– ¿Alguna vez tú y Beer mencionasteis su guarida delante de ella?
– Probablemente. Solíamos reírnos de ello todo el tiempo, de que todos esos padres esnobs no tuviesen la menor idea de que a sus mocosos holgazanes los cambiasen encima de nuestra mercancía.
– ¿No habías dicho que las drogas eran para consumo personal?
– Es sólo una forma de hablar.
Normalmente Simon se hubiera puesto furioso al tener a un granuja como Vinny Lowe delante de él hablando de esa basura, pero tenía demasiada energía nerviosa corriéndole por el cerebro. La rabia le hubiese exigido más atención de la que disponía en aquel momento. Ahora que se había establecido una conexión firme entre los Fancourt y Darryl Beer, Simon sentía un impulso creciente, y luchaba contra la ligera desorientación que siempre lo asaltaba en esta fase de un caso. Parte de él tenía miedo de descubrir la verdad. No tenía idea de por qué. Era algo que tenía que ver con la reducción de las posibilidades, la sensación de estar siendo empujado hacia la boca de un túnel. Estaba bastante seguro de que Charlie, Sellers y Gibbs nunca se habían sentido así.
Ojalá ya fuera mañana por la mañana. Pero eso era solo una mera formalidad, ¿verdad? ¿Una llamada telefónica? Él conocía la verdad, ¿no? ¿O quizás había algo más? ¿Temía acaso descubrir algo más? Simon no podía librarse de esa sensación premonitoria, de algo profundamente desagradable que se escondía a la vuelta de la esquina, algo que no podía evitar porque no podía detener su marcha en dirección a esa esquina…
Alice. Eso era realmente lo que lo aterrorizaba. ¿Qué descubriría sobre Alice? Por favor, que no sea nada malo, rezaba, mirando la fotografía en su mano, el retrato de familia. Se estremeció. No quería mirarlo, no quería pensar en ello, pero ¿por qué?
– Solo para que quede claro -le dijo a Lowe, principalmente para distraerse de la siniestra certeza que sentía se estaba abriendo paso-. ¿Cuál de las dos mujeres de la fotografía es a quien tú y Darryl Beer llamabais la Marquesa de Carabás?
Lowe señaló a Vivienne Fancourt. Simon sintió un enorme alivio.
Capítulo 33
Jueves , 2 de octubre de 2003
Estoy sentada en el tocador cepillándome el cabello cuando entra David.
– ¿Recuerdas nuestra luna de miel? -le digo, decidida a hablar antes de que él lo haga-, ¿Recuerdas al señor y la señora Table y la familia de Rod Stewart? ¿Las tardes en que nos sentábamos en el balcón a beber retsina griega? ¿Recuerdas lo felices que éramos entonces? -Sé que unos cuantos momentos felices compartidos no revivirán esos sentimientos, pero quiero que David recuerde, al menos, que una vez existieron. Que se atormente como yo.
Una mueca de desdén asoma en su cara.
– Puede que tú fueras feliz -dice-. Pero yo no lo era. Sabía que nunca significarías tanto para mí como Laura.
– Eso no es verdad. Lo estás diciendo sólo para lastimarme.
– Solo fuimos a Grecia. Cualquiera puede ir a Grecia. Laura y yo fuimos a las islas Mauricio en nuestra luna de miel. No me importaba gastar esa cantidad de dinero por ella.
– No importa cuánto dinero te gastes, David. Nunca importará. Tu madre siempre te dará más. ¿Cuántas veces ha salvado Vivienne tu empresa a lo largo de los años? Apuesto a que más de una vez. Si no fuese por su generosidad probablemente estarías trabajando en alguna fábrica de mierda.
Aprieta los dientes y sale despotricando de la habitación. Sigo cepillándome el cabello, esperando. Unos cuantos minutos después regresa. -Deja el cepillo -dice-. Quiero hablar contigo.
– No tengo nada que decirte, David. Creo que ya es un poco tarde para hablar, ¿no crees?
– ¡Suelta el cepillo te digo! Mira lo que he encontrado. -Me enseña una fotografía de mis padres y mía, tomada cuando era niña. La debe haber sacado de mi bolso. Es mi foto favorita de nosotros tres. David lo sabe. Sabe que si algo le pasa nunca se podrá reemplazar-, Creo que ese corte de cabello te sentaba mejor -dice.
En la fotografía tengo cinco años. Mi peinado es poco atractivo, masculino, corto en la nuca y a los lados. Mis padres no eran las personas más elegantes en el mundo. No les importaba un pimiento lo que los demás pensaran.
– No me gustan las mujeres con melena demasiado larga -me dice David con suficiencia-. Cuanto menos pelo, mejor.
– Laura tenía el cabello largo -no puedo resistir replicarle.
– Sí, pero el suyo no era lacio y grasiento como el tuyo. Y no tenía pelos por todo el cuerpo. Me di cuenta cuando hiciste antes tu pequeño striptease en la cocina de que no te has afeitado las axilas hace tiempo.
– Mi hija ha sido secuestrada -digo con voz queda. Mi aspecto no ha sido mi principal preocupación.
– Obviamente no. Apuesto a que tampoco te has afeitado las piernas.
– No, no lo he hecho -digo, previendo lo que se avecina, aunque por una vez puedo verle una salida. Primero, sin embargo, tengo que adentrarme todavía más-, ¿Por qué hiciste aquello antes? -pregunto.
– ¿Hacer qué?
– Fingir que me había negado a cambiarme, cuando fuiste tú quien me impidió quitarme el jersey sucio.
– Porque te lo mereces -dice David-. Porque en el fondo eres sucia, y ya es hora de que Mamá se dé cuenta.
Asiento.
David se acerca a mí. Busca en el bolsillo del pantalón y extrae las tijeras de cocina con mango blanco de Vivienne y una maquinilla de afeitar desechable. Me pone delante de los ojos la fotografía en blanco y negro en la que estoy con mis padres.
– Era una época más feliz para ti, ¿verdad? -dice-. Apuesto a que desearías revivir el pasado.
– Sí.
– Entonces no eras una mentirosa. No eras repugnante y peluda.
Me quedo callada.
– Bien, ahora tienes esa posibilidad. -Asiente la cabeza hacia la máquina de afeitar, las tijeras-. Córtate el pelo para que quedes igual. Y entonces, cuando hayas terminado, quiero que te quites el camisón y te afeites el resto del vello.
– No -digo-. No me hagas hacer eso.
– No te estoy obligando a hacer nada. Eres libre de hacer exactamente lo que quieras. Pero también yo. Recuérdalo, Alice. Yo también puedo hacer lo que quiera.
– ¿Qué quieres que haga? Dime exactamente lo que quieres que haga.
– Toma las tijeras -me habla lentamente como si se dirigiera a una retrasada-. Córtate todo ese cabello fino, ralo y desteñido. Después quítate el camisón y aféitate las piernas y bajo las axilas. Y entonces, cuando lo hayas hecho, también te puedes afeitar la entrepierna. Y cuando termines, aféitate el vello de los brazos y también el de las cejas. Cuando lo hayas hecho todo, te dejaré ir a la cama. Mañana es un gran día.
– ¿Y si me niego?
– Entonces romperé esto en trocitos. -Agita la fotografía en el aire-. Será el adiós a Marni y Papi. Otra vez.
Una flecha de dolor perfora el escudo que me he construido a partir de la incredulidad y la necesidad, para proteger mi corazón. Me estremezco y David sonríe, encantado de haberse anotado un gol.
– De acuerdo, lo haré -respondo-, Pero no contigo en la habitación.
– No voy a ir a ninguna parte. Soy la persona a la que has agraviado, así que tengo derecho a mirar. Hazlo ya. Estoy cansado y quiero irme a dormir.
– Y supongo que le vas a decir a Vivienne que lo hice yo porque quería, ¿no es así? Una prueba más de mi depravación.
– Ya reuní todas las pruebas necesarias el viernes pasado, cuando decidiste fingir que nuestra hija era una desconocida. Pero algunas personas necesitan algo un poco más convincente. Normalmente Mamá no es tan lenta como lo ha sido contigo. Aunque creo que está empezando a captar el mensaje. El lío de esta tarde… y cuando vea lo que te hiciste en el pelo, cuando te vea sin cejas, y encuentre un gran montón de pelos en el suelo del dormitorio… porque eres demasiado cerda para limpiarlo por ti misma…