– Sí, ¿verdad? Estoy tan de acuerdo con usted. Con todo, su argumento es que la familia de la víctima de un crimen deberá exponerse necesariamente a una investigación meticulosa de ahí en adelante, y eso puede ser una carga terrible. Si uno muere por otras causas, entonces… -Yngvar extendió las palmas frente a sí- ya pasó todo. La familia se ahoga en condolencias y nadie pregunta nada. Al contrario, mi esposa sostiene que los decesos por causas naturales tienen el efecto de un lacre para todo tipo de secretos de familia, e insiste en ello. En cambio, cuando alguien muere víctima de un crimen… -Bonachón, meneó la cabeza e introdujo una llave imaginaria en una cerradura invisible-. Todo tiene que salir a la luz y ser expuesto. Eso es lo que ella quiere decir. No es que yo esté de acuerdo, como dije, pero el argumento tiene su lógica, ¿no le parece?
Lukas entrecerró los ojos sin dar señales de estar o no de acuerdo. Yngvar le sostuvo la mirada.
– Se me ocurre -dijo de pronto Lukas, y se inclinó sobre la mesa que los separaba- que lo que usted trata de decirme es que existen secretos en mi familia que pueden aclarar por qué mi madre fue apuñalada y asesinada en la calle. -El tono de voz se hizo agudo al final de la frase-. ¡Como si fuera ella quien tuviese la culpa! Como si mi madre, la más amable, la más atenta…
La voz se le cortó y comenzó a llorar. Yngvar se quedó sentado en completo silencio, la taza de café en la mano derecha y una pluma balanceándose entre el índice y el dedo medio de la izquierda.
– Mamá no tenía secretos -dijo Lukas, desconsolado, y se pasó el dorso de la mano sobre los ojos-. Mi madre no. Ella no.
Yngvar siguió sin decir nada.
– Mis padres se querían incondicionalmente -continuó Lukas-. Seguro que tenían sus enemigos, como todos, pero estaban casados desde que tenían diecinueve años. Son… -sollozó mientras hacía un cálculo mental-, ¡son más de cuarenta años! Estuvieron casados más de cuarenta años, y usted viene ahora y me dice ¡que debe de haber un montón de secretos entre ellos! Es…, es…
Yngvar tomó unas notas rápidas en el bloc que tenía frente a sí y lo empujó para que se cayera al suelo. Cuando lo recogió, lo devolvió a su lugar con el texto hacia abajo.
– Es una falta de respeto -dijo Lukas tajante-. Insinuar que mi madre tenía…
– Lamento sinceramente si lo interpreta como una falta de respeto -dijo Yngvar-. No es mi intención. Pero es interesante que usted se ponga a hablar directamente del matrimonio de sus padres cuando yo menciono de manera totalmente fortuita que todo el mundo posee experiencias particulares que no desea compartir con otros. Cosas que hicieron. Cosas que dejaron de hacer. Quizás algo que les creó enemigos. Alguien que lastimó a otro. Por supuesto, eso no significa necesariamente que…
Dejó la frase colgando en el aire, con la esperanza de que fuera lo suficientemente trivial.
– Ni mi padre ni mi madre tienen enemigos -dijo Lukas, que trató de recomponerse-. Mamá era considerada, muy por el contrario, una mujer conciliadora, una pacificadora. Tanto en su vocación como en su vida privada. Nunca me mencionó nada acerca de que alguien quisiera quitarle la vida. Es simplemente… -Tragó saliva y se alisó el cabello repetidamente con los dedos-. En cuanto a papá, entonces… -Tomó aliento, como en un bostezo-, Papá estuvo siempre a la sombra de mamá. -La voz cambió en el momento en que exhaló despacio. De inmediato pareció resignado. Era como si hablase consigo mismo-. Es bastante evidente. Mi madre con su carrera, y papá que nunca llegó más allá de una licenciatura. Él no hubiera querido…
Se quedó callado otra vez.
– ¿Cómo se conocieron? -preguntó Yngvar con cuidado.
– En el colegio.
– High school sweethearts -dijo Yngvar, que sonrió débilmente.
– Sí. Mamá se comprometió a los dieciséis. Venía de una familia de obreros, gente muy común. Su padre trabajaba para BMV.
– ¿En Alemania?
Yngvar hojeaba asombrado la carpeta que tenía frente a sí.
– No. BMV, no BMW. Bergen Mekaniske Verksted. Era miembro de MKP y ateo declarado. Mamá fue la primera de su familia que cursó la secundaria. A mi abuelo le costó aceptar que su hija estudiara Teología, pero al mismo tiempo estaba tremendamente… orgulloso de ella. Por desgracia, no vivió tanto como para verla como obispo. Hubiera… -Se encogió de hombros-. Papá, por otro lado, venía de un ambiente totalmente académico. Mi abuelo…, mi abuelo materno, era profesor de Historia. Comenzó en la Universidad de Oslo. Se mudaron a Bergen cuando mi padre tenía ocho o diez años. Mi abuela era profesora de secundaria. No era muy común en esa época que una mujer… -Se interrumpió otro vez-. ¿Sabe? -dijo al final.
Yngvar esperó.
– A papá lo veían de algún modo como a un…, ¿cómo decirlo? ¿Debilucho? -Dejó escapar un sollozo cuando pronunció la palabra y de nuevo comenzaron a brotarle las lágrimas-. Lo que no es de ninguna manera así. Es un padre maravilloso. Inteligente y culto. Muy considerado. Pero nunca logró…, hacer todo…, se volvió así como…, ¿sabe?, sus padres habían depositado grandes esperanzas en él. Ilusiones. -Sollozó y se pasó la mano por los labios-. Papá es más reflexivo de lo que lo era mamá. Religioso, es… más estricto, de alguna manera. Le fascina el catolicismo. De no haber sido por el trabajo de mi madre y su punto de vista, probablemente se hubiese convertido hace tiempo. En el otoño mamá estuvo en un congreso ecuménico en Boston y papá la acompañó. Visitó todas y cada una de las iglesias católicas de la ciudad. -Lukas vaciló un momento-. También es más estricto consigo mismo de lo que era mamá. Nunca se sobrepuso del todo por haber decepcionado a sus padres. Es hijo único, ya sabe.
Dijo esto último con una expresión que pretendía aclararlo casi todo.
– También usted, por lo que veo.
Yngvar miró de nuevo sus papeles, le dio la vuelta al bloc y escribió con rapidez un par de frases.
– Sí.
– Y tiene… ¿veintinueve años?
Yngvar se sorprendió cuando vio la fecha de nacimiento en los papeles. El día anterior había creído que el hijo de la obispo andaba por la mitad de la treintena.
– Sí.
– Sus padres habían estado casados durante catorce años cuando usted nació.
– Estudiaron durante mucho tiempo. En todo caso mi madre.
– ¿Y no tuvieron más hijos?
– No que yo sepa.
De nuevo la cautela ácida. Yngvar sonrió con encanto y preguntó deprisa:
– Cuando usted dice que se querían mucho, ¿en qué se basa?
El hombre parecía francamente sorprendido.
– ¿En qué…? No lo entiendo.
Siguió sin esperar respuesta.
– ¡Saltaba a la vista cientos de veces cada día! La manera en que hablaban, las experiencias que compartían, todo…, por Dios, ¿qué tipo de pregunta es ésa?
Su mirada era casi amedrentadora, con los ojos enrojecidos y bien abiertos. Súbitamente se puso rígido y dejó de respirar.
– ¿Sucede algo? -preguntó Yngvar después de unos segundos-. ¡Lukas! ¿Le sucede algo?
El hombre exhaló despacio el aire que había atrapado en los pulmones.
– Migraña -dijo en voz baja-. Acabo de empezar a tener alteraciones visuales. -La voz era monótona y parpadeó un momento-. Veo un resplandor en un lado de… -Levantó una mano y la colocó como una barrera entre el ojo izquierdo y el derecho-. Eso significa que dentro de veinticinco minutos me atacará un dolor de cabeza tan espantoso que no se lo puedo describir. He de irme. Tengo que regresar a casa.
Se puso de pie con tanta brusquedad que la silla cayó al suelo. Perdió el equilibrio un momento y apoyó una mano en la pared. Yngvar miró el reloj. Había reservado todo el día para esta conversación, que bien mirado acababa de comenzar. Si bien ya había obtenido suficiente como para reflexionar, le era casi imposible ocultar la irritación que sentía por tener que interrumpirla. No tenía ninguna importancia. Lukas Lysgaard parecía perdido para el mundo.