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Clara capto el mensaje. Corto el esparadrapo con unas tijeras, rasc, rasc, rasc, y me vi libre.

– ?Que ha ocurrido? -quiso saber entonces.

HanidoalhospitalMataranaEliasDebemosimpedirlooAhorallamareunaambulanciaNotemolestesenllevarmelacontrariaHesopesadotodaslasposibilidades -asi se lo dije, todo seguido.

Crei que bastaria con esta explicacion. Pero no.

– ?Quien ha ido al hospital? -quiso saber ella.

Yo ya tenia el telefono en las manos. Algo en su tono de voz me paralizo el gesto. La mire, aun mas sorprendido por el destello de advertencia y de miedo de sus ojos. Asi nos quedamos los dos durante un largo segundo, escudrinandonos, haciendo la estatua. En este segundo, me pasaron miles de cosas por la cabeza.

«?Quien ha ido al hospital?», me habia preguntado. Y con eso queria decir: «?Ha ido mi padre?» O sea: «Apenas acabo de liberarte, ?y ya estas pensando en denunciar a mi padre?» En resumen: «No se que ha hecho, pero es mi padre, Juan. No lo olvides.»

Yo queria contarle que su padre traficaba con drogas, con heroina. Pero abri la boca para gritar:

– ?Han ido todos! ?El Pantasma les tiene dominados, les ha obligado! ?Si no hacemos nada, Elias puede morir! ?Tenemos que pedir una ambulancia para adelantarnos a ellos!

– Esta bien -dijo ella-. Vamos, date prisa.

Me senti un poco traidor por no hablar mas claro.

– Si -dije.

Marque las siete cifras iguales en el telefono, aquellas que habia visto en la ambulancia mientras Elias yacia sobre el asfalto. Engolando la voz y pronunciando con correccion, dije que necesitabamos una ambulancia, que habia un herido en el barrio, exactamente en la carretera de la Textil, alli en los Jardines.

– ?Es urgente! -conclui. Y corte la comunicacion.

– ?En la carretera? -pregunto Clara, desconcertada.

– ?Si, no te preocupes, lo tengo todo pensado! ?Vamos!

En aquel preciso instante, oimos la llegada de un coche. Ruedas sobre la grava, abajo.

– ?Mi padre! -adivino Clara.

– ?Corre!

– No, no… ?Espera!

Yo queria ir hacia el fondo del pasillo, por donde habia salido Elias el sabado y, por lo tanto, por donde suponia que tambien podriamos escapar nosotros. Pero Clara cogio un palillo y se precipito escaleras abajo hacia la puerta de entrada.

Adivine lo que estaba haciendo, y que lo estaba haciendo justo en el momento apropiado.

Al mismo tiempo que su padre iba a poner la llave desde fuera, ella metio el palillo desde dentro y lo rompio. Aquella cerradura ya la podian tirar. Ya no serviria para nada. La llave del Lejia no pudo entrar.

– Joder, que raro… -dijo mientras su hija volvia a subir, muy ligera y de puntillas.

Yo la observaba desde arriba y me parecio encantadora, como la protagonista de una novela de aventuras. Cogio de rondon un impermeable blanco con capucha y me sonrio.

– ?Vamos, vamos, vamos…!

Ahora si, nos fuimos hacia el fondo del pasillo, llegamos a la cocina, nos encaramamos al fregadero y salimos por la ventana que daba a la parte posterior del edificio. Un salto, ?hop!, y nos descolgamos hacia afuera, donde habia una cornisa y tambien una caneria, y despues un cobertizo con tejado ondulado de plastico verde.

Saltamos sobre ese tejado, mojado por la lluvia persistente, y de alli al suelo, y echamos a correr montana abajo, hacia los enclenques arboles del Parque. Nadie grito a nuestras espaldas ni arranco ningun coche ni sono ningun tiro.

Yo corria. Nervioso y preocupado por Elias, pero contento. Porque Clara, al impedir la inoportuna entrada de su padre al piso, habia demostrado que estaba de mi parte. Y, tonterias que se piensan en momentos como este, me decia que aquello era una demostracion de simpatia y confianza. O, al menos, eso era lo que yo queria pensar.

Atravesamos el Parque, corriendo viento en popa a toda vela, llenandonos los zapatos de barro y chapoteando en los charcos, subiendo un poco hacia la Montana. Despues bajamos por la pronunciada pendiente, salpicada de desmayadas chumberas y cactos, a lo que llamaban los Jardines, hasta la carretera de la Textil.

Ya debia de haber pasado una buena media hora desde que salieron los verdugos de Elias. Queria creer que habian tenido que detenerse por el camino para comprar batas blancas, que aun disponiamos de tiempo para atraparles, pero…

Habian pasado cinco o seis minutos desde que llame al hospital y aun no se veia ninguna ambulancia en la carretera.

– ?Que haremos ahora? -pregunto Clara.

– Me morire. O me pondre muy enfermo. Que me lleven al hospital, en ambulancia.

– Bien pensado.

La mire. Bajo la llovizna, con su impermeable blanco de capucha, me enamoro un poco mas. Se la veia mas serena que antes y, en cambio, yo senti un arrebato de emocion que, incongruentemente, me hizo pensar en Jorge Castell poniendo cara de cuelgue mientras me hablaba de Clara Longo en mi despacho.

Clara Longo me estaba diciendo:

– Ayer por la tarde, mi padre tuvo una reunion muy larga en el garaje, con gente que yo no conocia, y con el Puti y sus heavies. Bebieron mucho y hablaron a gritos y pude pescar algunas palabras aisladas desde mi habitacion. Oi que esta manana unos cuantos te seguirian desde tu casa, cuando fueras a encontrarte con Elias. No oi nada de que os quisieran hacer dano, ni a ti ni a el… -se excusaba, angustiada-. Te lo juro. El Pantasma tambien estaba presente. Decia que tenian que recuperar una foto, una foto que parecia muy importante. Les decia a todos que, si no la encontraban, no contasen mas con su colaboracion. ?Solo les oi hablar de la foto, Flanagan, tienes que creerme!

– Esta foto se ha convertido en una obsesion -comente.

Los dos bajo la lluvia, encogidos bajo nuestros impermeables.

– Despues -siguio-, mi padre me envio a casa de mi madre. Pero cuando esta manana me he enterado en la escuela de lo que le ha pasado a Elias, he temido por ti. Me he saltado la clase de Mates y te he buscado por todas partes. De hecho, no esperaba encontrarte en mi casa…

Decidi ser valiente.

– Tu padre ha ordenado que me llevaran alli.

– Y a el le ha obligado el Pantasma, ?verdad? -salto ella automaticamente, deseando que le dijera que si, que el Pantasma era el monstruo de la pelicula, el unico responsable de lo que estaba pasando.

De pronto comprendi que aceptar la culpabilidad del Lejia era demasiado fuerte para ella, y me parecio que bajo mis pies el barro se hacia mas blando y resbaladizo. Mire hacia arriba y abajo de la carretera, deseando que llegara la ambulancia de una vez y que tuviera que simular que estaba inconsciente, ahorrandome asi el dar mas explicaciones.

Pero la ambulancia no llegaba.

– Mi padre lo ha hecho -repitio ella con el corazon encogido – porque el Pantasma le obliga, ?verdad?

Bien. No me quedaba otra alternativa. Tarde o temprano tendria que afrontar la verdad.

– El Pantasma y tu padre trabajan juntos -me oi decir-. El Pantasma vende la heroina que le proporciona tu padre.

Clara abrio la boca. La cerro, la volvio a abrir. Sus ojos me odiaron.

– Embustero -dijo. Y reacciono gritando-: ?Es mentira!

– Es verdad -insisti, con la sensacion de estar cavando mi propia tumba-. Heroina. Caballo, como la llaman ellos. Son socios. Los dos en el mismo caballo. -No podia callar-. Si uno va a la carcel, le seguira el otro.

– ?Es mentira, mentiroso, embustero, mentiroso!

Y yo, imbecil de mi, presa del panico, tenia que seguir escarbando en la herida. Me salia una especie de agresividad hacia ella. No podia soportar que defendiera al Lejia porque, si lo defendia, si no le odiaba tanto como yo, aquello significaba que estabamos en bandos diferentes. Por eso no podia callar, aunque Clara hubiera empezado a llorar. Creo que los dos teniamos un ataque de histeria.