– Lo llevaré a casa -dijo despacio-. ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
– No. Casa. Ahora.
Yngvar cogió el abrigo de Lukas de una percha en la pared. El hombre no hizo siquiera el gesto de ponérselo. Simplemente lo agarró y se marchó con rapidez hacia la puerta. Yngvar dio un par de pasos rápidos y llegó antes que él.
– Entiendo que no se encuentra bien -dijo, la mano sobre el picaporte-. Vamos a interrumpir esta conversación hasta un momento más apropiado. Pero hay una pregunta que lamentablemente debo hacerle. Ya la escuchó usted ayer.
El hombre no hizo siquiera un gesto. Parecía que casi no sabía que Yngvar estaba en la habitación.
– ¿Qué hacía su madre caminando por la calle tan tarde en Nochebuena?
Lukas Lysgaard levantó la cabeza. Miró a Yngvar directamente a los ojos, se mojó los labios con la lengua y tragó saliva de una forma ruidosa. Era evidente que le costaba un esfuerzo enorme sobreponerse al dolor que sabía inminente.
– No lo sé -dijo-. No tengo la menor idea de por qué mi madre estaba caminando por la calle.
– ¿Solía pasear por las noches? ¿Antes de irse a dormir? Quiero decir, ¿era común que ella…?
Lukas no se había liberado aún de su mirada.
– Debo ir a casa -contestó agitado-. Ya. No tengo idea de hacia dónde iba mi madre ni de lo que estaba haciendo. Lléveme a casa. Por favor.
«Mientes -pensó Yngvar, y abrió la puerta-. Puedo ver que mientes.»
– Es la verdad -dijo Lukas Lysgaard, que tropezó al salir al pasillo.
– No hubieras podido mentir aunque te hubiesen pagado por hacerlo -se rio Line Skytter recogiendo las piernas sobre el sofá.
– Eso no es justo -dijo Inger Johanne, y para su sorpresa sintió que la acusación la molestaba-. ¡De hecho, me especializo en mentiras!
– En las de los otros, sí. Pero no en las tuyas. Si hubieses comprado cerdo en Rimi y le hubieses dicho a tu madre que era de Strøm Larsen, tu nariz hubiese crecido hasta Sognsvann. Hiciste bien en elegir el bacalao.
– No lo suficientemente bien para mamá -murmuró Inger Johanne dentro de su copa.
– Olvídate de eso -dijo Line, entregada-. Tu madre es superdulce. Hábil con las niñas y más que amable. Sólo algo… incontinente en sus emociones. Lo que piensa tiene que salir de su boca de inmediato. Olvídate. ¡Salud!
Inger Johanne levantó la copa y recogió las piernas. Su mejor y más vieja amiga había aparecido en la puerta hacía una hora, con dos botellas de vino y tres DVD en una bolsa. Un asomo de irritación la atrapó durante unos minutos; en el fondo se había alegrado ante la posibilidad de pasar otra noche sola frente al ordenador. Ahora estaban ambas sentadas, cada una en un extremo del enorme sofá, e Inger Johanne no podía recordar cuándo había sido la última vez que había descansado de aquella manera.
– Por Dios, qué cansada estoy.
Sonrió con un largo bostezo.
– No me doy cuenta hasta que me relajo.
– ¡Pero has de mantenerte despierta! Veamos…
Line rebuscó en la pila de DVD que reposaban sobre la mesa.
– Primero Algo pasa en las Vegas. El tío este, Ashton Kutcher, es increíblemente dulce. Y no vale criticar. ¡Ahora se trata solamente de divertirnos!
Le dio una patadita a Inger Johanne, que levantó la cabeza, rendida.
– ¿Cuánto tiempo pierdes en esto? -preguntó.
– No seas tan relamida. ¡A ti también te gusta!
– ¿Te parece que podemos ver, por lo menos, Dagsrevyen antes? ¿Así tenemos algún tipo de base real antes de meternos en esa sopa de melaza?
Line se rio y levantó otra vez la copa en un gesto aprobatorio.
Inger Johanne encendió el televisor usando el mando a distancia y atrapó justo los últimos segundos del titular. El primer titular era el esperado: «La obispo Eva Karin Lysgaard asesinada en plena vía pública. La Policía todavía no tiene pistas sobre el caso».
– ¿Qué? -preguntó Line, consternada antes de enderezarse en el sofá-. ¿La mataron? ¿Qué diantres…?
Apoyó los pies en el suelo, dejó la copa frente a sí y se inclinó hacia delante apoyando los codos en las rodillas.
– Ya ha salido en las noticias de Internet, y la radio lo ha estado diciendo durante todo el día -dijo Inger Johanne, y subió el volumen-. ¿Dónde has estado?
– Fui a esquiar -dijo Line Skytter-. Anoche oí que había muerto, pero nada acerca de que la habían…, ¡ufff!
Christian Borch vestía un traje oscuro y parecía muy serio.
La Policía ha confirmado hoy que la obispo de Bjørgvin, Eva Karin Lysgaard, fue asesinada en la noche del 24 de diciembre. Ayer se dio a conocer que la obispo Lysgaard había fallecido, pero las circunstancias de su deceso no se hicieron públicas hasta hoy por la mañana.
La imagen cambió del estudio a una lluviosa escena en Bergen, donde un reportero hizo un resumen del caso, en lo que en líneas generales fueron dos minutos de naderías.
– ¿Por eso ha viajado Yngvar? -preguntó Line de pronto, dirigiendo la mirada hacia su amiga.
Ella asintió con la cabeza.
Hasta donde hemos podido averiguar, la Policía aún no tiene pistas.
– Lo que quiere decir que tienen un montón de pistas -dijo Inger Johanne-. Eso sí, sin tener idea de adónde conducen.
Line la acalló con un gesto. Sentadas en silencio, vieron toda la información que dieron sobre el caso, que duró casi doce minutos. La llamativa extensión no se debía solamente a la carencia de noticias en la víspera de Navidad. Esto era algo especial. Se podía ver en la cara de cada uno de los entrevistados: en los policías, en el personal de la iglesia, en los políticos y en los transeúntes casuales que eran interpelados en plena calle. Todos dejaban constancia de una emoción que los noruegos no acostumbran a mostrar en público. Muchos tenían problemas para hablar y algunos rompían a llorar en medio de la entrevista.
– Es casi como el día en que murió el rey Olav -dijo Line, y apagó el televisor.
– Bueno…, él murió de viejo, tranquilo, en su cama.
– Sí, claro, pero el… estado de ánimo general, tan parecido. ¿A quién se le ocurriría quitarle la vida a semejante mujer? Era tan… amable, ¡tan buena!
Inger Johanne recordó que ella había reaccionado exactamente igual hacía dos días. Eva Karin Lysgaard no sólo había parecido una buena persona, sino que había tenido evidentes dotes diplomáticas. Teológicamente se encontraba en el punto medio del complicado paisaje que configuraba la Iglesia noruega. No era ni radical ni conservadora. En lo referente a la cuestión de la homosexualidad, que había suscitado una gran polémica en el seno de la Iglesia a lo largo de muchos años y que empujaba continuamente a Noruega hacia una constitución laica, ella había sido la principal arquitecta que estaba detrás de la delicada alianza: debía hacerse un lugar para ambas posturas. Personalmente no tenía inconveniente en bendecir a los homosexuales, pero al mismo tiempo había luchado con empeño por el derecho de los opositores en su parroquia a rechazarlos enfáticamente. La obispo Lysgaard aparecía como abierta e integradora, una representante típica para los seguidores de una iglesia estatal amplia y popular. Nada que ver con ella. Muy por el contrario, Eva Karin tenía serias dudas con respecto a la falta de dirección en la Iglesia y no perdía ocasión para dejar bien a las claras cuál era su punto de vista.
Siempre amable. Siempre calma y con una subrepticia sonrisa que limaba los bordes de una u otra palabra afilada que pudiese escaparse en las contadas ocasiones en que Eva Karin Lysgaard se dejaba llevar por la emoción.
Lo que sucedía normalmente en relación con la cuestión del aborto.
Eva Karin Lysgaard era extremista en una sola cuestión: se oponía al aborto. Entera, totalmente y bajo cualquier circunstancia. Ni siquiera en caso de una violación o con riesgo inminente para la vida de la madre podía aceptar una intervención para eliminar la vida creada. Para la obispo Lysgaard, lo que Dios había creado era inviolable. Sus caminos eran inescrutables y un óvulo fecundado tenía derecho a la vida si Dios así lo había dispuesto.