– Espero no tener que recordarte los problemas que tendrías si te has estado viendo con Alice Fancourt en tu tiempo libre, después de que yo te ordenara que no tuvieses nada que ver con ella -dijo Charlie. Otra vez, ese tono de sermón. Simon no podía soportarlo. ¿Acaso ella no veía el estado en el que se encontraba? ¿Tenía la más remota idea de lo que era sentirte tan atrapado en tus propias preocupaciones que la opinión de los demás resbalaba como la lluvia sobre el capó de un coche?
– Su caso, si es que hubo uno, se cerró. -Charlie lo miraba detenidamente-. Si realmente está desaparecida, podrían suspenderte, o peor, detenerte. Te convertirías en un sospechoso, maldito idiota. Ni siquiera yo puedo protegerte de algo tan grave como esto. Así que mejor deberías desear que aparezca -se rió amargamente y murmuró-: Como si no lo deseases ya.
La boca de Simon estaba llena de té que no podía tragar. Las luces de neón le estaban dando dolor de cabeza. Un olor de carne cocida llegaba flotando desde la mesa de al lado y le estaba provocando arcadas.
– ¿Qué es lo que sospechas exactamente de David Fancourt?
– No lo sé -contestó haciendo un gran esfuerzo por mantener un tono de voz calmado, para permanecer en su asiento y participar en el ritual de una conversación civilizada. Sentía un tirón en su rodilla derecha, una señal de que todo su cuerpo quería salir corriendo-. Pero es demasiada coincidencia, después de lo que le ocurrió a su primera mujer.
Simon era reticente a sacar a colación con Charlie su largo historial de aciertos con los sospechosos. Si lo que ella quería era concentrarse en sus debilidades, la dejaría hacerlo. Tampoco podía negar su existencia. Sí, era incapaz de pensar con claridad si se trataba de Alice Fancourt. Sí, a veces explotaba y la jodía, normalmente cuando la estupidez de sus compañeros lo irritaba hasta el punto de perder todo sentido de la proporción.
– Olvídate de mí -replicó a Charlie bruscamente, haciendo un fuerte énfasis en la última palabra-, y empieza a preocuparte por David Fancourt. O más bien más por el cuadro que se está formando en torno a él. Entonces quizás puedas ver lo que tienes justo delante de tus malditos ojos.
Charlie apartó la vista de él y empezó a atusarse el pelo, recogiéndose los mechones sueltos. Cuando volvió a hablar, su voz sonó ligera y displicente, y entonces Simon supo que había dado en la diana. -Un tipo famoso, no recuerdo quién, decía que perder a una esposa es mala suerte, pero perder a dos es ser descuidado. O algo así.
– O un poco culpable -replicó Simon-, La muerte de Laura Cryer…
– Es un caso cerrado. -La expresión de Charlie se endureció-. Ni te plantees volver a removerlo. -Entonces, como no podía soportar la ambigüedad, dijo: – ¿Por qué? ¡Vamos, suéltalo!
– Son demasiadas cosas para que le sucedan a un hombre inocente, eso es todo -respondió Simon-. No puedo creer que necesites que te lo deletree. ¿Y si Fancourt asesinó a su primera mujer y salió indemne? -Y mientras se apretaba los nudillos de una mano con el puño de la otra preguntó: ¿Y si está a punto de poner a prueba su suerte otra vez? ¿Vamos a hacer algo para detenerlo mientras se encuentra en la comisaría, o vamos permitir que el cabrón salga de aquí tan tranquilamente como entró?
Capítulo 3
Viernes , 26 de septiembre de 2003
– ¿Qué pasa? ¿Qué te ocurre? -David entra en la habitación del bebé, sin aliento. Todavía estoy gritando. Un fuerte bramido, como el de una sirena, está saliendo de mi boca. No creo que pudiese detenerlo aunque quisiera. Un lamento más agudo todavía se oye desde la cuna. David me abofetea la cara. -Alice, ¿qué tienes? ¿Qué te pasa?
– ¿Donde está Florence? ¿Dónde está? -imploro. Nuestro día corriente se ha convertido en algo terrible.
– ¿Te has vuelto loca? Está aquí mismo. La has despertado. Chist, cariño, no pasa nada. Mamá no quería asustarte. Ven aquí, ven por un abrazo de papá. Está bien, está bien.
– Esa no es Florence. Nunca había visto a ese bebé antes. ¿Dónde está Florence?
– ¿Qué… qué demonios estás diciendo? -David nunca dice un improperio. Vivienne desaprueba el lenguaje vulgar.
– Por supuesto que es Florence. Mira, lleva el mono de Bear Hug que le pusiste antes de irte, ¿recuerdas?
Esa prenda es lo primero que le compré a Florence, cuando estaba embarazada de seis meses. Es un mono de algodón amarillo pálido con las palabras «Bear Hug» bordadas sobre el dibujo de un cachorro de oso pardo en los brazos de su madre. Lo vi en Remmick, los únicos grandes almacenes de Spilling, y me gustó tanto que tuve que comprarlo, aunque para ese entonces Vivienne ya había llenado el armario de la habitación con tal cantidad de ropa de sus boutiques exclusivas favoritas que bastaría para vestir a Florence durante sus primeros tres años.
– Por supuesto que reconozco el mono de Florence. ¿David, quién es este bebé? ¿Dónde está Florence? ¡Dímelo! ¿Ha estado aquí alguna visita? ¿Es esto alguna broma pesada? Porque si lo es, no es nada divertida.
Los ojos oscuros de David son inescrutables. Solo podrá compartir sus pensamientos cuando sea feliz. La infelicidad o los problemas de cualquier tipo lo hacen retraerse en sí mismo. Puedo ver por su expresión paralizada que ya ha comenzado a retraerse.
– Alice, ésta es Florence.
– ¡No lo es! ¡Sabes que no es ella! ¿Dónde está?
– ¿Es esto algún chiste de mal gusto, o es que te has vuelto loca?
Empiezo a sollozar.
– Por favor, por favor, David, ¿dónde está? ¿Qué has hecho con ella?
– Mira, no sé qué te ha dado, pero te aconsejo que recuperes la compostura. Florence y yo estaremos abajo, esperando tus disculpas -su tono es frío.
De repente, me quedo sola en la habitación. Me siento en el suelo abrazándome las rodillas y entonces me tumbo en posición fetal. Lloro y lloro durante lo que me parecen horas pero que son probablemente solo unos cuantos segundos. No puedo desmoronarme. Tengo que ir tras ellos. El tiempo está pasando, unos minutos valiosos que no puedo malgastar. Tengo que conseguir que David me escuche, aunque una parte de mí desea poder escucharlo a él, ir a disculparme y fingir que todo está bien aunque no lo esté.
Me seco las lágrimas y bajo. Están en la cocina. David no me mira cuando entro.
– Ese bebé no es mi hija -suelto deshaciéndome en lágrimas de nuevo. Hay tanta desdicha y miedo en mí y todo está saliendo fuera, aquí, en la cocina de Vivienne.
Me mira como si hubiese decidido ignorarme, pero entonces cambia de opinión. Se gira para hablar conmigo.
– Alice, creo que deberías tranquilizarte para que podamos dis cutir esto racionalmente.
– Solo porque estoy disgustada no significa que no esté siendo racional. ¡Estoy siendo tan racional como tú!
– Vale -responde David intentando ser paciente-. En ese caso, deberíamos ser capaces de aclarar esto. Si estás sugiriendo en serio que este bebé no es nuestra hija, por favor, convénceme.
– ¿Qué quieres decir? -pregunto confundida.
– Bien, ¿por qué es distinta? Florence no tiene pelo, tiene manchitas blancas sobre la nariz y ojos azules. ¿Estás de acuerdo?
– ¡Mírala! -grito-. ¡Su cara es distinta! ¡No es Florence!
David me mira como si no me conociera. Cree que soy una lunática. No me reconoce como su mujer. Puedo imaginármelo trazando una línea mentalmente. David se pone a la defensiva, es tan inmaduro emocionalmente como un adolescente. Me pregunto si esto se debe a la constante presencia de su madre. Nunca ha necesitado pensar por sí mismo en cómo superar una situación adulta compleja. Preferiría eliminarte de su vida y expulsarte de sus pensamientos antes que enfrentarse a la realidad imperfecta que se le plantea. Nunca menciona a las personas problemáticas como su padre y Laura. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar antes de que también me condene a mí?