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– Eso no es un abuso. En mi país la hospitalidad es una tradición. Además, mi tío se enfadará si se entera de que su mujer no quiere ir a su palacio.

David hizo un último intento.

– No era mi intención ofenderlo. Pero me imagino que el jeque podrá entender que Claudia no podrá verse con su prima tanto como querría si duerme en el palacio. Ya sabe usted que los ingenieros viven algo alejados de la ciudad y sin coche…

– Ese problema es fácil de resolver -insistió Amil-. Mi tío tiene muchos coches. Estoy seguro de que pondrá uno a su disposición para que usted y su esposa puedan entrar o salir de palacio cuando gusten.

David no pudo hacer otra cosa que poner la mejor cara que pudo.

– Es usted muy amable -dijo, esperando que su voz no sonase tan desanimada como él se sentía.

Siguieron el camino en silencio. David se puso a pensar en todo lo que le diría a Claudia cuando se despertase. Al fin y al cabo, ella había sido la que le había dicho a Amil que eran marido y mujer.

Claudia no se despertó hasta que la furgoneta se detuvo frente a una casa baja. Se estiró y bostezó, mientras Amil bajaba a preguntar si había habitaciones libres. Luego, intentó recordar dónde se encontraba y qué estaba haciendo allí.

– Despierta, Claudia -la voz de David hizo que se terminara de centrar y se levantó de un salto como si le hubieran echado un cubo de agua fría por la cabeza.

¿Qué estaba haciendo ella apoyada en David Stirling?

– Lo siento. No me di cuenta… parece que me he quedado dormida sobre ti.

– Al menos no tuve que aguantarte todo el rato llamándome cariño -dijo David, intentando ocultar la pérdida que sentía al ver que ella se había levantado.

Amil, mientras tanto, había estado manteniendo una conversación en árabe con alguien a través de la puerta, y en ese momento se giró y volvió a la furgoneta.

– Tienen dos habitaciones, pero me temo que son demasiado sencillas.

Sencillas era la palabra correcta. A Claudia y David les enseñaron un cuarto pintado de blanco con mobiliario rústico. La mirada de Claudia recorrió las paredes desnudas hasta llegar a la cama. Nunca se le hubiera ocurrido que tendrían que compartirla.

David se dio cuenta de lo que estaba pensando. Luego se volvió hacia el propietario de la casa para asegurarle que la habitación estaba bien. Finalmente, cerró la puerta tras de él.

– Espero que estés satisfecha.

– ¿Qué vamos a hacer? -Claudia se sentó en una silla y miró hacia la cama con desmayo.

– No se tú, pero yo voy a lavarme y luego me iré a dormir -dijo David, que estaba cansado e irritado y no tenía ninguna gana de discutir con ella.

– Me refería a la cama- dijo ella.

– Fue idea tuya lo de hacernos pasar por un matrimonio. ¿Que esperabas, una habitación para ti sola?

– Lo que no me esperaba es que acabásemos compartiendo la cama -dijo Claudia-. Además, la cama es tan pequeña que no cabrían ni dos insectos. Así que imagínate dos personas…

– ¿Y qué quieres que haga?

– ¿No podríamos preguntar si tienen otra cama?

– Si la hubiese, Amil la tendrá para él. Si quieres llamar a su puerta y pedirle que te deje dormir en su cama porque no te apetece dormir con tu marido, adelante, pero no me pidas que vaya contigo. Yo creo que ya ha hecho suficiente por nosotros hoy.

Claudia se levantó y comenzó a caminar nerviosa, con las manos entrelazadas.

– Habrá algo que podamos hacer. ¿No habrá un colchón de sobra en algún sitio? Se podría poner en el suelo.

– En este lugar no creo que tengan muchas cosas de sobra- dijo David con gesto de impaciencia-. Y no creo que aguantaras ni cinco minutos en el suelo, notando cómo te pasan las cucarachas por encima.

En ese momento una cucaracha salió de detrás del lavabo.

– ¡Ahí! -exclamó Claudia horrorizada, mirando a David-. Sin embargo, tú no pareces temer a ningún bicho de esos. ¿Por qué no duermes tú en el suelo?

– ¿Y por qué iba yo a dormir en el suelo? -preguntó, frunciendo el ceño-. ¡Yo no he estado las dos últimas horas durmiendo como un bebé! No siento el brazo que ha servido de almohada tuya, así que, si te molesta compartir la cama, puedes pasar la noche en una silla. Yo necesito dormir.

David, al hablar, se iba quitando la camisa sin ninguna vergüenza, la metió en la maleta y probó el grifo. Sonó un ruido y a los pocos segundos salió un chorro de agua sucia. Para sorpresa de David, incluso había un tapón. Lo puso y observó cómo se llenaba el lavabo.

Claudia se fijó inmediatamente en su torso desnudo. Deseó en ese momento ser tan despreocupada como él, pero no estaba acostumbrada a compartir habitación con un hombre al que había conocido ese mismo día. Y desde luego no estaba acostumbrada a hombres como David Stirling, que desde el principio la había hecho sentirse incómoda y torpe como una colegiala en su primera cita. ¡Cómo desearía ser una de esas mujeres de treinta años, seguras de sí mismas, sabiendo en cada momento cómo comportarse! Le faltaba poco para cumplir los treinta, pero por su comportamiento, Claudia parecía ir a cumplir veinte, o menos.

¿Qué era lo que tenía ese hombre que la hacía ponerse tan nerviosa? Se cruzó de brazos y trató de concentrarse en las paredes desconchadas, pero sus ojos traidores volvían a donde David estaba de pie refrescándose la cara y el cuello, totalmente ajeno a su presencia.

Tenía un cuerpo bonito, lo admitía: hombros impresionantes, caderas estrechas, espalda lisa. Entonces recordó la fuerza y seguridad que ese cuerpo le había dado poco antes de que se quedara dormida sobre él en la furgoneta. No lo entendía muy bien, porque aunque sí era cierto que David la había ayudado a tranquilizarse cuando el motor del avión había fallado, el resto del tiempo había sido grosero y desagradable.

¿Entonces, por qué le preocupaba tanto dormir cerca de él?

– Podría dormir en el coche -se ofreció, con poca firmeza-. Puedo decirle a Amil que nos hemos peleado.

– Creo que ya has inventado demasiadas historias – contestó David suspirando, dándose agua en el pecho y en la cara-. Ya has creado suficientes problemas.

– ¿Qué quieres decir?

– Tuve una conversación bastante interesante con Amil mientras dormías. Parece que es el sobrino del jeque Saïd.

– ¿Sí? -preguntó, sin prestar demasiada atención. Estaba más preocupada por su futuro inmediato que por los lazos familiares de Amil-. ¡Qué coincidencia!

– ¿Verdad? -David se lavaba cuidadosamente con jabón-. Nos llevará hasta la puerta de palacio.

Claudia intuía que tenía que responder algo a eso.

– ¿Y?

– Que no voy a poder dejarte en manos de Lucy cuando terminemos el viaje -respondió David, mirando irónicamente a Claudia mientras se secaba.

– ¿Por qué no?

– Porque tú y yo vamos a fingir que somos una pareja mientras estemos en Telama'an.

– ¿Qué?

– Lo que has oído. Le dijiste a Amil que eras mi esposa y ahora vas a tener que continuar la farsa.

CAPÍTULO 4

– PERO… ¡Eso es ridículo! ¿Por qué íbamos a tener que hacerlo?

– Piensa un poco. Yo estoy invitado al palacio del jeque y Amil nos va a presentar como matrimonio. ¿Qué va a pensar si desapareces nada más llegar?

– Seguro que podemos inventarnos algo -gritó Claudia, al borde de la desesperación-. Podemos decir que Lucy está enferma o que…

– Créeme, lo intenté todo -interrumpió David, tirando la toalla sobre la cama-. ¡A mí no me gusta más que a ti esta locura! Intenté convencer a Amil de que sería mejor que tú te quedaras con tu prima, pero no quiso escucharme. Dice que los dos seremos los invitados de honor de su tío.

– ¡Pero no puedo pasarme estas dos semanas haciendo que soy tu esposa!

– Tendrás que hacerlo.