– ¿Has estudiado para cocinero?
– Sólo hice un cursillo.
– Vaya, vaya, de las cosas que uno se entera…
Limpió el plato con el trozo de pan y atrapó las últimas migas. Luego se limpió meticulosamente la boca con la servilleta.
– Empezaremos por Krystallen, cada uno por un lado. Tocamos a diez casas. Esperaremos hasta después de las cinco, cuando la gente haya vuelto del trabajo.
– ¿Qué tengo que buscar? -preguntó Skarre mirando el reloj. Después de las dos estaba permitido fumar.
– Irregularidades. Cualquier cosa. Pregunta también por la Annie de antes, si opinan que cambió. Usa todo tu encanto y haz que se sinceren. Es decir, encuentra algo.
– Deberíamos hablar con Eddie Holland a solas.
– Lo mismo he pensado yo. Lo llamaré para que venga cuando haya pasado algún tiempo. Pero tienes que recordar que la madre está en estado de shock. Ya se irá tranquilizando.
– Los dos han hecho observaciones muy distintas de Annie, ¿no te parece?
– Supongo que siempre es así. Tú no tienes hijos, ¿no, Skarre?
– No.
Encendió el cigarrillo y sopló el humo hacia la derecha del jefe.
– La hermana habrá vuelto ya de Trondheim. También tenemos que hablar con ella.
Después de comer pasaron un momento por la Sección Técnica, pero nadie sabía nada nuevo sobre el anorak azul que cubría el cadáver.
– Importado de China. Se vende en todas las cadenas de precios bajos. El importador cree que han traído unos dos mil. Una bolsita de caramelos en el bolsillo derecho, una placa fosforescente y unos pelos rubios, posiblemente pelos de perro. Y no me preguntes por la raza. Por lo demás nada.
– ¿Talla?
– XL. Pero las mangas eran demasiado largas, estaban remangadas.
– Antes la gente llevaba etiquetas con su nombre en las chaquetas -recordó Sejer.
– Pues sí, en la Edad Media o por ahí.
– ¿Y la pastilla?
– Nada interesante, me temo. Simplemente una pastilla de menta, de ésas que están ahora de moda. Minúscula y tremendamente fuerte.
En realidad Sejer se sentía decepcionado. Una pastilla de mentol no decía absolutamente nada. Todo el mundo llevaba algo semejante en el bolsillo; él mismo llevaba siempre una bolsita de Fisherman's Friend.
Se metieron de nuevo en el coche. Ya había más tráfico en Krystallen, sobre todo niños con distintas clases de vehículos como triciclos, tractores, cochecitos de muñecas y un coche de madera hecho en casa por su propietario. Cuando aparcaron el coche de policía junto a los garajes, la policromada imagen del tráfico se congeló. Skarre no pudo resistirse a la tentación de comprobar los frenos de algunos de los vehículos y estaba convencido de que el dueño de un Massey Ferguson azul y rosa mojó el pañal de puro susto al oír comentar al policía que uno de los faros traseros estaba roto.
La mayoría había intuido que algo había pasado, pero no sabían exactamente qué. Nadie se había atrevido a llamar a la puerta de los Holland a preguntar.
Realizaron su cometido casa tras casa, cada uno por su lado de la calle. Una y otra vez tuvieron que contemplar la incredulidad y el susto en los rostros paralizados. Algunas mujeres empezaban a llorar, los hombres palidecían y guardaban silencio. Sejer y Skarre esperaban cortésmente un rato antes de empezar con sus preguntas. Todos conocían bien a Annie. Varias mujeres la habían visto en el momento de marcharse. Los Holland vivían en la casa más al fondo, así que tuvo que pasar por todas las viviendas para llegar a la calle. Durante años, excepto el último en que se estaba haciendo adulta, Annie había cuidado de sus hijos. Casi todos mencionaron su carrera en el balonmano y el asombro general cuando dejó el equipo, porque Annie era tan buena que el periódico local escribía sobre ella muy a menudo. Un matrimonio mayor recordaba que antes había sido mucho más vivaracha y extrovertida, pero atribuyeron el cambio al hecho de que se estuviera haciendo mayor. Había crecido muchísimo, dijeron. Antes era bastante baja y menuda, y de pronto empezó a crecer.
Skarre no visitó las casas por orden, sino que se encontraba en la casa color naranja. Resultó pertenecer a un soltero próximo a los cincuenta. En medio del salón tenía una barca de verdad con velas y todo. Al fondo podía verse un colchón y un montón de cojines, y en la borda había fijado un soporte para botellas. Skarre miró fascinado la barca, que era de un color rojo vivo, con las velas blancas, y por un instante recordó su propio piso y la ausencia de cualquier decorado fuera de la ortodoxia.
Fritzner no conocía bien a Annie, ya que no tenía hijos a los que ella pudiera haber cuidado, pero a veces la había bajado al centro en su coche. La muchacha solía aceptar la oferta cuando hacía mal tiempo, pero cuando hacía bueno le hacía señas para que continuara sin ella. Annie le gustaba. Muy buena portera, dijo gravemente.
Sejer se dirigió a continuación a la fila de casas de más adentro y llegó al número seis, donde vivía una familia turca. La familia Irmak estaba a punto de cenar cuando llamó a la puerta. Estaban sentados a la mesa, en medio de la cual se veía una nube de vapor que salía de una gran cacerola. El hombre de la casa, una figura majestuosa con camisa bordada, le tendió la mano. Sejer les contó que Annie Holland había muerto, que al parecer alguien la había matado.
– ¡Oh no! -dijeron asustados-, no puede ser verdad. Esa chica tan guapa del número uno, ¡la hija de Eddie! La única familia que los había recibido bien cuando se mudaron allí. Habían vivido en más sitios, y no habían sido bien acogidos en todas partes. ¡No puede ser verdad!
El hombre lo cogió del brazo y lo llevó hasta el sofá.
Sejer se sentó. Irmak no mostraba esa manera de ser dócil y sumisa que había observado en otros emigrantes, sino que rebosaba dignidad y fe en sí mismo. Resultaba liberador.
La mujer había visto a Annie al marcharse. Alrededor de las doce y media, pensaba. Iba andando tranquilamente a lo largo de las casas con una mochila en la espalda. No habían conocido a Annie de más joven, pues sólo llevaban cuatro meses viviendo allí.
– Chica como un chico -dijo, ajustándose el pañuelo que le cubría la cabeza-. ¡Grande! ¡Mucho músculo! -añadió bajando la vista.
– ¿Cuidó alguna vez de sus hijos?
Sejer dirigió la mirada a la mesa donde una niña esperaba pacientemente. Una niña callada, inusualmente guapa, conpestañas muy tupidas. Su mirada era profunda y negra, como el pozo de una mina.
– Queríamos pedírselo -se apresuró a contestar el hombre-, pero los vecinos dijeron que ya no le apetecía. Así que no quisimos ser pesados. Además, mi mujer está en casa todo el día y nos apañamos bien. Sólo yo tengo que marcharme todas las mañanas. Tenemos un Lada. El vecino dice que no es un coche de verdad, pero a nosotros nos sirve. Va y viene todos los días a la calle Poppels, donde tengo una tienda de especias. Por cierto, ese eccema que tiene usted en la frente desaparecería con especias. No especias del supermercado. Especias de verdad, de Irmak.
– ¿Ah sí? ¿Es posible?
– Limpia el sistema. Elimina el sudor más deprisa.
Sejer asintió, serio.
– ¿De manera que ustedes nunca tuvieron relación con Annie?
– No realmente. Algunas veces, cuando pasaba corriendo, yo la paraba y le amenazaba con la mano. Le decía: «Corres tanto que dejas atrás tu alma, chica». Ella se reía. Yo seguía diciéndole: «Yo te enseñaré a meditar. Correr por las calles es una difícil manera de encontrar la paz». Entonces se reía aún más y desaparecía en la curva.
– ¿Estuvo alguna vez dentro de esta casa?
– Sí. Eddie la envió el día que llegamos con una maceta para darnos la bienvenida. Nihmet lloró -dijo mirando a su mujer. En ese momento también lloraba. Se tapó la cara con el pañuelo y les dio la espalda.
Cuando Sejer se marchó, le dieron las gracias por la visita y le dijeron que sería bienvenido de nuevo en su casa. Se quedaron mirándole desde la entrada. La niña, que estaba colgada del vestido de la madre, le recordaba a su nieto Matteus, con sus ojos oscuros y los rizos negros. Fuera, en la calle, se detuvo un instante y miró a Skarre, que en ese momento salía del número uno. Se dijeron hola con la cabeza y volvieron a separarse.