Mi aspecto ha cambiado considerablemente desde que dejé Los Olmos. Mi cabello ya no es largo y rubio, ahora es marrón oscuro y corto. Ahora llevo gafas que no necesito y un maquillaje que no usaba desde que era adolescente. Me parezco un poco a la sargento despiadada con la que trabaja Simon. Probablemente sea una precaución innecesaria, pero me hace sentir más segura. Siempre existe la posibilidad de que un limpiacristales o un transeúnte puedan alcanzar a verme. Hasta el momento, mi imagen ha aparecido en las noticias durante días.
La Pequeña está sentada en una silla mecedora junto a mí, dormida. El sonido del timbre, tan fuerte y significativo para mí, no la molesta. No se mueve.
Maquinalmente, me levanto y cierro la puerta entre la cocina y el vestíbulo. Escucho cómo pasos bajan las escaleras. Esta rutina ha sido practicada muchas veces. La llamamos nuestro «simulacro de incendio».
Hasta aquí, los visitantes han sido fáciles de tramitar y despedir. El lunes vino alguien a leer el medidor del gas. Ayer el cartero entregó un paquete que necesitaba acuse de recibo. Si La Pequeña y yo estamos solas en la casa no atiendo la puerta y, puesto que nadie sabe que estoy aquí, nadie espera encontrarme. El ardid de la redecoración ha funcionado, hasta ahora, para mantener lejos a amigos y familia.
Acerco mi oreja contra la puerta y escucho.
– Detective Waterhouse. Qué sorpresa.
– ¿Puedo entrar?
– Parece que ya ha entrado, ¿verdad?
Simon está aquí. Quieto ante la puerta del frente, igual que como estaba hace quince días, excepto que ésta es una casa diferente. No estoy tan asustada como creí que iba estarlo. Por supuesto que he imaginado esta situación, exactamente como está sucediendo ahora, muchas veces. Sabía que me encontrarían finalmente. Cuando una madre desaparece con un bebé se entrevista a la gente más de una vez. Es el procedimiento adecuado, ni más ni menos. No me asustaré hasta que sea el momento. Simon no puede entrar en la cocina, a menos que tenga una orden de registro.
Me pregunto cuánto tiempo me queda, cuánto tiempo tengo antes de marchar por la puerta trasera y atravesar el camino, con La Pequeña, hasta el coche aparcado en la siguiente calle.
Es el procedimiento de emergencia convenido.
No quiero irme. Esta casa es mucho más acogedora que lo que Los Olmos han sido durante mucho tiempo. La Pequeña y yo tenemos un dormitorio atrás bastante escondido. Las paredes son de un amarillo tenue, con algunas zonas blancas aquí y allí donde ha saltado la pintura. Sospecho que solía ser el dormitorio de un adolescente y las marcas blancas sobre los muros se deben a que tuvieron que arrancar los carteles de las bandas musicales favoritas antes de que los anteriores propietarios de la casa se mudaran. La moqueta es verde oscuro, y hay una quemadura en una esquina, cerca de la ventana -un cigarrillo ilícito que cayó sin querer.
A pesar de estos rastros de un inquilino anterior, ya pienso en la habitación como si nos perteneciese a mí y a La Pequeña. Está repleta de todo lo que necesitamos. Botellas, ropa, mantas, pañales, baberos de muselina, cajas de leche de fórmula, un esterilizador a vapor, una cuna de viaje; todo lo de mi lista estaba aquí cuando llegamos. No tenemos mucho espacio, naturalmente nada comparado con nuestro extravagante alojamiento en Los Olmos, pero es cálido y hogareño. Un aire suave, inocente, invade toda la casa.
Creo que siempre fui consciente, en el fondo, de que Los Olmos tenía un ambiente oscuro y sofocante incluso mucho antes de que fuera infeliz allí. Quizás sentí la presencia de cosas difíciles de describir, o quizás ello sea fruto de mi estado de ánimo, pero siento como si siempre hubiese sabido que era una casa que escondía algo. Recuerdo intensamente la conversación con David cuando él sugirió que nos mudásemos a la casa de su infancia, a la casa de la infancia de su madre. Estábamos en el invernadero. Vivienne nos había dejado solos mientras preparaba café.
Al principio reí.
– No seas tonto. No podemos vivir con tu mamá.
– ¿Tonto? -Oí un tono en su voz y vi una mirada en sus ojos que me alarmó, como si en ese instante el David que conocía y quería, se hubiese desvanecido y hubiese sido reemplazado por una persona totalmente diferente. Quería que esa persona se fuera para que David volviera, así que rápidamente di marcha atrás, fingiendo que me había malinterpretado.
– Solo me refiero a que ella seguramente no nos querría aquí, ¿no?
– Por supuesto -dijo David-, A ella le encantaría. Lo ha dicho muchas veces.
– Ah. Ah, bien… ¡estupendo! -dije, con tanto entusiasmo como pude. David resplandeció, y yo estaba tan feliz y aliviada que me dije qué no importaba dónde viviésemos, mientras estuviésemos juntos. Nunca más sugeriría que algo de lo que dijese David fuese tonto. Es curioso, nunca he pensado en este incidente hasta ahora. ¿Habría otras señales de advertencia que ignoré, señales que volverían a mí gradualmente, como destellos de horror?
– ¿No trabaja hoy?
– Nunca lo hago los viernes.
Las palabras se escuchan más débiles. Voy en puntillas hacia la radio, y la apago.
– Entonces. ¿Cómo puedo ayudarlo?
– No me hable como si fuese un jodido idiota. Si hubiese querido ayudarme lo podría haber hecho hace tiempo. ¿No es cierto?
Siento que mis piernas se debilitan como si mis huesos se hubiesen disuelto de repente. Me envuelvo a mí misma con los brazos para impedir que mi cuerpo tiemble.
– ¿Qué? ¿Me está acusando de retener información? ¿Qué es exactamente lo que se supone que sé?
– Ahórreme las gilipolleces. Con razón no parecía tan preocupada por Alice cuando le dije que había desaparecido. Sabe bien dónde está. Debería haberme dado cuenta el último sábado, en cuanto dijo «Ya sabe cómo es Alice». La cagó ahí, ¿verdad? No tenía ninguna manera de saber que ya la había conocido, a menos que la hubiese visto desde la última semana. También fue la primera persona que mencionó a Vivienne Fancourt en un contexto negativo. Muy amable en mencionar ese punto, ¿no?
– ¿Vivienne? ¿Qué tiene que ver ella con esto?
– Conoce la respuesta tan bien como yo. ¿Se le ha ocurrido que puede que estemos los dos del mismo lado?
Debería estar alejándome de aquí con La Pequeña. He oído bastante como para convencerme de que Simon sabe, si no todo, bastante. En cualquier momento podría pedir registrar la casa. No puedo entender por qué no me estoy ciñendo a la política convenida. Solo porque Simon diga que estamos todos del mismo lado no lo convierte en algo verdadero. ¿No he aprendido, ni siquiera ahora, que las palabras se pueden utilizar para crear ilusiones, para tender trampas?
– ¿Qué quiere decir?
– Quiere proteger a Alice de Vivienne. Yo también. Y a Florence. No parecía preocupada por Alice el sábado, pero ciertamente estaba preocupada por Florence, ¿no? Porque cuando Alice huyó, ella vino aquí. Ella le dijo que Florence estaba desaparecida, que alguien la había secuestrado y había dejado a otro bebé en su lugar. Probablemente también le dijo que la policía no la creía, que no estaban haciendo ningún intento por encontrar a su hija. ¿Alice trajo al otro bebé con ella, cuando vino aquí?
– No sé de qué me está hablando.
– Sí, lo sabe. ¿Por qué cree que ella trajo a este bebé que no es su hija? ¿Por qué no la dejó en Los Olmos?
– Le está ladrando al árbol equivocado.
– ¿Porque estaba asustada de lo que David o Vivienne le harían? ¿Alguien de ellos lastimaría a un bebé indefenso? No lo creo. ¿Y usted? O quizás sea porque una vez que faltara ese bebé tendríamos que buscar a Florence. ¿Por qué cree que fue?
Hay silencio. Ella no sabe. Tampoco Simon. Soy la única persona que conoce la solución a esa pregunta. Estoy tensa, rígida por la aprehensión, apenas soy capaz de creer que esta conversación está teniendo lugar.