– Escúchame -dijo-. Si tú no has matado a Laura Cryer, creo que sé quién lo hizo. Es un chico rico estropeado que vive en una gran casa con su mamá rica. Es a quien estás ayudando a quedar absuelto.
– Yo no estoy ayudando a nadie. -La máscara hosca de nuevo.
– Fuiste visto en el jardín de Los Olmos dos veces las semanas anteriores a la muerte de Laura Cryer. ¿Qué estabas haciendo allí?
– ¿Los qué?
– Los Olmos, donde apuñalaste a Cryer.
– Doctora Cryer, si no te importa. Es solo un maldito cuerpo para ti, ¿no es cierto?
– ¿Qué estabas haciendo en Los Olmos?
Se encoge de hombros.
– No lo recuerdo.
– Si estás preocupado por tener que pasar más tiempo en prisión por haber mentido en el juicio y haberte declarado culpable, no lo hagas -dijo Simon-. Probablemente serás inculpado, pero teniendo en cuenta el tiempo ya servido… ¿O es la perspectiva de salir demasiado pronto lo que te está molestando? Te has hecho algunos enemigos cuando entregaste a Queen's y delataste a un montón de tus antiguos compañeros, ¿no? ¿Estás preocupado porque podrías no durar demasiado fuera de este lugar?
– Tú eres el que parece preocupado, cerdito. -Beer encendió otro cigarrillo del montón que estaba en la mesa. No yo.
Simon no podría recoger nada de su expresión.
– Quienquiera que esté persiguiéndote aún estará cerca dentro de cinco, seis o siete años -dijo-. Vas a necesitar nuestra protección, cuando quieras salir. Por lo menos yo lo haría si fuera tú… -Simon cogió los Marlboros y los devolvió a su bolsillo-. Yo empezaría a pensar sobre la mejor forma de hacernos querer ayudarte.
Detrás de una nube de humo exhalado, los ojos de Beer se estrecharon.
– La próxima vez que vengas, asegúrate de saber quién era Laura Cryer, lo que ha logrado. Quieres que hable porque te ayudará con otro caso, nada que ver con Laura. O conmigo.
Laura. Sin embargo no la había conocido. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Simon había pensado en Alice como la «Señora Fancourt». La importancia y la familiaridad no eran la misma cosa.
– Te importa una mierda la verdad, ¿no? Solo quieres que te diga lo que quieres oír.
– ¿De qué estás hablando?
– Todos los cerditos vivieron felices desde entonces. Fin. Y así fue.
No importa cuán duro Simon insistiera, no podría persuadir a Darryl Beer de que dijera nada más.
Capítulo 2 3
Miércoles , 1 de octubre de 2003
Abro mis ojos con una queja ahogada. Despertarse es el peor momento del día, como sumergirse en la pesadilla de nuevo. David 110 está en la cama. Vivienne está en el portal, vestida con un elegante traje negro y cuello de polo gris. Su cara está cubierta con su capa habitual de maquillaje sutil. Huelo su perfume, Madame Rochas. Me siento sucia, repugnante. No me he bañado, ni siquiera me he lavado desde el lunes. Mi boca está pastosa, mi polo enmarañado.
– ¿Te sientes mejor, después de una buena noche de sueño? pregunta.
No respondo. Me siento aturdida. No puedo abrir mis párpados, están demasiado pesados. Es el sufrimiento. Debe ser; dejé de tomar los comprimidos de Cocodamol después de hablar con la Dra. Allen.
– ¿Por qué no tomas un buen baño? -sugiere Vivienne, son riendo decididamente.
Sacudo mi cabeza. No puedo salir de la cama si ella está de pie delante de mí.
– Alice, es una lucha para todos nosotros, no sólo para ti. Sin embargo, nos debemos comportar como gente civilizada.
Oigo a David en la habitación del bebé, hablando con La Pequeña con una voz animada. La Pequeña gorgotea una respuesta. Me siento exiliada, como si estuviera a un millón de millas de cualquier posibilidad de felicidad.
– Quiero cuidar al bebé -digo. Mis lágrimas se escapan a pesar de mis mejores esfuerzos-. ¿Por qué David no me deja? No me dejará acercarme a ella.
Vivienne suspira.
– El bebé está bien. Y David sólo está preocupado por ti, eso es todo. Alice, ¿no crees que deberías concentrarte en cuidar de ti misma? Has pasado por un terrible sufrimiento. -Su simpatía me confunde-. Ese esfuerzo por un parto tan largo, y después una cesárea de emergencia. Creo que estás poniendo demasiada presión sobre ti misma.
Dijo lo mismo cuando le conté sobre los problemas que tenía para aceptar la muerte de mis padres-. No luches contra tu aflicción -dijo-. Abrázala. Hazte amiga de ella. Dale la bienvenida en tu vida. Invítala a quedarse mientras quiera. Al final se volverá manejable. Ha sido el mejor consejo que me habían dado. Funcionaba, exactamente como Vivienne había dicho.
– Hoy me llevaré al bebé -dice. -Llevaremos a Felix a la escuela, después iremos de compras.
– No quieres dejarla sola conmigo y con David, ¿verdad? No confías en ninguno de nosotros.
– A los bebés les gusta un poco de aire fresco -dice Vivienne firmemente-. Es bueno para ellos. Y un baño te vendrá bien. Realmente es importante, sabes, limpiarte, ponerte alguna ropa bonita. No hará que tus problemas desaparezcan, pero te hará sentir más humana. Si te sientes bastante fuerte, ya está. No quiero que te esfuerces demasiado si no estás preparada.
Creo que Vivienne quiere que la quiera. Más que eso, lo considera un derecho. No recuerda que me encerró en la habitación del bebé o que está socavando mi sentido de la realidad tratándome como una inválida, sólo piensa en todas las cosas suaves y útiles que me ha hecho a lo largo de los años.
Me doy la vuelta, lejos de ella. Ahora que entiendo esta nueva compasión, me siento como una tonta. Vivienne quiere que esté enferma, por supuesto. Su resultado preferido sería que Florence no estuviera perdida, mejor que fuera mi mente, que estuviera severamente perturbada. Pienso en la bien intencionada Dra. Allen, que creía que yo quería que La Pequeña estuviera enferma.
– Bien, entonces descansa. -Vivienne está decidida a que mi comportamiento insensible no llegue hasta ella. Se encorva, besa mi mejilla. -Adiós, querida. Te veré después.
Cierro mis ojos, empiezo a contar mentalmente. Vivienne lleva a La Pequeña a un paseo de compras. Todo el mundo puede ir y venir como le plazca menos yo. ¿Qué pasaría si yo dijera, como acaba de hacerlo Vivienne, «Hoy me llevaré al bebé». Me detendría, por supuesto.
Cuando oigo el ruido sordo de la puerta de entrada, y, unos segundos más tarde, el motor del coche de Vivienne, abro mis ojos y miro el reloj. Son las ocho menos cuarto. Se ha ido. Salgo de la cama y tropiezo con el rellano, sintiéndome como si no hubiera caminado durante años. Froto mis dedos desnudos contra la lana aterciopelada de la moqueta de color de piedra y miro hacia el largo pasillo, las filas de puertas blancas en cada lado. Me siento como una persona en un sueño, un sueño donde cada puerta conducirá a una habitación que tiene un propósito claro, distinto de lodos los otros, y a un resultado radicalmente diferente. ¿Por qué la casa está tan silenciosa? ¿Dónde está David? La puerta de la habitación de Florence está abierta. Sopeso mi necesidad de ir al baño contra la posibilidad de entrar en la habitación de mi hija sin ser observada o controlada.
Gana la segunda opción.
Entro prudentemente, como si estuviera invadiendo un territorio prohibido, y dirijo mis pasos hacia la cama vacía. Me inclino e inhalo el perfume de bebé recién nacido, ese olor precioso, fresco. Tiro de la cuerda que cuelga del sol que sonríe encima de la cuna, y empieza a sonar En algún lugar sobre el arco iris. Mi corazón da vueltas. Todo lo que puedo hacer es esperar que Florence no esté sufriendo en ningún sitio como lo estoy haciendo yo.
Abro las puertas del armario empotrado y acaricio las pilas de su ropa recién lavada, los pliegues rosa y amarillo y blanco, el manto de lana y vellón tan suave como imagino que sean las nubes. Una visión tan optimista y alegre debería hacerme feliz pero, en ausencia de Florence, tiene el efecto opuesto.