Al momento siguiente se dio cuenta de que Harry, al contrario que ella, sabía muy bien lo que quería.
Se inclinó hacia adelante, colocó la mano detrás de su cabeza, la atrajo hacia sí y besó sus labios.
Tras una brevísima vacilación, Margaret decidió abandonar toda idea de resistencia y entregarse sin más a las sensaciones.
Lo había pensado durante tanto tiempo que experimentó la sensación de llevar horas haciendo el amor con él. Sin embargo, esto era reaclass="underline" una mano fuerte en su nuca, una boca auténtica besando la suya, una persona auténtica fundiendo su aliento con el de ella. Fue un beso lento, tierno, suave, de ensayo, y tenía conciencia de todos los detalles: los dedos de Harry removiéndole el pelo, la aspereza de su barbilla afeitada, el cálido aliento sobre su mejilla, la boca que no cesaba de moverse, los dientes que mordisqueaban sus labios y, por fin, la lengua exploradora que se apretaba contra sus labios y buscaba la suya. Entregándose a un impulso irresistible, abrió su boca.
Se separaron al cabo de un momento, jadeantes, y Harry bajó la vista hacia sus pechos. Margaret observó que la bata se había abierto, y que sus pezones empujaban el algodón del camisón. Harry los contemplaba como hipnotizado. Extendió una mano, como a cámara lenta, y acarició el pecho izquierdo con las yemas de los dedos, acariciándo la sensible punta a través de la fina tela, logrando que la joven jadeara de placer.
De pronto, no soportó el hecho de estar vestida. Se despojó de la bata rápidamente. Aferró el borde del camisón, pero titubeó. Una voz en el fondo de su mente dijo: «Después de esto, no podrás volver atrás», y ella pensó «¡Estupendo!», y se quitó el camisón por encima de la cabeza, arrodillándose desnuda frente a él.
Se sentía vulnerable y tímida, pero la angustia aumentaba su excitación. Los ojos de Harry recorrieron su cuerpo. Margaret leyó en ellos adoración y deseo. Harry se retorció en el estrecho espacio y se arrodilló, inclinándose hacia adelante para acercar la cabeza a sus pechos. Margaret dudó por un momento: ¿qué pretendía hacer? Los labios de Harry rozaron sus pezones, primero uno, después el otro. Sintió que posaba la mano bajo su pecho izquierdo, primero acariciando, después sopesando, apretando suavemente a continuación. Bajó poco a poco los labios hasta llegar al pezón. Lo mordisqueó con extrema suavidad. El pezón estaba tan tumefacto que, por un momento, Margaret creyó que iba a estallar. Después, Harry empezó a chuparlo, y ella gruñó de placer.
Pasados unos instantes, deseó que hiciera lo mismo con el otro, pero era demasiado tímida para pedirlo. Sin embargo, Harry tal vez adivinó su deseo, porque lo hizo un momento después. Margaret acarició el erizado pelo de su nuca, y luego, cediendo a un impulso, aplastó la cabeza de Harry contra sus pechos. Él, en respuesta, chupó con mayor fervor.
Margaret deseaba explorar el cuerpo del joven. Cuando él descansó un momento, le apartó, desabrochándole los botones del pijama. Los dos jadeaban como corredores de fondo, pero no hablaban por temor a que les oyeran. Harry se quitó la chaqueta. No tenía pelo en el pecho. Margaret quería tenerle completamente desnudo, igual que ella. Encontró el cordón de los pantalones del pijama y, sintiéndose lasciva, lo desanudó.
Harry aparentaba vacilación y sorpresa, y Margaret experimentó la desagradable sensación de que tal vez era más atrevida que otras chicas con las que había estado. Sin embargo, se creyó en el deber de proseguir lo que había iniciado. Le empujó hasta tenderle en la cama, con la cabeza apoyada sobre la almohada, aferró la cintura de sus pantalones y tiró. Harry alzó las caderas.
Surgió la mata de vello rubio oscuro en la base de su estómago. Ella bajó aún más el algodón rojo, y respingó cuando su pene se irguió en libertad, como el mástil de una bandera. Lo contempló, fascinada. La piel se tensaba sobre las venas y el extremo estaba hinchado como un tulipán azul. Harry se quedó quieto, intuyendo que así lo deseaba ella. No obstante, el que Margaret lo mirara de aquella forma pareció excitarle, porque su respiración adquirió un tono gutural. Margaret sintió el impulso, por curiosidad y alguna otra emoción, de tocarlo. Su mano avanzó, movida por una fuerza irresistible. Harry emitió un leve gruñido cuando comprendió lo que ella iba a hacer. Margaret vaciló en el último instante. Su mano pálida titubeó junto al tumefacto pene. Harry lanzó una especie de gemido. Después, suspirando, Margaret se apoderó del miembro, y sus esbeltos dedos envolvieron la gruesa vara. La piel estaba caliente al tacto, y suave, pero cuando la apretó un poco, a lo cual reaccionó Harry con un jadeo, descubrió que era dura como un hueso. Margaret miró a Harry. Su rostro estaba encendido de deseo y su respiración se había acelerado aún más. Experimentó un enorme deseo de darle placer. Empezó a acariciarle el pene con un movimiento que Ian le había enseñado: hacia abajo con fuerza y hacia arriba con suavidad.
El efecto la sorprendió. Harry gimió, cerró los ojos y apretó las rodillas. Después, cuando ella repitió la caricia por segunda vez, el joven se agitó convulsivamente, su rostro se transformó en una mueca y semen blanco brotó del extremo de su pene. Estupefacta y embelesada, Margaret continuó agitando el miembro, y cada vez salía más semen. Un deseo incontenible se apoderó de la muchacha: sus pechos se endurecieron, la garganta se le secó y notó que un reguero de humedad mojaba la parte interna de sus muslos. Por fin, tras la quinta o sexta caricia, todo terminó. Los músculos de Harry se relajaron, su rostro adoptó una expresión más serena y su cabeza se derrumbó de costado sobre la almohada.
Margaret se tendió a su lado.
Harry parecía avergonzado.
– Lo siento -susurró.
– ¡No debes sentirlo! -replicó ellá-. Fue increíble. Nunca lo había hecho. Me he sentido muy bien.
Harry se quedó sorprendido.
– ¿Te ha gustado?
Margaret estaba demasiado avergonzada para decir sí en voz alta, y se limitó a asentir con la cabeza.
– Pero yo no… -dijo Harry-. Quiero decir, tú no has…
Margaret calló. Harry podía hacer algo por ella, pero tenía miedo de pedírselo.
Él se puso de costado para que pudieran verse la caras
– Quizá dentro de unos minutos…
No puedo esperar unos minutos, pensó ella. ¿Por qué no, puedo pedirle que haga lo que yo he hecho por él? Cogió su mano y la apretó, pero continuaba sin poder pedir lo que deseaba. Cerró los ojos y llevó la mano de Harry hasta su entrepierna. Acercó la boca a su oreja y susurró:
– Con suavidad.
Harry comprendió. Su mano se movió, explorando. Ella estaba húmeda. Deslizó los dedos con suma facilidad entre sus labios. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le aferró con fuerza. Los dedos de Harry se movieron en su interior. Ella quiso gritar: «¡Ahí no, más arriba!», pero él, como si leyera sus pensamientos, deslizó el dedo hacia el punto más sensible. Ella se sintió transportada al séptimo cielo. Espasmos de placer sacudieron su cuerpo. Se estremeció como una posesa, y mordió el brazo de Harry para reprimir sus gritos Harry detuvo sus movimientos, pero ella se frotó contra su mano y las sensaciones no disminuyeron.
Una vez aplacado el placer, Harry volvió a mover el dedo y otro orgasmo tan intenso como el primero sacudió a Margaret.
Después, la sensibilidad del punto se hizo insostenible, y Harry apartó la mano.
Al cabo de un momento, Harry se deshizo del abrazo y frotó el hombro que ella había mordido.
– Lo siento -dijo ella, sin aliento-. ¿Te duele?
– Ya lo creo -murmuró, y ambos rieron por lo bajo. Intentar reprimir sus carcajadas fue peor, y se pasaron uno o dos minutos sofocados.
– Tu cuerpo es maravilloso…, maravilloso -dijo él cuando se calmaron.