– Eso es bueno -La Dra. Allen sonríe de forma tolerante-. Podrían no hacerle ningún bien, pero no le harán daño. «Cuánta condescendencia», pienso.
Le devuelvo el cuestionario terminado. Por un bono de cien puntos: ¿Alice está loca o no?
– Gracias -se entusiasma, como si le diera las joyas de la corona. Empieza a leer mis respuestas con gran concentración, respirando fuertemente sobre ellas como tratando de comprender mi problema impenetrable. Me recuerda a un caballo.
– ¿Qué sucede si el bebé está enfermo? -murmuro-. La Pequeña. ¿Y si está enferma?
Mi cabeza da vueltas con todo el miedo y la emoción de una idea nueva. «Quizás por eso alguien quería intercambiarla, por Florence, que está sana.» Recuerdo la prueba de Guthrie, la sangre que han tomado del talón de Florence. David bromeaba sobre que la prueba implicaba cantarles una selección de canciones de Woody Guthrie a los bebés recién nacidos y ver cuántas podían identificar. Los resultados de Florence estaban bien; no había nada malo en ella.
– Ella parece sana, pero… quizás… ¿Podría usted disponer que se hicieran algunas pruebas? ¿En el bebé? ¿En La Pequeña? -Empiezo a hiperventilar-, ¡Podría ser eso! -Aprieto mis manos juntas-. ¡Y si esa es la razón por la que Mandy intercambió a los bebés, o por la que alguien lo hizo, significa que Florence probablemente está a salvo! ¿Ve lo que quiero decir?
La Dra. Allen mira como si estuviera un poco asustada de mí.
– Discúlpeme un momento, Alice -dice. Iré un minuto afuera para intercambiar algunas palabras con Vivienne.
Si estuviera de algún modo interesada en su opinión, me opondría a que lo compartiese con Vivienne en lugar de conmigo, pero sé que no estoy loca, no me importa qué diga, o a quién. Veo que sale aprisa de la habitación. Desearía que se marchara. Desearía que ella y Vivienne y David se marcharan. Me podría llevar a La pequeña de Los Olmos y no volver nunca. David nunca podría atormentarme otra vez. Pero sé que no puedo hacer nada tan impulsivo. La gente vería mi coche. Me verían y… nos encontrarían y nos traerían de vuelta aquí.
Oigo a la Dra. Allen hablando con Vivienne afuera.
– ¿Bien? -pregunta Vivienne-, ¿Cuál es el veredicto?
– ¡Dios mío! Estoy muy preocupada por ella -dice la Dra. Allen. Ni a ella ni a Vivienne les importa que las pueda oír. Le cuenta a Vivienne casi todo lo que dije. Me siento la peor madre cuando la oigo decir que parece que quiero que La Pequeña esté enferma porque eso demostrará que Florence está bien. No quiero que nada malo le pase a ningún bebé ni a ningún niño. Eso debería ser obvio.
– Mire esto -la Dra. Allen dice a Vivienne-. Para la pregunta «Con qué frecuencia siente que no puede hacer nada» ha marcado «Nunca». Esa es una de nuestras señales de advertencia claves. Todo el mundo que ha tenido un bebé a veces siente que no pueden hacerse cargo. Es natural. Así que las que lo niegan…
– … se están engañando a ellas mismas -concluye Vivienne.
– Sí. Y encaminándose a posibles problemas. Esa clase de negación pone demasiada presión en una persona. Al final algo tiene que ceder. Lo lamento – murmura la Dra. Allen-. Creo que tal vez Alice deba ver un terapeuta o un consejero.
Yo estaría encantada. Él o ella tendrían que estar de mi lado; esa es la descripción del trabajo de un terapeuta. Podría salir adelante, si sólo una persona estuviera de mi lado. Pero Vivienne nunca permitiría que mi mente pasara a las manos de un profesional psiquiátrico. Cree que esa gente intenta controlar los pensamientos de los demás.
– … parece ser una ilusión muy firmemente incrustada -está diciendo la Dra. Allen.
– ¿Qué le hace estar tan segura de que es una ilusión? -pregunta Vivienne.
Mi corazón late salvajemente. ¿Qué ha pasado con mi confianza, para hacerme sentir tan agradecida ante la menor señal de que no todo el mundo está en mi contra?
– ¿Puedo hacerle una pregunta, Dra. Allen?
– Por supuesto.
– Florence ha sido alimentada con biberón desde su nacimiento, Ella no podía amamantarla, entiende. El bebé de arriba parece bastante contento con la misma leche Cow and Gate que tomaba Florence. ¿Eso significa que es probable que sea Florence?
Asiento. Es una buena pregunta. La mente de Vivienne es despierta. Está tratando de aplicar lógica al problema.
– Bien… -La Dra. Allen duda-. Un bebé amamantado podría protestar si se le cambiara de repente a leche de fórmula. Pero si desde el principio se le dio biberón…
– Pero hay varias marcas de leche de fórmula, ¿no? -dice Vivienne impacientemente-. ¿El cambio de marca no representaría un problema?
– Tal vez sí, tal vez no. Cow and Gate es uno de los líderes del mercado. Y todos los bebés son diferentes. Algunos sólo toman leche de pecho, otros beben cualquier cosa con bastante gusto. El hecho de que el bebé tome la leche habitual de Florence no demuestra nada en cualquier caso. -La Dra. Allen parece incómoda, ansiosa por irse. Se está preguntando probablemente si todos los residentes de Los Olmos están locos.
Me siento animada. A falta de una prueba concreta, la Dra. Allen y Vivienne están completamente desconcertadas. Yo puedo ser desgraciada, estar atormentada por mi marido, desesperada por mi hija e incluso sin la esperanza de ayuda, pero por lo menos conozco la verdad. Tengo eso a mi favor.
Capítulo 2 2
7/10/03, 14.00 horas
Entrar en una prisión: Simon nunca se había acostumbrado a eso. Odiaba estar en la cola con los otros visitantes, algunos de los cuales, lamentablemente lo sabía, ocultaban -a veces incluso metidos en sus partes íntimas- bultos de heroína, para pasárselos a sus seres queridos bajo la mesa en el momento apropiado. Los centinelas, en su mayoría corruptos, sabían qué sucedía y no hacían nada para evitarlo.
Simon estaba de pie junto a las novias desnutridas y a medio vestir de este o aquel cero a la izquierda o gánster, depende del punto de vista. Sus piernas desnudas estaban manchadas, color malva con frío. Se balanceaban sobre altos tacones, se reían y susurraban. Simon oyó la palabra «cerdo». Incluso sin el uniforme, la gente sabía.
Después de la cola venía el registro, y después todos los futuros visitantes eran husmeados por perros policía. Finalmente, aprobado, Simon se dirigía por la sórdida sala de visitas al patio interior de la Prisión de Su Majestad Brimley, esperando el familiar jaleo: «¡Maldito cerdo! ¡Hijoputa! ¡Porquería de mierda!» Acompañado por el ruido metálico de las jaulas desde todas las direcciones. El patio estaba rodeado por celdas, y las escorias siempre cantaban con entusiasmo. No era como si tuvieran mucho más que esperar.
Simon mantuvo la mirada recta hasta llegar al pabellón de seguridad. El centinela que lo estaba escoltando lo condujo a una pequeña habitación de color mostaza con una alfombra marrón, acanalada y gastada. La mesa tradicional y dos sillas. La cámara lija a la pared, su ojo de cristal cuadrado y oscuro miraba hacia abajo. En la mesa había un cenicero de plástico grueso. Cualquier poli con sentido sabía que era inútil aparecer sin tabaco: Rizlas o un paquete de b &h, depende de cómo se estaba sintiendo de generoso. Esas escorias los esperaban, del mismo modo que los camareros esperan las propinas. Opcional obligatorio.
Simon se sentía irritado e incómodo. La habitación apestaba a sudor rancio y a humo más rancio aún. También a un olor salado, sexual. Simon no quería pensar en eso último. Cambió de postura en su silla. Se había duchado esa mañana, trataba de sentirse limpio a pesar de lo que le rodeaba.