Yngvar alzó las cejas.
– No, obviamente no. Todavía falta…
– Los periódicos especulan con la violencia indiscriminada. Dicen que poseen fuentes en la Policía que aseguran que están buscando a un lunático. Una de esas «bombas durmientes»… -los dedos apuñalaron el aire- que los psiquiatras dejan ir demasiado temprano. Gente que ha solicitado asilo, sobre todo. Somalíes. Ese tipo de gente.
– Por supuesto que es posible que estemos detrás de una persona enferma. Todo es posible. Sin embargo, a estas alturas de la investigación es importante no aferrarse a ninguna teoría cerrada.
– La patrulla llegó rápidamente al lugar del crimen, así que quien lo hiciera no puede haber estado tan lejos. He leído en el periódico que no hubo más de diez o quince minutos entre el momento de la muerte y el hallazgo del cuerpo. En Nochebuena seguro que no se encontró a muchos donde elegir. Que anduvieran de noche por las calles, quiero decir.
Evidentemente se arrepintió enseguida de lo dicho, y tomó un vaso con un líquido amarillo que Yngvar supuso que era zumo de naranja.
– No -dijo Yngvar-. Su madre, por ejemplo.
– Escúcheme -dijo Lukas, y vació el vaso antes de continuar-. Por supuesto que entiendo lo que sucede. Daría todo por saber qué buscaba mi madre en la calle a esas horas, tan tarde, en Nochebuena. Pero no lo sé, ¿de acuerdo? ¡No lo sé! Nosotros…, mi mujer y nuestros tres hijos, pasamos una Navidad con los padres de ella y otra con los míos. Esta vez mis suegros estaban en casa, de visita. Mi madre y mi padre estaban solos. Le he preguntado a mi padre, por Dios… -hizo un gesto-, le he preguntado, y él se niega a contestarme.
– Entiendo -dijo Yngvar con amabilidad-. Entiendo. Y me gustaría preguntarle justamente sobre esto.
Rendido, Lukas dio un golpe con la mano.
– Usted dirá.
– ¿Le gustaba salir a pasear?
– ¿Cómo?
– A su madre, ¿le gustaba pasear?
– A todos nos gusta…, sí. Sí, le gustaba.
– ¿De noche? A mucha gente le gusta…, salir a tomar un poco de aire antes de irse a dormir. ¿También a su madre?
Por primera vez desde que Yngvar había conocido a Lukas Lysgaard, hacía ya tres días, le pareció que el hombre pensaba detenidamente la respuesta antes de darla.
– Ya han pasado muchos años desde que yo vivía en casa -dijo finalmente-. Tuve…, tuvimos hijos cuando éramos adolescentes, mi mujer y yo. Nos casamos el mismo verano en que terminamos el bachillerato, y…
Se interrumpió, y una sonrisa le cruzó el rostro lloroso.
– Eso es muy temprano -dijo Yngvar-. Creí que esas cosas ya no sucedían.
– Mamá y papá, en especial papá, tenían firmes opiniones en contra de que nos fuésemos a vivir juntos antes de casarnos. Como estábamos convencidos de que… Pero usted me ha preguntado si mi madre tenía por costumbre salir durante las noches.
Yngvar asintió y extrajo una libretita del bolsillo del pecho, tan discretamente como pudo.
– De hecho, sí. En todo caso, mientras yo viví aquí, en casa. Cuando era pastora, visitaba a menudo a miembros de su parroquia fuera de las horas de trabajo. Era… una pastora muy sociable, mamá. Podía muy bien suceder que saliese de casa en mitad de la noche y que regresara cuando yo ya estaba durmiendo. Sin embargo, nunca vi que visitase a alguien en… Nochebuena. -Se encogió de hombros-. A decir verdad, era muy gentil por su parte visitar en horas nocturnas a gente que la necesitaba. La oscuridad le daba mucho miedo.
– Miedo -repitió Yngvar-. Ya veo. Pero también le gustaba salir a pasear de noche. Aquí en Bergen, por lo menos, después de mudarse…
– No…, veamos… Cuando la nombraron obispo, yo era mayor. No estoy muy seguro de que visitara tanto entonces. Como obispo, quiero decir.
Respiró hondo y agarró el vaso. Cuando vio que estaba vacío se quedó sentado haciéndolo rodar en la mano. La rodilla izquierda le temblaba como si tuviese hormigas en la pierna.
– Cuando yo era joven, en verdad no seguía mucho lo que hacían por las noches. Más bien al contrario, le diría. -La sonrisa, esta vez, era genuina-. Yo era como casi todos los jóvenes. Estiraba los límites. Tenía novias, de vez en cuando. De hecho no pensé nunca en ello, pero quizá mi madre sí tenía esa costumbre de pasear un poco antes de irse a dormir. También en Stavanger. Pero cuando estamos aquí, con mi propia familia, por supuesto no lo hace.
– Ustedes viven en Os, ¿verdad?
– Sí. Está a sólo media hora de aquí, más o menos. Excepto en las horas punta. Entonces el viaje puede llevar una eternidad. Pero los visitamos mucho. Y ellos a nosotros. Como nunca da esos paseos nocturnos cuando nos visita, ni cuando estamos nosotros aquí, entonces…
– Disculpe que lo interrumpa, pero ¿ustedes se quedan a dormir, entonces? ¿Cuándo están aquí?
– Sólo de vez en cuando. Como regla, no. Los chicos pasan la noche aquí a menudo. Mis padres son muy diestros con ellos. En Nochebuena o en otras ocasiones especiales siempre pasamos todos juntos la noche. Entonces nos damos el gusto de beber un poco.
– ¿No son abstemios, sus padres?
– No. De ninguna manera.
– ¿Qué quiere usted decir con «de ninguna manera»?
– ¿Qué? Quiero decir…, les gusta tomarse una copa de vino tinto con la comida. Mi padre bebe con gusto un par de vasos de whisky en una fiesta. Personas normales, en otras palabras.
– Solía beber su madre antes de salir a dar sus paseos?
Lukas Lysgaard aspiró con fuerza.
– Ahora escúcheme -dijo irritado-: ¡todo esto me parece muy raro! Algo me dice que a mi madre le gustaba salir a pasear de noche. Pero al mismo tiempo sé que temía la oscuridad. Mucho. Todos se burlaban de ella por esa fobia, porque era ella, precisamente, quien debía sentirse segura por la cercanía de Dios. Y uno está siempre cerca de El…
Dijo lo último con una mueca breve, antes de recostarse hacia atrás en el sillón y dejar el vaso vacío.
– ¿Puedo echar un vistazo? -preguntó Yngvar.
– Eh…, sí. Mejor dicho, no… Mi padre está con mi familia y, en realidad, sería algo impropio que usted ande curioseando en sus cosas sin que él mismo haya dado su permiso.
– No voy a curiosear -sonrió Yngvar mostrando ambas palmas-. En absoluto. Sólo echaré un vistazo. Como he dicho muchas veces antes, es importante para mí formarme la mejor impresión posible de las víctimas en los casos que investigo. Por eso estoy aquí. En Bergen, quiero decir. Para tratar de formarme una imagen amplia de su madre. Ver la casa ayuda un poco. Sería práctico. ¿Qué me dice?
De nuevo Lukas se encogió de hombros. Yngvar lo tomó como un consentimiento y se levantó. Se metió la libreta en el bolsillo y le pidió a Lukas que le indicase el camino.
– Así no me equivoco -sonrió-, como la última vez.
La vivienda, en Nubbebakken, era antigua, pero estaba bien conservada. La escalera que subía al segundo piso era asombrosamente estrecha y poco ostentosa, comparada con el resto de la casa. Lukas subió primero y le advirtió sobre un saliente en el techo.
– Éste era el dormitorio de ellos -dijo abriendo una puerta.
Se quedó parado con la mano en el picaporte, bloqueando parcialmente la entrada. Yngvar entendió el gesto y solamente se inclinó para echar una mirada.
Una cama doble.
La colcha estaba cosida con trozos de género de distinto color y hacía más acogedora la habitación, que era grande y estaba bastante vacía. En la mesita de noche había pilas de libros, y en el suelo, al lado de la cama y más hacia la puerta, yacía un periódico doblado. Bergens Tidende, pudo ver Yngvar. Una pintura grande colgaba de la pared directamente sobre la cama, formas abstractas en azul y lila. Detrás de la puerta, de forma que Yngvar sólo pudo verlo reflejado en el espejo entre las grandes ventanas, había un espacioso ropero.
– Gracias -dijo retrocediendo.
El segundo piso tenía además un baño reacondicionado, dos dormitorios bastante anónimos, uno de los cuales era el cuarto de Lukas de cuando era muchacho, y un despacho grande en el que sus padres tenían cada uno sus amplios escritorios. Yngvar ardía en deseos de analizar los papeles más de cerca. La buena voluntad de Lukas estaba, sin embargo, a punto de terminarse, por lo que en lugar de hacerlo inclinó la cabeza en dirección a las escaleras. En el camino pasaron al lado de una puerta estrecha con una llave de hierro forjado en la cerradura, y él presumió que debía tratarse de una escalera que conducía a la azotea.