Mi amor propio estaba en juego.
A las dos y cuarto, el Pantasma salio de casa con la bolsa de plastico blanco con la inscripcion Lolita. No se le notaba en la cara que llevara doscientas cincuenta mil calas alli dentro. Tenia una expresion de lo mas normal.
A lo largo de la tarde, Elias no se puso en contacto con el. Al parecer, Elias tenia sus propios problemas.
Le dije a Pili que le siguiera a las cinco, cuando terminaran las clases.
– Si… Pero si va en moto, como el mediodia…
– Ve directamente a La Tasca. Asomate por alli para ver si se reune con el Puti… A ver que hacen…
– ?Y tu? -dijo ella. Era evidente que no le entusiasmaba la idea de tener que ir a La Tasca.
– Yo vigilare al Pantasma.
– ?Pero a quien estas investigando? ?Al Pantasma o a Elias?
– No lo se. Ahora ya no lo se.
En el taller de periodismo, Maria Gual se me acerco, mimosa, como si no nos hubieramos dado ninguna bofetada.
– ?Como tenemos el asunto, Flanagan?
– Interesante -dije. Y empece a explicarselo. A fin de cuentas, ella era la promotora de la investigacion -: He llegado a la conclusion de que si tu hermano aprueba los examenes…
– ?Vendras a la fiesta del sabado? -me corto.
– ?Que?
– El sabado. Pasado manana. Damos una fiesta. ?Vendras?
– Ah, no – ?como podia pensar en fiestas de sabado mientras teniamos aquel caso entre manos? ?O lo habia olvidado todo despues de la bofetada? En todo caso, quien no estaba dispuesto a olvidarlo era yo.
– Vendra Clara -dijo con aires de insinuacion.
– Razon de mas -desde que habia empezado a comercializar el informe Clara Longo Pella, me sentia un poco inseguro cuando Clara estaba cerca. No se si ello se debia a un sentimiento de culpabilidad o al instinto de conservacion. Bien, pues, como te decia…
– Ahora siempre salgo con Clara -insistio Maria-. Los chicos se fijan mas en mi si voy con ella.
– Esta bien -dije. Y me fui al otro extremo del aula.
A las cinco sali entre los primeros, le encargue a Pili que les dijera a nuestros padres que quiza llegaria un poco tarde, y me plante de centinela en la primera esquina, parapetado entre dos coches, simulando que esperaba a alguien.
Salieron los chicos, y despues los profes; aparecieron algunos padres que entretuvieron a los profes hablando de los chicos, y, hacia las cinco y media se vacio la calle y salio por fin el Pantasma, pulcro y parsimonioso, sin el guardapolvo gris. Vestia una chaqueta azul cruzada con botones dorados, pantalones negros, zapatos tan brillantes como su peinado, camisa blanquisima y corbata a rayas azules, grises y blancas. Con todo esto quiero decir que iba excepcionalmente elegante. Con un gusto un poco antiguo, pero elegante a su manera.
Y llevaba la bolsa blanca de Lolita. Con las doscientas cincuenta mil pesetas dentro.
A los dos nos sorprendio la repentina aparicion de Elias. Paro su moto junto al Pantasma y le dijo algo.
El Pantasma le contesto que se largara con la musica a otra parte. Elias se enfado, gesticulaba convulsivamente. De pronto, el Pantasma le agarro por la camisa y le grito a la cara. Y, en aquel momento, parecia el hombre mas peligroso de la tierra, y Elias era tan solo un pobre adolescente tembloroso, disfrazado de heavy y zarandeado por un energumeno.
– ?Que me dejes en paz! -oi-. ?Que las cosas han cambiado! ?Que se acabo lo que se daba!
Lo empujo contra unos coches aparcados y continuo caminando, muy digno. Elias, con la dignidad hecha anicos, no se atrevio a moverse ni a rechistar.
Yo cruce a la otra acera y pase corriendo, piernas para que os quiero, confiando en que Elias no me viera y no descargase en mi toda la frustracion provocada por el conserje.
El Pantasma subio sin prisas hacia el Centro, procurando pisar siempre sobre lugares asfaltados para no ensuciarse los zapatos. Le di un poco de ventaja y le segui. No era la primera vez que seguia a alguien y conocia algunos trucos que daban resultado.
Mas que al sujeto en cuestion, que iba unos veinte metros por delante, yo observaba posibles escondites, por si el perseguido se volvia de repente. Pero la experiencia te ensena que la gente no acostumbra a volverse continuamente cuando va por la calle, lo que facilita las persecuciones y el transito en general.
De modo que ambos llegamos al metro sin ningun problema. Alli, confundido entre la gente, aprovechando que no soy demasiado alto, desde el otro extremo del vagon, procure no perder de vista la bolsa blanca de Lolita.
Era el momento de las reflexiones. Estaba claro que el chantaje que Elias le hacia al Pantasma se habia ido al cuerno. Algo habia cambiado. Al dia siguiente, Elias suspenderia el examen de Mates.
Bajamos en plaza Catalunya. El primero. Yo despues, cuando las puertas estaban ya a punto de cerrarse.
Salimos a la rambla de Canaletas. Las multitudes continuaban favoreciendome.
Mientras esperaba que cambiara el semaforo para cruzar hacia donde se halla el bar Nuria, el Pantasma consulto su reloj. Cruzo y entro en una cerveceria que no tenia puertas en aquella epoca del ano. Yo le podia observar tranquilamente desde el paseo central de la Rambla.
El Pantasma dejo la bolsa blanca en una percha que quedaba por encima de su cabeza. Aquello me extrano. La bolsa de Lolita quedo bien visible, como una bandera sobre la madera oscura que recubria las paredes del local.
El Pantasma miro de nuevo su reloj. El camarero le trajo una cerveza. Pasaron tres minutos. El Pantasma consulto de nuevo la hora, bebio cerveza y miro su reloj por cuarta vez.
Estaba nervioso y me estaba poniendo nervioso a mi.
Ambos estabamos obsesionados por las doscientas cincuenta mil pesetas que habia en el interior de la bolsa.
Por fin, despues de una nueva mirada al reloj, se levanto, hablo un instante con el camarero, que le indico algo: «al fondo, a la derecha», y hacia alli se fue el Pantasma, dejando sola la bolsa de Lolita, llamando la atencion desde lo alto de la percha.
Entonces entro otro hombre en el local. Llevaba una bolsa azul, blanca y amarilla muy chillona, donde se leia Oasis. La dejo en el mismo perchero, justo al lado de la de Lolita.
El hombre lucia gafas oscuras. Pelo castano rizado, piel quemada por el sol, como si se hubiera pasado el invierno en una estacion de esqui; cazadora de cuero, modelo italiano, ultima moda y pantalones muy modernos, abombados en la cadera, con pinzas. Hablo brevemente con el camarero. Parecia desenvuelto y simpatico. Muy extrovertido, se rio al enterarse de que no era aquel el local que buscaba. El camarero salio a la calle y senalo hacia arriba, hacia el otro lado de la plaza Catalunya. «Ah», hizo el Moreno de la Nieve. Volvio hacia el perchero…
… Cogio con toda naturalidad la bolsa de Lolita…
… Y salio caminando con unas zancadas, muy, muy largas.
Aquello era muy importante. No sabia en que sentido, pero lo era. Ya sabia donde encontraria al Pantasma si lo necesitaba. Ahora necesitaba saber a donde iban a parar aquellas doscientas cincuenta mil pesetas.
Corri siguiendo al Moreno. El tio, caminando, casi iba mas rapido que yo corriendo. Cruzamos Pelayo, pasamos por delante del bar Zurich y del cine Catalunya, y giramos por Bergara.
Alli hizo senales a un coche. Un Opel Kadett. Dentro le esperaba alguien. Una mujer con una exuberante melena rizada.