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– Y probablemente es culpable, -suspiró Proust-. Con mayor razón para que lo revisemos el doble. Waterhouse ha dado buenos motivos. El asunto con la correa del bolso, especialmente, me parece una discrepancia que requiere una consideración detallada.

Charlie nunca se había sentido más tonta. Por supuesto que el asunto de la correa del bolso era peculiar. Estaba furiosa con ella misma por no haber pensado en ello en aquel momento. Se suponía que era buena en su trabajo. No simplemente buena- excelente. Ese era su punto fuerte, la compensación de su ego por una vida personal a menudo insatisfactoria. No podría aguantar la perspectiva de perder su única fuente de orgullo.

– Sargento, estuve satisfecho en su momento y todavía lo estoy, de que usted y su equipo hicieron todo correctamente -dijo Proust-, Como usted dice, supervisé el caso yo mismo y tampoco se me ocurrió pensar en eso. Estaban las pruebas de ADN, el reconocimiento de culpa, la falta de una coartada sólida, el carácter y el historial de Darryl Beer.

– Ya sé todo eso, ¿de acuerdo? -Charlie asintió, sintiéndose peor que antes. Proust estaba siendo bueno con ella. Por primera vez en todos los años que había trabajado para él, había lástima en su voz, que hacía esta entrevista más mortificante-. Pero ahora que la familia llama de nuevo nuestra atención y Waterhouse ha levantado unas cuantas… dudas, digamos, necesitamos empezar de cero, revisar otra vez cada documento, todas las coartadas, incluso más a fondo esta vez. Según Waterhouse, antes de que Alice Fancourt desapareciera parecía sospechar y temer a su marido. Creía que sabía que su hija había sido cambiada por otro bebé y estaba mintiendo deliberadamente sobre ello.

– Pero, señor, usted estuvo de acuerdo conmigo en que la historia sobre el bebé era una chorrada. Aceptó que deberíamos cerrarlo. -Charlie estaba avergonzada del tono llorón de su voz, pero estaba empezando a perder la poca serenidad que había reunido. Y si Proust se refería a Simon otra vez como si fuera una especie de oráculo, temió no soportarlo.

El inspector se sentó en su escritorio y apretó las puntas de sus dedos juntos. -Pensándolo bien, creo que pude haber cometido un error -dijo, probando humildad por primera vez a la edad de cincuenta y ocho años-. Dado que ya conocíamos la relación de la familia de Fancourt con un crimen grave, deberíamos probablemente haber tomado la historia del bebé intercambiada un poco más seriamente. Podríamos haber hecho una prueba de ADN…

– Sí, podíamos -Charlie interrumpió con enfado-, ¡y el laboratorio habría tomado semanas para devolvernos los resultados, en cuyo tiempo Vivienne Fancourt habría preparado de todos modos una prueba! Eso era lo que usted decía.

Proust la miró.

– Sargento Zailer, su determinación de ser correcta en todo momento, a toda costa, es impropio, por no decir una cosa peor. Si yo admito que estaba equivocado, usted también debería hacerlo.

La moral de Charlie se desplomó aún más, directa a sus entrañas. Otro insulto para añadirse a la lista. Y esta era la primera, la primera vez que, había oído a Proust cuestionar su propio comportamiento o su juicio. No se habría sorprendido si el bastardo hubiera dicho deliberadamente eso de estar equivocado para hacerle una jugada, hacerla aparecer como la única persona verdaderamente intransigente en la habitación.

No podía entender por qué él estaba tan determinado a pensar lo peor de ella. Ella no era tenaz e irracional, tan solo estaba aterrorizada por resultar ser la idiota que la había cagado. Cuando pensó en algunas de las cosas que había dicho antes en la reunión de equipo, quería gemir y destrozar el suelo con sus puños. Proust tenía razón: se estaba perdiendo. Sus sentimientos hacia Simon lo estaban distorsionando todo. Charlie necesitaba estar sola, y pronto. El fuego de su rabia hacia Simon se estaba avivando, y eso podía hacerlo solamente en privado.

– Quiero que trate a David Fancourt como su sospechoso principal -dijo Proust-. Quiero que lo examine desde todos los ángulos, y quiero que suponga que es probablemente culpable de algo hasta que la duda más diminuta pruebe que no lo es. Lo que no quiero es esto: no quiero que sienta pena por él porque usted ha decidido que él está con una mujer loca que le ha hecho pasar un momento difícil y que ha secuestrado a su bebé. No quiero oírle contar a su equipo las «conclusiones» a las que ha llegado si no ha conseguido una prueba que respalde sus suposiciones si todavía quedan tantos interrogantes que para concluir cualquier cosa sería prematuro decir lo mínimo. ¿Está claro?

Charlie sacudió la cabeza afirmativamente. Nunca había llorado delante de Proust, ni de ningún otro oficial de policía. Si sucediera ahora, dimitiría. Era tan sencillo como eso.

– Dele los archivos del caso Laura Cryer a Waterhouse. Déjelo hablar con Beer y con cualquiera que él quiera o necesite. Y no lo tome de forma personal. Waterhouse no ha trabajado en el caso antes, mientras que usted, Sellers y Gibbs sí. Una perspectiva fresca y nada más. -Proust levantó sus cejas, tamborileando con sus dedos en su escritorio-.¿Bien?

– ¿Bien qué, señor?

– Sargento, no soy un idiota. Sé que está esperando que contraiga una enfermedad desagradable y que muera en agonía para poder bailar jubilosamente en mi tumba, pero le aseguro, su rabia está fuera de lugar. Estoy tratando de ayudarle a trabajar más eficientemente, eso es todo. Se lo está tomando todo demasiado personal en este momento. ¿Lo niega?

– Sí -dijo Charlie automáticamente. Era bastante difícil ser una mujer en su trabajo; no tenía ninguna intención de admitir una reacción emocional.

– Lo niega -Proust repitió incrédulamente.

Charlie sabía que había ido demasiado lejos.

– No. Quizás… -empezó, sintiendo arder su rostro. Era demasiado tarde. -Usted quiere que Alice Fancourt sea la malvada de la obra porque Waterhouse se ha vuelto un sentimentaloide. Desde que ha desaparecido él está en la luna con una apariencia con- lusa en su cara, como un adolescente de 13 años que lamenta el I in de un romance de verano. Parece que pasa horas simplemente mirando su foto en el tablero. Y usted está celosa, porque quiere meterse en sus calzoncillos. Ah, lamento si he ofendido su deli cada susceptibilidad. Todos vosotros pensáis que soy un abuelo hiera de sintonía en cuestión de asuntos personales, que he es- lado casado tanto tiempo que no recuerdo nada de esas cosas, |›ero sé tan bien lo que es eso como cualquiera. Oigo los mismos tumores que todos los demás oyen. Incluso un tonto puede ver que usted está corroída por la envidia. No considerará ninguna hipótesis en la cual Alice Fancourt no es otra cosa sino una fastidiosa histérica, una total y absoluta pérdida de tiempo. Y esto le impide ver los hechos como son.

– ¿Y sobre Simon? -Charlie estalló de nuevo-, ¿Está él siendo objetivo? Si cree que él influye en mí, debería hablar con él. Alice Fancourt es una santa en lo que a él se refiere. ¿Por qué no está aquí, quemándose sobre las brasas? Él es quien…

– ¡Basta! -gritó Proust. Charlie jadeó involuntariamente-. Esto no es digno de usted. O más bien, no debería serlo. Sé que Waterhouse está tan lejos de la perfección como Land's End lo está de John o'Groats, pero lo he estado vigilando de cerca y, ya que usted insiste en hacer comparaciones, tengo la impresión de que su juicio está mucho menos oscurecido que el suyo.

Charlie sintió como si hubiera sido golpeada por un fuerte ‹›1»jeto. «Eso es porque no sabe de su cartilla llena de mentiras», pensaba en ella, «o de las dos reuniones ilícitas que tuvo con Alice Fancourt que le habría costado indudablemente el trabajo a Simon si Charlie no hubiera volado a su rescate.» ¿Y qué diablos significa «escucho los mismos rumores que todos los demás»? I a sangre de Charlie se volvía plomo mientras se le ocurría queProust podría saber lo que había sucedido en la fiesta de Sellers. Había dado siempre por hecho que Simon no le había contado a nadie. Ahora no estaba tan segura.