– ¿Vio Vivienne Fancourt a Darryl Beer la noche del asesinato? -preguntó a Charlie.
Ella negó con la cabeza.
– Las dos veces que lo vio fue en los terrenos de la finca…
– Detrás de la casa, en la orilla del río. -Charlie lo vio venir-. En ninguna parte cerca de la escena del crimen. Y casi todas las pruebas materiales que encontramos estaban en el cuerpo mismo, sobre la ropa de Laura Cryer. Beer no pudo haberlas dejado durante una visita anterior. Porque, obviamente, esa posibilidad también se nos ocurrió a nosotros, igual que a ti -había un tono amargo en su voz-. Así que deja de pensar en ti mismo como en un genio incomprendido en un grupo de subnormales.
– ¿Qué cojones significa eso? -A Simon nadie le decía lo que tenía que pensar.
– Juraría que está bastante claro -suspiró Charlie-. Simon, lodos nosotros sabemos lo bueno que eres, ¿vale? A veces pienso que en realidad preferirías que no lo supiésemos. Necesitas tener siempre algo contra lo que lanzar tu bilis, ¿no es cierto?
– ¿Por qué había allí tanto pelo? ¿Se lo arrancó Cryer? ¿Ofreció resistencia? A la mierda con toda esa basura psicológica. -Simon estaba interesado por Laura Cryer y Darryl Beer. Ahora le interesaban realmente mucho. No estaba preguntando solo para evitar una explosión. Todavía tenía ese tirón en su rodilla derecha.
– O eso o el cabrón tenía alopecia. No, le tiró del bolso. Ella se resistió, probablemente más de lo que había previsto. Así debió de ocurrir, de lo contrario no habría terminado apuñalada, ¿verdad? Has mencionado unos tatuajes.
– Amor y odio, sobre sus nudillos. -Charlie hizo como si bostezara-. No muy original que digamos.
– Así que lo detuviste -insistió Simon. Como si acelerando su relato pudiese encontrar más rápido a Alice.
– Lo hicieron Seller y Gibbs. Lo cogieron en cuanto supieron lo del intruso de Vivienne Fancourt. El laboratorio se dio prisa con el ADN, y digamos que no nos sorprendimos demasiado de obtener aquel resultado.
– Sabías dónde querías que te condujeran las pruebas, y hete aquí.
– Simon, hoy no estoy de humor para ese rollo de un hombre que lucha en solitario contra el sistema, de verdad que no. Esto no es una tragedia griega, es la puta comisaría de Spilling, ¿vale? ¡Cierra el puto pico y escucha! -Charlie se detuvo para recuperar la compostura-. Beer proclamó su inocencia, como era de esperar. Se inventó alguna coartada de pacotilla que no se sostenía realmente. Afirmó que estaba en su piso viendo la tele con su compañero, que resultó ser casi tan poco de fiar como el mismo Beer. No tenía abogado, así que se le asignó uno del turno de oficio. Lo presionamos durante un tiempo intentando que se derrumbara. Todavía no sabía que nos guardábamos un as en la manga, obviamente.
– Y no se lo dijisteis -aventuró Simon en voz alta.
– Estábamos en la fase de revelación, todo sobre la mesa -dijo Charlie con aire de suficiencia-. Hicimos todo lo posible para marearlo, pero no funcionó. Cuando ya nos convencimos de que no nos iba a llevar a ninguna parte, nos sacamos de la chistera los análisis del ADN. Su abogado empezó a llevarlo al terreno psiquiátrico.
– ¿Qué decía Beer?
– Siguió negándolo. Pero eso le perjudicó. Teníamos las pruebas que necesitábamos. En cualquier caso, su abogado debió de haber hablado con él para devolverle un poco de sensatez. Después de unas cuantas semanas como invitado de Su Majestad en Earlmount, Beer cambió su historia de repente. Confesó. Pero no el asesinato, sino el asalto con violencia. Fue a juicio, denunció a Queen, vendió a un par de famosos delincuentes locales, prometió someterse a rehabilitación y tratamiento psicológico y se las apañó para conseguir una sentencia más leve. Una vergüenza, lo mires como lo mires. Ese probablemente estará fuera cualquier día de estos.
– ¿Dónde está ahora? ¿Ya no está en Earlmount? -Charlie frunció los labios y observó a Simon. Después de unos segundos dijo a regañadientes:
– En Brimley -Una prisión de alta seguridad a aproximadamente diez millas de Culver Ridge en dirección a la bastante horrible ciudad de Combingham. Una blasfemia urbanística de hierro y cemento que se erguía negligentemente entre descampados y que parecía, cada vez que Simon los atravesaba en coche, como si hubieran sido trasquilados por una máquina especialmente salvaje y rociados con nocivas sustancias químicas.
– ¿Conocía Beer los detalles acerca del asesinato de Cryer? -preguntó él-. Me refiero a cuando confesó.
– Solamente dio una versión confusa. Afirmó que había estado colocado y que apenas recordaba nada. Así fue como consiguió rebajar los cargos a asalto agravado.
– ¿Él no te dijo que el robo había sido el motivo?
– ¿Qué otra cosa podía haber sido? -Charlie frunció el ceño. Un interrogante, pensó Simon; una pregunta importante sin embargo ella la presentó como una respuesta. -Beer no conocía a Cryer. No se movían exactamente en los mismos círculos. Obviamente había estado merodeando alrededor de Los Olmos durante las semanas anteriores, buscando alguna oportunidad de entrar por la fuerza. Es un objetivo bastante evidente, no nos engañemos, se trata de la casa más grande de la zona. Probablemente estaba haciendo otra ronda por el lugar cuando vio a Cryer andando hacia él con un bolso Gucci colgándole del hombro. Se fugó con el bolso, era un drogadicto… sí, yo diría que es una apuesta segura que el móvil fue el robo.
Solo en contadas ocasiones la expresión del rostro de Charlie al decir ciertas palabras le recordaban a Simon la diferencia de clase entre ellos. Existe una determinada forma de decir «drogadicto», como si nunca hubieras conocido a uno, como si la imperfección y la debilidad pertenecieran a un universo diferente. Así es como lo decía Charlie. Y había conocido a cientos de ellos.
– ¿Te dio el arma del crimen? ¿O el bolso?
– No recordaba lo que había hecho con ninguno de ellos, y nunca los encontramos. Esas cosas pasan, Simon -añadió a la defensiva-. No significa que esa escoria sea inocente. Todos los delincuentes hombres eran escoria. Las mujeres eran zorras. El lenguaje secreto de la policía era como un segundo uniforme. Hacía a todo el mundo sentirse seguro.
– ¿Un cuchillo de cocina has dicho? -Parecía un error-, ¿Beer no es más bien el tipo de delincuente con pistola?
– Quizá lo sea, pero no tenía -dijo Charlie con calma-. Tenía un cuchillo de cocina. Concéntrate en los hechos, Simon. El análisis de ADN. La herida de arma blanca en el pecho de Laura Cryer.
Ponía tanto cuidado en defender sus certezas como Simon en plantear sus dudas. La combinación no era siempre demasiado armónica.
– ¿Interrogaste a la familia? ¿A los Fancourt?
– ¡Dios mío, ojalá se nos hubiera ocurrido eso! Por supuesto que lo hicimos, maldita sea. David Fancourt y Laura Cryer llevaban separados varios años cuando la asesinaron. Estaban en proceso de divorcio y él estaba comprometido con su segunda mujer. No tenía ninguna razón para desear la muerte de Cryer.
– ¿La pensión alimenticia? ¿La custodia? -Había evitado mencionar el nombre de Alice. Aunque podía haber sido una coincidencia.
– A Fancourt no le falta precisamente el dinero. Ya has visto su casa. ¿Y por qué suponer que habría querido la custodia completa? Podía ver a su hijo tranquilamente y tenía un nuevo romance en el que pensar. Tener un crío alrededor todo el tiempo podría haber sido un freno para la pasión.
Charlie parecía comportarse como alguien que respondía a esas preguntas por primera vez, cosa que preocupaba a Simon.
– La familia habría cerrado filas -dijo él-. Siempre lo hacen, especialmente cuando hay un sospechoso principal como Beer en el horizonte. Es mucho más fácil presuponer que es un forastero.