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Entre en un piso estrecho y decorado con pesimo gusto. Parecia que padre e hija hubieran ido a una tienda de souvenirs, de esos tan horribles y los hubieran comprado todos, absolutamente todos, para esparcirlos al azar por la vivienda. La tele estaba puesta. El hombre tenia una mediana de cerveza abierta sobre la mesa del comedor.

– Pasa, pasa, Juan. ?Que quieres tomar?

Asi fue como me encontre cara a cara con aquel hombre.

Posiblemente, el hombre que habia ido a buscar a Elias para enterarse de que era aquello del chantaje.

Posiblemente, el hombre que le habia partido la cara a Elias y le habia quitado las pruebas del chantaje.

Posiblemente, el hombre que ahora mismo hacia el chantaje, con aquellas pruebas, al Pantasma, pero que en vez de cobrarle en copias de examen, le cobraba doscientas cincuenta mil pesetas.

Aquellas eran mis suposiciones pero, ?como podria confirmarlas?

?Preguntandoselo?

«Oiga, senor Longo, ?es usted quien…?»

6

La noche en que soltaron las fieras

– ?Que que quieres tomar! -repitio el hombreton, un poco brusco, devolviendome a la realidad.

– Ah, no se… Una coca-cola.

– Una coca-cola. ?Y tu, nena?

– No. Yo no tomare nada. -Fria y lejana como un iceberg de aquellos de la clase de Sociales.

El senor Longo se fue hacia la cocina. Desde donde estaba, podia ver que sobre la pila habia un monton de platos y cacharros grasientos por lavar. Senti compasion por Clara. Recorde cosas que habia averiguado y que no habia incluido en el informe. Que su madre se habia ido, hacia anos; que la nina se habia educado con los abuelos y su tia Teresa… Y que ahora se cumplian dos anos desde que ella habia decidido volver con su padre, aquel hombre cansado que se aburria.

Le observe mientras abria la nevera y sacaba una coca-cola, que destapo al lado del fregadero. Cuando vino a ofrecermela, vi que tenia un tatuaje en el brazo. Una bomba redonda con la mecha encendida, parecida al distintivo del arma de artilleria.

– Eres muy joven, ?no?

– Como yo -intervino Clara.

– No se si tendremos cena para tu amigo…

– No, no -hice yo.

– No, no -dijo Clara.

El senor Longo no se inmuto. Bebio un largo trago de cerveza, mirandome fijamente, como estudiando mi rostro con alguna intencion muy concreta, como si creyera conocerme y no supiera de que. Para no permanecer callado, dijo:

– Y los estudios, ?como van? ?Bien?

– Bueno, asi asa, ya sabe… -Trague saliva. Glup. ?Que hacia yo alli? Si habia entrado, era para que me aclarara mis dudas. «Preguntaselo», me repetia. Pero no me atrevia.

– ?Vas a la misma clase que Clara?

– Si… -«Diselo ahora. Vamos, toma carrerilla, dile: «Senor Longo…»

No llegue a abrir la boca. Tampoco se si realmente lo habria hecho. Antes de que pudieramos decir nada, yo o el, el estrepito de las veinticuatro horas de Le Mans entro por la ventana. Parecian miles de motores de tonos agudos y ofensivos, todos rugiendo al unisono, como terrorificos gritos de guerra de salvajes.

El Lejia, Clara y yo nos sobresaltamos. Poco a poco, pasado el susto inicial, comprendimos que eran motos, tres o cuatro a lo sumo, y que sus conductores se habian detenido en el descampado frente a los bloques y daban golpes de muneca al gas, provocando un fragor sincopado, espeluznante y ensordecedor.

– ?Lejia! -gritaron desde la calle-. ?Lejia! ?Sal a la calle, que te veamos, joder!

Reconoci la voz y se me encogio el corazon. Era el Puti.

Oi el ruido de una botella de cerveza estrellandose contra la pared.

– Es el Puti -dije, como aquel que hace corteses presentaciones en una fiesta de alta sociedad. Mire a Clara-: Preferiria que no se enterara de que estoy aqui.

Pero Clara no me escuchaba. Estaba pendiente de su padre, que ya se levantaba, ya iba hacia la ventana. Y volvia a oirse la voz del Puti:

– ?Lejia, cono! ?Sal o te quemamos la barraca!

El senor Longo salio a la ventana al mismo tiempo que abajo sonaba otro estruendo. Me parecio que alguien estaba golpeando la persiana metalica con una cadena.

– Papa, ten cuidado… -murmuro Clara.

– ?Basta! ?Basta ya! -grito el senor Longo, con su voz ronca y un tono energico que habria paralizado a un regimiento. Recorde que el senor Longo habia estado en la Legion-. ?Que os pasa?

Abajo se habia hecho un instante de silencio.

– ?Baja y te lo explicaremos! -grito el Puti.

El de la cadena continuaba golpeando la persiana metalica, crispando los nervios de todos.

– ?Que pares de una vez o te parto la cara, imbecil! -grito el senor Longo.

– ?Baja!

Empujado por un rapto de ira, el senor Longo se aparto de la ventana. Clara dijo: «Papa, papa…», siguiendolo hacia el pasillo. El hombre ya volvia y la aparto con brusquedad: «?Dejame!», dijo. Absolutamente aterrorizado, le vi aparecer con una barra de hierro de mas de un metro de largo.

– ?Lejia! -gritaban desde abajo-. ?Hijo de puta!

– Papa, papa -decia Clara.

El senor Longo bajo precipitadamente las escaleras. Clara corrio hacia la ventana, despues me miro a mi. Yo le dedique un gesto de impotencia. Ella se precipito por las escaleras, como si no hubiera visto a nadie donde yo estaba.

– Papa, papa -repetia.

– ?Que pasa? -rugia abajo el senor Longo.

– ?Que no nos gusta lo que le hiciste a nuestro amigo, Lejia! ?Que a nuestros colegas no se les toca!

– ?Que cono de amigos y amigos…! -protestaba el senor Longo.

Me los imaginaba. El Puti y los suyos, sobre las motos, con cadenas y nunchacus, rodando por el descampado, describiendo circulos, y Longo aguantando de pie, esperandoles con la barra de hierro. Se me antojo una imagen de western. Por lo visto, de vez en cuando un gracioso pasaba con la moto junto a la persiana metalica y la golpeaba con la cadena. Del tono y la inflexion de las protestas de Longo imagine que, a cada viaje, intentaba arrearle con la barra de hierro. Y mientras, hablaban.

Yo no me atrevia a asomarme a la ventana, pero no me perdia ni una silaba. Mis sospechas seguian confirmandose.

– ?De Elias, Lejia! ?Te estoy hablando de Elias! ?O quiza no te acuerdas? ?Es cierto o no que le diste una paliza?

– ?Y a ti que te importa lo que le hice o le deje de hacer!

– ?Elias es un colega, Lejia! ?Y tu lo sabes! ?Y tambien sabes que a los colegas no se les toca…!

– Pero, ?que dices? ?Si tu eres el primero en tratar a Elias como si fuera un trapo sucio!

– ?A los colegas no se les toca!

Pense que alli habia algo que no encajaba.

El senor Longo, a su manera, tenia razon. ?A que venia tanto alboroto si el Puti y sus amigos eran los primeros en maltratar a Elias?

Ate cabos: Pili me habia contado que Elias habia estado hablando apasionadamente con el Puti y los suyos. Que hablaban de algo que les interesaba a todos. Me imagine a Elias comprando el interes de los otros con una noticia muy valiosa.

No era necesario ser ningun genio para imaginar que era aquello tan valioso. Las pruebas que comprometian al Pantasma. Yo habia visto como el conserje pagaba doscientas cincuenta mil pesetas por aquellas pruebas. Por semejante cantidad, y todo lo que pudiera venir a continuacion, era muy posible que el Puti y su basca se pusieran en movimiento, aunque fuera a las ordenes de Elias Gual.

Pero, ?que podia ser aquello tan comprometedor?

Y, sobre todo, ?de donde sacaba doscientas cincuenta mil calas un pobre conserje de escuela publica?