– ?Quietos! ?Atras! -grito-: ?Atras, atras! ?Esta jeringuilla esta cargada con potasio! Ya sabeis lo que le pasara al viejo si le inyecto, ?verdad?
Ya habia metido la pata. A la policia le gustaria saber que hacia en un hospital con una jeringuilla cargada de potasio; y su enfermera con un ladrillo en el bolso.
No me quede hasta el final del show. Cuando estaba en la parte mas emocionante, incluso con ribetes de comedia italiana, recorde que, aparte de salvar a Elias, tenia otra cosa que hacer.
Tambien queria hablar con el.
La flecha me guio por escaleras, rellanos y pasillos por donde me cruce con mucha gente que corria en direccion contraria, al reclamo de la jarana. Llegue a un pasillo muy largo, al final del cual habia una ventana de cristal rectangular y una puerta, tambien de cristal, de doble batiente.
UVI, decia en la puerta.
Antes de entrar, mire por la ventana. Solo pretendia asegurarme de que no me toparia con ningun medico o ninguna enfermera interesados en saber que hacia alli.
Entonces vi a Elias. Senti un escalofrio espeluznante y tuve que hacer un esfuerzo fisico para atreverme a empujar aquella puerta y entrar.
Nunca habia estado en una UVI. No habia visto nunca enfermos como aquellos, conectados a maquinas y frascos de suero. Parecia que bastaria con tropezar con alguno de aquellos tubos para robarle el ultimo aliento a cualquiera de aquellos desgraciados. Era espantoso verles, intensamente palidos bajo una luz cruda que les hacia la piel casi transparente. Ni vivos ni muertos, parecian hallarse en un estado intermedio ajeno a este mundo. Era como avanzar por un escenario de ciencia-ficcion.
De los tres ingresados, dos parecian estar en coma. Elias dormia. Me detuve a su lado, sintiendo un nuevo estallido de rabia contra quienes le habian hecho aquello a mi companero.
– Elias, Elias. ?Me oyes? -susurre, tocandole la espalda con un dedo-. ?Elias!
Con un ojo miraba aquel rostro vendado y lleno de moratones y, con el otro, el pasillo, al otro lado de la ventana, controlando que no se presentara ninguna enfermera. Como acostumbra a ocurrir en estos casos, me vinieron muchas ganas de orinar.
– ?Elias, jope! -alce la voz, impaciente.
Uno de los otros enfermos refunfuno, provocandome un susto de mil demonios.
Elias abrio los ojos como si los parpados le pesaran toneladas.
– Soy yo -le dije-. ?Flanagan, Juan, Anguera, el Anguila…!
Fruncio las cejas, mirandome en la penumbra, como exclamando: «Cuanta gente me ha venido a ver.» Por fin, consiguio enfocar la mirada.
– Flanagan… -la voz apenas si le salia de la garganta.
– La foto -dije excitado-. La foto del Pantasma. ?Donde esta?
– ?La foto?
– Si, la del chantaje, la del Pantasma. ?Recuerdas que dijiste que me la darias…?
– La foto… -murmuro, con lengua de trapo-. La tienes tu, Flanagan, la tienes tu…
– ?Que la tengo yo?
No hubo respuesta. Muy satisfecho de haber recibido mi visita, cerro los ojos y se durmio de nuevo.
– Eh -dije-. No hay derecho. ?Eh…!
Me parecio oir ruido en el pasillo. Me estaba poniendo enfermo de los nervios. No podia quedarme alli un minuto mas. Corri hacia la ventana, mire afuera. No se veia a nadie, pero se oian voces.
Sali corriendo. Volando. Un ascensor me llevo al aparcamiento subterraneo. Desde alli, no recuerdo como, pude salir a la calle.
Entre en el metro y me derrumbe en un asiento libre del primer tren sin hacer caso de la senora gorda que me miraba acusadora esperando que se lo cediera.
Nunca en la vida me habia sentido tan chafado. Todo yo era un crisol de emociones demasiado intensas. Clara («No lo se. No le conozco. Yo pasaba por aqui»), un fracaso. Mi investigacion, otro fracaso. La imagen de Elias malherido materializandose horriblemente («?Que te creias, Juan, que esto era un juego donde los muertos y los heridos lo eran de mentirijillas?»), su enigmatico mensaje (parecia que se habia especializado en dejarme mensajes enigmaticos antes de caer inconsciente o dormido), el hecho de saber que el Pantasma vendia la droga que le daba el Lejia…
… Todo junto me formo un nudo en la garganta, y tuve que apretar los dientes para no echarme a llorar.
La gente me miraba. Me di cuenta de que llevaba las manos sucisimas de sangre y barro, heridas y magulladas por un correazo del Piter y por el golpe de la ventana que me pillo los dedos. Y llevaba tambien trozos de esparadrapo pegados a la piel de los antebrazos. Mientras me los despegaba, me preguntaba que ocurriria a continuacion, y la primera respuesta fue: «Mama te echara una mano por haberte ensuciado tanto.»
Volvia a llover con cierta intensidad cuando sali del metro, en el barrio. O quizas habia estado lloviendo asi todo el rato y yo no me habia dado cuenta. No habia tenido tiempo para fijarme en aquellas minucias.
Me encamine hacia casa, atemorizado por la perspectiva de toparme con alguno de los amigos del Lejia por el camino. Volvia a notar el temblor en las piernas y aquellas palpitaciones tan y tan fuertes.
En un escaparate vi que tenia la cara llena de sangre, consecuencia de uno de los golpes que me habia propinado el Pantasma.
Cuando llegue a casa, me deslice hacia el interior, agachado entre la parroquia, confiado en pasar desapercibido.
– ?Que te has hecho, Juan? -pregunto mi padre, que servia cafe a los ultimos clientes que habian terminado de comer.
– He resbalado en el barro y me he caido -dije, manteniendome de espaldas a el.
– Y como te ha gustado, has aprovechado para revolearte un poco, ?no?
– Si, papa -dije.
Eche a correr escaleras arriba, hacia el piso. Me encerre en el cuarto de bano y me asee tanto como me fue posible.
Pili llamo a la puerta.
– Juan -dijo en un susurro complice-. Aqui hay algo para ti.
Abri la puerta.
– ?Que es?
– Ven -dijo.
La segui a su habitacion. Ella cerro la puerta con mucho misterio y saco un sobre de entre las paginas de un atlas.
Un sobre de papel de embalar. Un poco arrugado. Con mi direccion, sello y timbre de correos.
Se me paralizo la respiracion. «La foto la tienes tu», me habia dicho Elias. Ahora lo entendia. ?Acorralado como estaba, considero que lo mas seguro era hacermela llegar por via postal! Cerca de La Tasca habia un buzon. Un buzon que yo mismo habia utilizado como escondite.
Me temblaban las manos mientras sacaba la foto del sobre. Era en blanco y negro, como las demas. Habia sido tomada entre arboles, desde un escondite en algun parque de la ciudad. Las ramas eran sombras borrosas en primer termino, pero lo mas importante estaba perfectamente enfocado.
Se veia al Pantasma, vaya si se le veia.
Miraba hacia el objetivo como si hubiera oido un ruido, pero su expresion no era la de haber descubierto a nada o a nadie. Caso de que lo hubiera hecho, se habria puesto frenetico, porque tenia los pantalones bajados y se le veian las piernas, delgadas y nudosas.
Tambien se le veia aquella parte del cuerpo a la que el debia llamar, cuando estaba de broma, «la sardina».
Y en la foto tambien aparecia un nino, no mayor que yo.
Por fin, todo tenia sentido.
Elias siguiendo al Pantasma, Ramblas abajo, fotografiandole a escondidas en la Boqueria y caminando entre las prostitutas y merodeando por los locales de maquinas tragaperras. Es sabido que esos locales son territorio de caza para los aficionados a los menores. Me imaginaba al Pantasma haciendose un grupo de amiguitos, chavales dejados de la mano de Dios que harian cualquier cosa a cambio de unas monedas. Y veia claramente al Lejia diciendole al Pantasma: «Si no quieres que todos se enteren de tu vicio, tendras que distribuir caballo entre tus amigos.» Una buena clientela. Numerosos incautos dispuestos a todo y, sobre todo, lejos del barrio. Ah, si, porque el Pantasma se habia preocupado de dar salida a sus aficiones lejos de la escuela. No queria que le pasara como al conserje anterior, al que despidieron porque manoseaba a las ninas. Y el Pantasma tuvo que aceptar.