Abajo continuaba el alboroto. Habian pasado a las palabras gruesas que, como gritos de guerra, no significaban nada y lo significaban todo. «Venid a por mi si teneis cojones», y cosas de este tono grosero. Empece a temer por la integridad del padre de Clara y estaba pensando en llamar a la policia (a saber como se lo tomaria aquella gente que alguien avisara a la pasma; posiblemente acabariamos todos en comisaria) cuando oi un ruido en la parte trasera del piso.
Clang, un cazo o una olla en la cocina.
Me quede helado.
Habia alguien mas en el piso. Alguien que abria una puerta, que llevaba una linterna, que avanzaba por el pasillo.
Claro: Ahora entendia por que el Puti se tomaba tantas molestias armando todo el tumulto en el descampado. Claro. Era una maniobra de distraccion que permitia que alguien entrara en el piso por la parte trasera y recuperara los documentos comprometedores.
?Jo, cuanto interes por estrujar al pobre Pantasma! ?Si lo supiera…!
Bien, me pregunte que podia hacer yo. Estaba alli clavado, aguantando la respiracion, tenso y con el corazon a cien.
Alguien abria una puerta. Se movia rapidamente. Cerraba. Abria otra. Revolvia papeles. Mientras, afuera, alguien recibia. Un golpe, un grito, un gemido. Una moto que caia al suelo y alli se quedaba, acelerada, rugiendo. Insultos que herian mis tiernos oidos. Un «ahora veras» terrorifico y un chillido de Clara. Un gemido del Lejia, el inicio de una batalla abierta. Con un ay en el corazon, pense que aquello podia acabar muy mal y que deberia hacer algo.
– ?Coge a la chica! -dijo alguien abajo.
Clara grito. Sus insultos se sumaron a los de su padre. Ahora era cuando debia intervenir yo. Me movi rapidamente…
… Y al pasar por delante del pasillo, vi perfectamente al intruso, y el intruso me vio a mi. De todas formas, yo ya sabia quien era. Haciendo un esfuerzo sobrehumano sonrei y dije, tan infantil como pude:
– Hola, Elias…
Salto sobre mi, me agarro por los pelos y tiro. Al mismo tiempo me exigia silencio con un imperioso «?Chsssttt!», y yo me quejaba haciendo «Ayayayay…» en voz baja.
En la penumbra del pasillo me vi envuelto por la violencia de aquel aprendiz de heavy que me sujetaba y me susurraba feroz al oido:
– ?Tranquilo, y a callar! ?Calla o te rajo!
Jope, llevaba una navaja, no me habia dado cuenta.
Le pedi que no, que no me rajara, moviendo la cabeza como si me hubiera cogido un temblor incontenible. Me empujo, lanzandome contra una butaca del comedor, y echo a correr hacia el fondo del pasillo.
Yo no podia perder de vista el sobre de papel de embalar que llevaba, medio arrugado, en las manos.
Claro, el habia salido con Clara. De ahi que conociera la casa. Sabia como entrar mientras el Puti y su banda distraian la atencion del personal en la parte de delante.
Tintinearon de nuevo las ollas de la cocina. Me imagine a Elias saltando por la ventana, deslizandose por una caneria o algo por el estilo. Bum, saltando al suelo, corriendo hacia su moto…
Hasta que no recupere el aliento, no volvi a oir la escandalera de las motos, las cadenas y los gritos del descampado. Bufe y permaneci indeciso un buen rato. No sabia que hacer.
Me di cuenta de que Clara lloraba y que alguien gemia, y que estaban golpeando un cuerpo blando.
«?Toma, toma y toma, para que aprendas!»
Sirenas de policia. Jope, lo que faltaba. Algun vecino habia llamado a comisaria.
Gritos abajo: «?La bofia! ?Larguemonos!» De nuevo el rugir de las motos. El fragor que crece y crece hasta ensordecerme, y despues se aleja y se aleja, dejando solos y bien audibles los sollozos de Clara durante unos segundos y, despues, un bullicio diferente.
– ?A ver, que ha pasado aqui, pedid una ambulancia, no le toqueis…!
Baje las escaleras. No estaba muy satisfecho de mi mismo. No creo que sea lo que se espera de un duro detective privado, eso de permanecer en la sombra mientras la gente se zurra. Pero, claro, yo no podia hacer nada. Y, ademas, habia averiguado casi todo lo que queria.
Habia un coche de policia. Otro habia salido volando, en persecucion de las motos fugitivas. Dos polis de uniforme mantenian a distancia a un grupo de personas que miraban con aprension. Clara llorando y su padre que, tosiendo y maldiciendo, se levantaba del suelo, donde habia estado tirado, cubierto de polvo.
– Estoy bien, dejadme, estoy bien…
En todo caso, no lo parecia. Tenia sangre en la cara y en las manos, y la camisa y los pantalones rotos; iba cubierto de polvo del pelo hasta los zapatos y no podia ni mover un brazo ni sostenerse sobre una de sus piernas. Se apoyaba en Clara.
– Pero, ?que ha pasado, Lejia? -le preguntaba un policia.
– Nada. Unos gamberros, que estaban de juerga.
– ?Les conocias?
– Nunca les habia visto. No son del barrio…
Hice un intento de acercarme a Clara, pero tampoco sabia que podia hacer o decir.
– Amigos de tu hija, ?no? ?Eran amigos tuyos…?
– ?No les conozco de nada! -dijo ella, en un tono duro, como un insulto. Pense que con un par de salidas como aquella podian meterla en la carcel.
La chica me miro y yo vi una infinita distancia entre ella y yo, como si hubiera un oceano de desprecio de por medio.
«?Tu no puedes entender!», me habia dicho.
Para ella, yo era un nino que jugaba y estorbaba en el preciso momento en que a ella la vida la obligaba a ser mas mujer que nunca. Me habria gustado entender algo, de veras. A fin de cuentas yo no habia acusado de nada al Lejia. Incluso me habria gustado ayudarles…
Me senti muy solo. Eche a andar, cabizbajo y pensativo, dejando atras la gente y los comentarios.
– Ya te dijimos que no te mezclaras con esos gamberros, Lejia. Que tienen malas pulgas…
– Es cosa mia.
– Entonces, ?que vas a hacer? ?Piensas poner una denuncia, o no?
– ?Pues claro que no! -se exaltaba el Lejia.
«Claro que no», repetia yo mentalmente.
– Claro que no les va a denunciar -comentaba una vecina-. Si es como ellos, todos son iguales. Todos han salido de la misma cloaca…
El Lejia habia tenido en su poder por unos dias las pruebas que tanto comprometian al Pantasma. Le habia salido bien: como minimo, habia ganado doscientas cincuenta mil pesetas. Ahora, Elias habia recuperado el sobre de papel de embalar.
Volviamos a estar donde estabamos al principio.
Pero no era lo mismo.
Volvi a casa tarareando el Without you, sobre todo aquel momento tan sentido, cuando Billy Ocean dice: Oh, I need you, girl, remember this.
Valia la pena estudiar ingles aunque solo fuera para entender cosas como aquella, que reflejaban perfectamente mis sentimientos.
7
El bar todavia no habia cerrado. Al contrario, en aquella noche de sabado parecia mas lleno que nunca de humo, de calor, de gente, de voces y de rumor de domino.
– ?Estas son horas de llegar? -me pregunto mi padre, agarrado a las palancas de la maquina de cafe-. ?Donde has estado?
– Jugando con los amigos -dije, mas solo e incomprendido que nunca.
– ?Has cenado? -pregunto mi madre, que estaba en la cocina preparando bocadillos.
– No.
– Hazte una tortilla. Yo tengo mucho trabajo.
Pili estaba sentada en el bar, chupando un polo e intentando entender el final de la pelicula de la tele, a pesar de todo el bullicio que la rodeaba.
Me hice una tortilla a la francesa. Abri una lata de esparragos y me fui a comerlo todo a mi despacho.
Entre una cosa y otra, me estaba deprimiendo. ?Despacho? ?Como podia llamar despacho a aquel reducto sin ventanas, polvoriento, atestado de cajas de bebidas, con una bombilla desnuda colgando del techo, una tabla de madera sobre dos caballetes como mesa, y montones de cajas de zapatos llenas de fichas de todos los chicos de la escuela?