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– Pero íbamos a ver una película y a jugar a que estábamos en el cine -protestó Ragnhild con energía-. ¡Sólo yo y tú!

– Podemos hacer eso también con ellos. Será muy divertido. Ven, vamos.

La niña descendió con desgana del asiento para niños y salió del coche.

Mientras caminaban por la acera, Ragnhild se detuvo de improviso, con las manos en la cintura.

– Mamá -dijo muy seria-, primero tenemos muchísima prisa por llegar a las Galerías Sandvika. Luego volvemos otra vez a casa. Primero íbamos a jugar a ir al cine, yo contigo, y de pronto Isak y Kristiane quieren venir también. Yngvar tiene razón.

– ¿En cuánto a qué? -sonrió Inger Johanne acariciando el cabello de su hija menor.

– En cuanto a que te es muy difícil tomar decisiones. Pero por eso eres la mejor mamá del mundo. La mejor supermamá de todo el mundo, con nata encima.

La subinspectora Silje Sørensen del Departamento de Violentos en el distrito policial de Oslo había bebido dos tazas de cacao con nata y se sentía mareada.

Las fotografías que tenía frente a sí no mejoraban la situación.

La víspera de Navidad de este año había caído en un día hábil, lo que era óptimo para aquellos que querían tener la mayor cantidad posible de vacaciones. Como el 23 era un martes, la mayoría se tomó libre el lunes anterior, que era de hecho una jornada laboral, y entonces uno podía por supuesto faltar también el martes. El 25 y el 26 eran festivos oficiales y hoy, 27, era sábado. Un día de trabajo para las empresas de servicios; sin embargo, para los más despreocupados, las Navidades de 2008 fueron una oportunidad para tomarse dos semanas libres seguidas, ya que no tenía sentido volver al trabajo cuando la Nochevieja y el 1 de enero ocuparían la mitad de la semana siguiente.

Noruega funcionaba a media velocidad, pero no así Silje Sørensen.

Ver aquella enorme pila de entradas la había puesto de muy mal humor. Al final fue bastante fácil convencer a la familia que lo mejor para todos era dejarla trabajar un día más.

O quizá fuera pensar en Hawre Ghani lo que acaparaba su atención, independientemente de lo que tratase de hacer.

Ojeó rápidamente las fotos que tenía del cadáver, separó una de cuando el muchacho aún estaba con vida y la puso junto a un nuevo documento antes de cerrar la carpeta.

El 25 por la tarde llamó al detective inspector Harald Bull tal como él había solicitado. El hombre no estaba muy interesado en discutir sobre el trabajo en plenas fiestas navideñas. Con «lo más pronto posible» había querido decir: 5 de enero. A pesar de que el presupuesto de horas extra ya estaba agotado a esa altura del año, acordaron poner a trabajar al oficial Knut Bork para que verificase la historia del kurdo solicitante de asilo. El oficial Bork era joven, soltero y ambicioso, y Silje Sørensen se quedó impresionada con el informe que el hombre había finalizado esa misma mañana y que la esperaba en la oficina.

Sus ojos corrían por encima de las hojas.

Hawre Ghani había llegado a Noruega hacía un año y medio, cuando, según lo que declaró entonces, tenía quince años. Era huérfano. Como no estaba en posesión de ningún documento de identidad, su edad fue rápidamente cuestionada por las autoridades noruegas.

A pesar de las dudas acerca de la verdadera edad del muchacho, lo ubicaron en el asilo de inmigrantes de Ringebu. Allí había varios como él; peticionarios de asilo solteros y menores de dieciocho años. Se escapó al tercer día. Desde entonces lo hizo más o menos continuamente, a excepción de los días que tuvo que pasar en la celda de custodia cuando no lograba ser lo suficientemente hábil.

Hacía un año se había dado a la prostitución.

Según varios informes se vendía caro, a menudo y a quien fuese.

Por lo menos en un caso, Hawre Ghani robó a un cliente, algo que se descubrió por casualidad. Había sustraído un par de zapatillas Nike Shock color negro en Sporthuset, en Storo. Un guardia de seguridad lo atrapó, lo arrojó al suelo y lo retuvo al sentarse sobre él hasta que llegó la Policía, cuarenta y cinco minutos más tarde. Cuando lo revisaban para arrestarlo, lo encontraron en posesión de una billetera beis Mont Blanc con una tarjeta de crédito, papeles y recibos a nombre de un conocido periodista deportivo. Éste no estaba interesado de ninguna manera en poner la denuncia, contaba con aridez el informe del oficial Bork, pero varios colegas que conocían el ambiente de la prostitución podían confirmar que el muchacho y la víctima eran bien conocidos en él.

Durante un tiempo se trató de poner a Hawre en contacto con un kurdo iraquí con permiso de permanencia temporal y sin derecho a reagrupamiento familiar. Un MUF, como los llamaban. El hombre, que había vivido de prestado en Noruega durante más de diez años y hablaba noruego de corrido, trabajaba parcialmente como líder de juventudes en la ciudad vieja. Hasta entonces había sido muy afortunado con sus proyectos entre los desinhibidos hijos de refugiados. Con Hawre no le fue tan bien. Al cabo de tres semanas, el muchacho arrastró a cuatro compañeros del club a una ronda de atracos en los depósitos de los sótanos al oeste de la ciudad y trató de desvalijar un cajero automático con ayuda de una palanca de hierro, además de robar y chocar contra un viejo Audi TT matriculado hacía cuatro años.

Silje Sørensen observó la foto del joven inmaduro de enorme nariz. Los labios parecían los de un chico de diez años. La piel era brillante.

Quizás ella era naif.

Por supuesto que era naif, aun después de todos esos años en la Policía, en los que las ilusiones habían explotado como pompas de jabón a medida que ascendía en la jerarquía.

Pero aquel muchacho era joven. Si tenía quince o dieciséis años era, por supuesto, imposible saberlo, pero la foto había sido tomada después de su llegada a Noruega, y ella podría jurar que la mayoría de edad del chico estaba todavía bien lejos.

De todos modos ya no importaba.

Alejó despacio la foto, empujándola al borde del escritorio.

Ahí se quedaría hasta que resolviese este caso. Si alguien había matado a Hawre Ghani, tal como los indicios hacían suponer, averiguaría quién había sido.

Hawre Gahni estaba muerto.

Nadie se había preocupado por él mientras estaba vivo.

Por lo menos alguien se iba a preocupar por su muerte.

– No se preocupe por mí. -Yngvar Stubø detuvo al hombre con un gesto-. Ya me he tomado tres tazas de café hoy, y no necesito otra.

Lukas Lysgaard se encogió de hombros débilmente y se sentó en uno de los sillones amarillos con orejas. El de su padre. Yngvar evitó todavía sentarse en el lugar de Eva Karin y acercó la misma silla de comedor que había usado antes.

– ¿Han averiguado algo más? -preguntó Lukas, sin que su voz mostrara un interés sincero.

– ¿Cómo va con la cabeza? -preguntó Yngvar.

El hombre joven se encogió de hombros otra vez antes de peinarse el cabello con los dedos y cerrar los ojos nuevamente.

– Ahora está mejor. Va y viene.

– Así es con la migraña, por lo que he oído.

Un reloj de pie sonó despacio con dos toques. Yngvar resistió la tentación de verificar su propio reloj, estaba seguro de que debían de ser más de las dos. Sintió una leve corriente de aire sobre el cuello, como si hubiese una ventana abierta. Olía a panceta y a algo más que no pudo definir bien.

– Pocas noticias, me temo. -Yngvar se inclinó hacia delante en la silla y apoyó los codos en las rodillas-. Se envió una gran cantidad de material para analizarlo más en detalle. Hay muchos indicios de que podríamos encontrar huellas en el lugar del hecho. Como de hecho fue la Policía quien la halló primero, y como es posible que fuera muy poco tiempo después de que el asesinato tuviera lugar, tenemos la esperanza de haber asegurado las pruebas de la mejor manera posible.

– Pero ¿no saben quién lo hizo?