lloraban hasta que sus caras se hinchaban. No yo, sin embargo. Nunca iba y no lloraba. Era la única que obedecía.

Capítulo 20

6/10/03, 09.45 horas

Charlie cerró la puerta de la oficina de Proust, la sangre rugía en sus oídos. Estaba tan enfadada, no podía no hablar En cambio, contaba hasta diez muy de prisa, una y otra vez, y se decía lo que siempre hacía en momentos como éste, que no parecería siempre tan malo como ahora.

– Siéntese, Sargento -dijo Proust cansadamente. No quiero hacer una escena de esto, así iré directo al grano. Está dejando que sus sentimientos afecten a su trabajo. Quiero que pare.

Charlie miró el alfiler de la corbata del inspector. No se sentó. Lo que Proust describió como sus sentimientos personales eran, en este momento, una artillería de candentes impulsos mortales, cada uno más letal y explosivo que el siguiente. Se sentía exactamente como después de la fiesta de cumpleaños de Sellers el año pasado: aturdimiento puro y distorsión en su mente de la incredulidad por lo que Simon le había hecho. Sin embargo otra vez la había herido, traicionado y humillado públicamente. No le hubiera costado nada -absolutamente nada- decirle primero en privado lo que recientemente le había dicho a Proust y al resto del equipo. En cambio, había pasado por encima de su cabeza, la dejó ahí, de pie, embobada como un pez de colores aturdido mientras él salía con sus teorías impresionantes.

– Señor, usted supervisó el trabajo de mi equipo en el caso de Laura Cryer. Sabe tan bien como yo que lo hizo Darryl Beer. -Charlie paró para respirar. Era importante parecer tranquila, segura. Quería que Proust entendiera que no le estaba suplicando sino meramente recordándole ciertos hechos históricos-. Él lo admitió.