Después, todos sin excepción debieron plegarse a una sola comida diaria y pronto nos tocó comer carne de caballo, cosa que a las damas les provocaba más arcadas de asco que buen gusto. ¡Ah, las mujeres…! precisamente las damas de Cawnpore, para mejorar el abastecimiento, renunciaron al componente más preciado de su atuendo: se despojaron de los calzones y de sus corpiños para hacer los tacos de las balas. Hasta que la situación se hizo desesperada. No había agua, excepto la que podía lograrse en un pozo ubicado fuera del campamento.
Pero los soldados que intentaban conseguirla, morían en la empresa. O morían de insolación, porque allí la temperatura llegaba a los cincuenta y ocho grados. Un pozo seco que teníamos dentro del recinto fue utilizado como sepultura de los cadáveres. Todo se incendiaba: los edificios, los abastecimientos médicos, el alma, todo.
Un mes más tarde, los cipayos pidieron una tregua y nos ofrecieron paso libre por agua hacia Allahabad, una ciudad que estaba a ciento sesenta quilómetros río abajo. Aceptamos.
La evacuación se inició dos días después, al amanecer del veintisiete de junio, en cuarenta navíos vigilados atentamente por los cipayos armados. Pero apenas subió el último inglés a bordo, los tripulantes nativos saltaron al agua y a continuación los cipayos abrieron fuego sobre las embarcaciones, todavía amarradas a la costa. A la media hora, los barcos estaban incendiados y el río cubierto de cadáveres y mujeres y niños que se ahogaban. Y lo que no lograba el agua, lo hacían ellos, pues los jinetes indios se metían en el río y sableaban sin piedad a los sobrevivientes.
Salvo unos veinte hombres que lograron escapar, todos fueron muertos.
Como es obvio, yo fui uno de los fugitivos; y el fantástico teniente Rupert Coates, de quien nos despedimos para siempre en el buque que se lo llevó a las costas de Dover.
Más tarde supe que un grupo de mujeres y niños fueron llevados a una casa de adobe cercana a la costa y mantenidos allí varios días en un calor sofocante, hasta que varios hombres, entre ellos algunos carniceros de profesión, entraron en la casa con sables y cuchillos y exterminaron a todos los prisioneros. Los cuerpos desmembrados fueron arrojados a un pozo próximo que, según se afirma, se llenó.
Mientras tanto, yo fui arrojado por la fortuna al sitio de donde nunca debí moverme.
Para las Navidades del cincuenta y siete, ya estaba nuevamente en Gibraltar brindando por las grandezas del Imperio y pronto para las experiencias que hoy estoy viviendo junto a usted… Prepárese para el horror, mi amigo. Que yo sepa, desde Tiro a Masada, pasando por la aventura de Taras Bulba en Kiev, hasta Cawnpore, ningún sitio llegó a su fin sin que hubiera atroces humillaciones para el vencido… Y los aborígenes de Paysandú no tienen aspecto de triunfadores… concluyó Raymond Harris con la sorna que jamás lo abandonaba.
A continuación flexionó los brazos, se puso de pie y miró hacia afuera por el ventanuco. Pero ya todo estaba oscuro y silencioso, extrañamente cargado de medianoche.
Sin moverse de su asiento, muy próximo al camastro donde Hermes Nieves agonizaba, Martín Zamora permaneció largo rato anonadado por la historia del inglés, sin perder de vista su silueta dibujada a la luz del pequeño farol de aceite.
– Usted es un hombre sin fortuna, don Harris… Quiera Dios que salga bien del interrogatorio… -dijo Martín Zamora.
32
“En la ciudad de Paysandú, a siete de noviembre de mil ochocientos sesenta y cuatro, se presentó don Raymond Harris, a quien se interrogó por orden del señor Comandante Militar del Departamento.
Preguntado: Por su nombre, patria, edad y profesión, dijo: llamarse Raymond Harris, de treinta y cuatro años de edad, inglés y capitán de caballería del Regimiento de Blandengues del Ejército de Buenos Aires y últimamente al servicio de Venancio Flores en el Escuadrón Mayo.
Preguntado: Cómo es que se hallaba en el ejército de los anarquistas, siendo así que pertenecía al de Buenos Aires, dijo: que hallándose en servicio activo en el referido regimiento, el Ministro de la Guerra argentino invitó a los jefes y oficiales del cuerpo a que pertenece, a que fuesen a formar parte del ejército de Venancio Flores, prometiéndoles ser recompensados por su comportamiento y que el declarante aceptó como lo hicieron muchos, pero siempre con la intención de pasarse a las fuerzas del gobierno del Uruguay.
Preguntado: Si hace mucho tiempo que se hallaba en servicio con Flores, dijo: Que tres meses y días.
Preguntado: Quién le pagaba su sueldo y en dónde revistaba, dijo: Que durante el tiempo que ha estado con Flores no se le ha pagado ni ha revistado, pues el Ministro de la Guerra de la República Argentina le dio su baja de dicho ejército sin haberla solicitado.
Preguntado: Cómo se llama el jefe de su cuerpo en el ejército de Venancio Flores y de cuántos elementos se componía, dijo: Que era el sargento mayor Francisco Belén y que el escuadrón tendrá setenta hombres.
Preguntado: Si el ejército de Flores está bien o mal armado y si sabe el declarante si su parque está bien provisto o no, dijo: Que el ejército está bien armado. Que el parque consiste en seis carretas con armamento y municiones.
Preguntado: Qué tiempo hace que se separó del ejército de Flores y en qué lugar, dijo: Que se vino el nueve de noviembre desde las proximidades del arroyo Sacra, adonde había ido a inspeccionar con una avanzada para establecer allí el campamento del ejército sitiador.
Preguntado: En qué estado de moral y disciplina se encuentra el ejército de los anarquistas, dijo: que son muy novatos y con muchos negros esclavos con una desmoralización completa.
Preguntado: si sabe si Flores pensaba desmontar gente para infantería, dijo: Que sí, que le había oído decir al mismo Flores en una reunión de jefes y oficiales, con el objeto de adoptar una decisión para desmontar caballería, haciéndoles saber la necesidad que tenía. Que si no conseguía formar un batallón de voluntarios tomados de los cuerpos del ejército, haría desmontar su propia escolta y la división de Gregorio Suárez.
Preguntado: Si tiene armamento suficiente para la fuerza que piensa Flores desmontar, dijo: Que sí, que tiene como ochocientos fusiles.
Preguntado: Si estos voluntarios que cita son vecinos de esta población y si los conoce, dijo: Que sí, que algunos eran vecinos del puerto de esta ciudad y los más extranjeros.
Preguntado: Si conoce a alguna de sus casas, dijo: Que no.
Preguntado: Si tiene algo más que agregar acerca de lo que se le ha interrogado, dijo: Que sí, que estando en el ejército de Flores oyó que había algunos italianos residentes en el puerto de esta ciudad, que tenían dos cantones en el pueblo, uno de ellos frente a la trinchera de la calle Real, con el pretexto de defender sus intereses.
Preguntado: Si sabe la forma en que se comunican esos italianos con el ejército de Flores, dijo: Que no, pero que había oído decir que la mayoría de las veces a través de un abogado de la misma nacionalidad, con la misión de permanecer dentro de la ciudad hasta nueva orden.
Leída que le fue esta declaración, fue preguntado si lo que se le acaba de leer es lo mismo que ha declarado y si tiene algo que quitar, dijo: Que no, que era su propia declaración y que lo dicho es la verdad en lo que se afirma y ratifica. Y para que conste la firmó conmigo y el Jefe del Detall.
Raymond Harris
Luca del Piero
Mayor Larravide”
33
28 de noviembre
Tal vez el inglés tuviese razón y ambos, cada cual a su modo, sobreviviesen al cruento sitio de Paysandú, pero ese solo hecho no alcanzaría para convertir a ninguno de ellos en un personaje memorable.
Más aun, de no haber sido incluido en los escritos de prisión de Martín Zamora, aquel inglés hubiese quedado relegado sin remedio, desde su entierro intrascendente en el pasado siglo, a un olvido sensato y sin llanto alguno.