Ya ha hablado suficiente para mis propósitos. Me dirijo a su armario, lo abro y saco el dictáfono que coloqué en el bolsillo de uno de sus pantalones esta mañana. Pulso el botón de stop asegurándome de que me está viendo y retrocedo, escondiendo la pequeña máquina plateada a mi espalda.
– Todo lo que has dicho desde que entraste aquí está grabado en esta cinta -le anuncio.
El rostro se le vuelve de un tono carmesí. Da un paso hacia mí.
– No te muevas -digo-, o gritaré tan fuerte que se caerán las paredes. No vas a poder quitarme la cinta y destruirla antes de que Vivienne regrese. Sabes lo rápida que es cuando sabe que está sucediendo algo que todavía no está bajo su control. Así que a menos que quieras que se entere de qué clase de cretino enfermo y retorcido eres, harás lo que digo.
David se queda paralizado. Intenta no parecer preocupado, pero sé que lo está. Siempre se ha mostrado como un niñito perfecto delante de su madre. Su ego no podría sobrevivir a quedar en evidencia como un ser pervertido y sádico.
– Tienes suerte de que no esté tan enferma como tú dices -continúo-. Todo lo que quiero es que me dejes en paz. No me hables ni me mires. Basta de idear nuevas formas de atormentarme.
Finge que no estoy aquí. No quiero tener nada más que ver contigo, triste y patético cabrón. -David se encoge de hombros, fingiendo que no le importa-. Ah, una cosa más.
– ¿Qué?
– ¿Dónde está Florence? ¿Qué has hecho con ella? Cuéntamelo y destruiré la cinta.
– Oh, eso es fácil -dice David despectivamente-. Está en su habitación. Está aquí en Los Olmos, donde siempre ha estado.
Niego con la cabeza entristecida.
– Buenas noches, David -digo. Salgo de la habitación, sujetando el dictáfono con fuerza y cierro silenciosamente la puerta detrás de mí.
Capítulo 34
10/10/03, 9.00 horas
– ¿Es este un nuevo octavo círculo del infierno? -dijo Charlie, señalando el desorden a su alrededor. Ella y Simon estaban en el Chompers, la ruidosa cafetería de estilo americano de La Ribera, llena de padres vistiendo ropa deportiva y con falsos bronceados y con sus irritantes y chillones niños. Sonaba a todo volumen la canción de Survivor, Eye of the Tiger.
– ¿Por qué está tan lleno?
– Todos están esperando que abra la guardería -dijo Simon.
– Se supone que tendría que haber abierto media hora antes. Supongo que han tenido problemas para encontrar personal nuevo después de haber despedido a la amiguita de Lowe.
– Ya veo -asiente mientras entra una joven pelirroja con coleta y pecas. Se detiene en la puerta y saluda. En cuanto la ven, la mayor parte de los adultos del Café Chompers salta de sus asientos y empieza a recoger sus bolsas y a los niños.
– Lisa Feather -dijo Simon-, Era la ayudante de Donna. Quizás esté a cargo ahora.
– ¿Cómo es posible que sepas tanto? -preguntó Charlie.
– Llegué temprano. Ya he estado dentro. No quería hacerlo mientras los críos estuviesen allí. -Frotó la correa de su reloj con el dedo índice y pulgar de su mano derecha.
– ¿Y? -preguntó Charlie.
Después de inspeccionar la guardería, y mientras esperaba a Charlie, había hecho dos llamadas telefónicas. Ayer había creído que con una sería suficiente, pero en mitad de la noche se despertó y se quedó sentado en la cama, sabiendo exactamente por qué se había sentido aprensivo ante la vista de esa maldita fotografía de Alice, David, Vivienne y Felix en el jardín de Los Olmos. Se había dado cuenta de que necesitaba hacer dos llamadas, no una. Y ahora las había hecho, y sus esperanzas se confirmaban junto con sus peores miedos. Ahora no sentía ningún ruido sordo e incómodo en su subconsciente; todo había aflorado a la superficie. Simon veía el cuadro completo tan claramente como veía la cara de Charlie justo frente a él.
– ¿Simon? ¿La guardería?
– Lowe decía la verdad. El lugar para cambiar a los bebés está al lado del cuarto de baño. Hay una puerta cerrada entre éste y la zona central de la guardería. Ocultar cualquier cosa en el cambiador habría sido más fácil que mear.
Charlie asintió. Sentía como si se hubiese embarcado en una convalecencia larga, lenta, de una enfermedad grave. Se había roto en pedazos y solamente le quedaban dos opciones: desintegrarse aún más o luchar para recobrar el equilibrio. Eligió lo último. Simon no la quería y nunca lo haría. No sabía por qué la había rechazado en la fiesta de los Sellers, ni tampoco si le había contado lo sucedido a alguno de sus compañeros, y nunca lo sabría. Había algo reconfortante en aceptar, por fin, que ciertas cosas estaban más allá de su control.
Otras no lo estaban. Charlie sabía, cuando podía pensar en el asunto de forma racional, que su valor como persona no dependía de la opinión que Simon tuviese sobre ella. Había sido una mujer segura antes de conocerlo, y podría serlo otra vez. Y hasta que lo fuese de nuevo, sin importar lo afligida se sintiese, se portaría bien. Sería amable con Simon en lugar de desechar sus sugerencias sencillamente porque vinieran de él. Charlie esperaba no ser lo suficientemente estúpida como para dejar que un hombre que no la apreciaba le jodiera su trabajo, una cosa en la que siempre supo que era buena.
– Así es como Beer y Lowe entraban. -Simon señaló la puerta que conducía fuera, a la calle Aider-. Allí es por donde entré cuando me encontré con Alice Fancourt. Las dos veces.
– Correcto. Así que Beer utilizaba el club La Ribera sin pagar, y escondió el cuchillo que utilizó para matar a Cryer en la guardería. ¿Es eso lo que estamos diciendo? ¿Es eso todo lo que estamos diciendo?
Simon todavía no había decidido si quería decirle a Charlie algo, todo o nada de lo que había descubierto. Naturalmente, no todo. Pero si le daba solamente un relato parcial, ella podría hacer una llamada de teléfono y descubrir el resto. Mierda. Odiaba sentirse tan acorralado.
– Beer y Lowe llamaban a Vivienne Fancourt la Marquesa de Carabás -dijo-. Ella solía escucharlos cuando fanfarroneaban sobre sus muchos roces con la justicia. Ella debe haber sabido que el ADN de Beer estaría en nuestra base de datos, no es tonta. Ella quería a Cryer muerta porque Cryer estaba limitando todo su contacto con su nieto, pero no estaba preparada para correr el riesgo de matarla a menos que estuviese segura de poder salir limpia. ¿Qué mejor forma de asegurarse que inculpar a alguien, colocando prueba material de esa persona en la escena? Especialmente cuando se trata de una escoria a quien la policía ya conoce.
– ¿Así que un día se inclinó sobre el jacuzzi y le arrancó un mechón de cabello a Beer?
– ¿Qué es lo que todo el mundo lleva consigo todo el tiempo en un lugar como La Ribera? Veamos, natación, jacuzzi, sauna, ¿qué traerías contigo?
– Tabaco.
– Una toalla -dijo Simon-. Todo lo que Vivienne habría tenido que hacer es cambiar su toalla por la de Beer. O esperar a que descartara la suya y recogerla. Habría tenido su pelo y piel por todas partes.
– Él podría haberla visto fácilmente -dijo Charlie-.¿Y si dejaba su toalla en los casilleros de las habitaciones para cambiarse y no la llevaba al área de la piscina con él?
– ¿Y si la llevaba con él? -Simon insistía-, ¿Y si Vivienne lo observó durante semanas, meses, mientras ideaba su plan? Habría conocido sus costumbres, ¿no? Pudo haber esperado el mejor momento para tomar su toalla. -Vamos, concédeme esto, rogaba Simon. No podía obligarse a revelar el resto, aunque supiese que al final tendría que hacerlo. A menos que Vivienne Fancourt confesase. ¿Y por qué diablos lo haría?