Kathleen lo había telefoneado a su móvil otra vez esta mañana, queriendo saber si iba a ir a cenar el domingo. Que lo que había hecho la semana pasada no contaba para nada. No había tregua. La presión no cesaba nunca.
Después de algunos segundos, un hombre de mediana edad con pecho ancho y fuerte, que llevaba gafas bifocales, un jersey azul marino con un emblema de golfista, pantalones azul marino y zapatillas, abrió la puerta delantera de la casa Cryers.
– ¿Detective Waterhouse? Roger Cryer.
Simon le dio la mano.
– Por favor entre -dijo Cryer-. Mi mujer está haciendo un poco de té. ¡Ah, aquí está!- Tenía un acento fuerte de Lancashire.
Maggie Cryer parecía veinte años más vieja que su marido. Simon habría adivinado sesenta para él, ochenta para ella. Imposible de preguntar, por supuesto. La madre de Laura no medía más de una metro y medio de altura, delgada, con manos deformes y artríticas en las cuales se tambaleaba la bandeja de té. Usaba una bata de nylon verde, medias tostadas y zapatillas azules.
– Sírvase una taza de té -dijo- dejando la bandeja en forma inestable encima de la pequeña mesa delante de ella. Se sentó junto a su marido en un sofá de mimbre pequeño en frente de Simon, cuya silla, también hecha de mimbre, era chirriante e incómoda-. Espero que no demore mucho -dijo-. Es un calvario para nosotros, incluso después de todo este tiempo. Una llamada de teléfono de la policía…
– Entiendo, Señora Cryer. Lo siento. Pero temo que sea necesario.
Un fuego de leños ardía, volviendo el salón insoportablemente caliente. Como muchas casas de campo, la casa de los Cryers tenía ventanas pequeñas y era deprimente incluso a la luz del día. La combinación de la oscuridad y las llamas que parpadeaban hacían que Simon se sintiera como si estuviera en una cueva. Había tres fotografías enmarcadas de Laura en la repisa. Ninguna de Felix.
– Vimos en las noticias que su nueva esposa ha desaparecido.
– Roger -advirtió Maggie Cryer.
– Y el pequeño bebé. ¿Es por eso que está aquí?
– Sí. Estamos revisando el caso de Laura otra vez -les dijo Simon.
– Pero pensaba que no había dudas -dijo la señora. Cryer-, Eso es lo que nos dijo en ese momento, la policía. Que…definitivamente lo hizo Beer-, Eso es lo que nos dijeron-. Sus dedos hinchados deshilachaban sus mangas.
– Si pudiera hacerles un par de preguntas -Simon dijo en un tono apropiadamente tranquilizador. Así es como él habría entrevistado a su propia madre, aunque la aproximación suave era probablemente un derroche de tiempo. No podría calmar a Maggie Cryer, tranquilizarla. Simon habría apostado cualquier suma de dinero a que la madre de Laura vivía en un estado de agitación permanente. ¿Desde el asesinato o desde siempre?
– ¿Usted no quiere té? -le preguntó.
– No, gracias.
– Has olvidado la leche, amor -dijo a su marido.
– Realmente, no hace falta -insistió Simon-, No se preocupe.
– No me importaría un poco de leche -dijo Cryer.
– No hay problema. -Maggie dio un salto y salió fuera de la habitación.
Después de que se fue, su marido se inclinó hacia delante.
– Que quede entre nosotros -dijo a Simon-, No puedo hablar de esto delante de ella, se altera. Es David Fancourt a quien usted tiene que buscar. Primero Laura es asesinada y ahora desaparecen su segunda mujer y el bebé recién nacido. Es demasiada coincidencia, ¿no? ¿Y por qué mataría Darryl Beer a nuestra Laura? ¿Por qué? Ella le habría dado su maldito bolso si la hubiera atacado, no lo habría dejado llegar tan lejos. Era una chica sensata.
– ¿Usted dijo algo de esto a la policía en su momento?
– Mi esposa no me habría dejado. Decía que podríamos meternos en problema, sabe, legalmente, si decíamos cosas que no eran verdaderas. Pero casi siempre, es alguien conocido de la víctima. Casi siempre, oí decir eso a un experto en televisión.
– ¿Por qué David Fancourt habría querido matar a Laura? -preguntó Simon, esperando que repitiera su propia teoría.
Roger Cryer lo miró con curiosidad, como si esa pregunta condujera a otras más fundamentales. Preguntas sobre la competencia del cid Culver Valley, pensó Simon amargamente. Sí, la respuesta era obvia, por supuesto, para todos menos para Proust, Charlie, Sellers, Gibbs y el resto.
– La custodia de Felix -dijo Roger Cryer-, Y venganza, por el daño que le había causado. Laura lo había dejado. No lo tomó muy bien. Creo que perdió un poco el control.
Simon anotó esto en su libreta. No exactamente la versión de los acontecimientos que Vivienne y David Fancourt habían dado a Charlie. ¿Qué había dicho ella en la reunión de equipo? «Él la encontraba físicamente repelente y aburrida. Estaba aliviado por librarse de ella». Así era, palabra para la palabra. La memoria de Simon era más fiable que la de Roger Cryer o David Fancourt. Una discrepancia, entonces.
– ¿Cómo sabe que perdió el control?
– Vivienne Fancourt nos lo dijo, la madre de David. Ella hacía todo lo que podía para persuadir a Laura de darle otra oportunidad al matrimonio. Incluso vino aquí para hablar con nosotros, para ver si la podíamos persuadir. Ella y Laura no se gustaban, nunca lo hicieron. ¿Por qué mostraba tanto entusiasmo persuadir a Laura de que probara otra vez, a menos que fuera por interés de David? Veía cuán devastado estaba y, como cualquier madre, hizo lo que pudo para ayudarlo. No funcionó. Laura siempre había sido una persona con mucha determinación. Una vez que decidía algo, no había nada que la hiciera cambiar de opinión.
– Aquí estoy. -Maggie Cryer volvía con un jarro azul pequeño. Empezaba a servir el té, tres tazas, aunque Simon la había rechazado.
Su marido parecía como si estuviera luchando contra el afán de decir algo más. No había pasado mucho tiempo antes de que perdiera la pelea. Venganza, -asintió. -Es el estilo de David. Había problemas para que Maggie y yo viéramos a Felix, después de que Laura muriera -dijo.
– Oh, Roger, detente, por favor. ¿Qué provecho traerá?
– ¿Sabe cuándo fue la última vez que vi a Felix? Hace dos años. Ya no pensemos en ello. Fingimos que no tenemos nieto. Felix es incluso el único que tenemos. Pero al final nos estaba destrozando. Todo cambió durante la noche, después de que Laura murió. Literalmente, durante la noche. Cambiaron su nombre de Felix Cryer por Felix Fancourt, lo sacaron de la guardería que él adoraba, donde era realmente feliz, realmente integrado, y lo dejaron caer en ese maldito ridículo instituto elitista. ¡Era como si David y Vivienne estuvieran intentando transformar a Felix en otra persona! Se nos permitía verlo solo una vez cada tantos meses, un par de horas por vez. Y no se nos permitía verlo solos. Vivienne estaba siempre con él, escoltándolo. Sintiendo pena por nosotros. -Su cara se ponía más cada vez roja mientras hablaba. Su mujer había cerrado los ojos y estaba esperando a que terminara. Su tiesa postura sugería que estaba protegiéndose de sus palabras.
Simon se sentía cada vez más perplejo a medida que escuchaba. Según Charlie, Vivienne Fancourt había dicho eso mismo sobre Laura Cryer, que había intentado mantener a Felix lejos de la familia de David, que no les había permitido verlo sin supervisión. ¿Era posible que David hubiera hecho lo mismo a los padres de Laura después de la muerte de su mujer? ¿Lo veía como una batalla entre los Cryers y los Fancourts, con Felix corno premio?
– Intentamos hablar con David, incluso tratamos de suplicarle -Roger Cryer continuó-. Pero está hecho de piedra, ese hombre. Cualquier cosa que pedíamos, él decía no. Y no decía por qué.