Horrorizada por el rumbo que tomaban sus pensamientos, Claudia comenzó a darse crema nutritiva en el rostro y cuello. Era mejor que pensase en la cara de disgusto de David cuando Amil había llamado a la puerta, devolviéndolos a la realidad. Estaba segura de que David no iba a cometer la misma tontería de nuevo.
– Bien -dijo en alto la muchacha-. Estupendo.
David estaba en el patio cuando ella salió del baño. Tenía las manos metidas en los bolsillos y el rostro sombrío.
– El baño es todo tuyo -dijo Claudia con frialdad.
Cuando David desapareció, ella se puso la misma camiseta de la noche anterior y se metió en la cama, tapándose con la sábana hasta la barbilla.
David salió del baño y comenzó a desabrocharse los pantalones.
Ella se puso tensa. ¿Es que iba a meterse en la cama desnudo?
– Me dejaré el calzón, así que no tienes que ponerte histérica -dijo, como si le hubiera leído la mente-. No voy a acostarme con pantalones sólo para tranquilizar tus escrúpulos. La noche anterior ya fue suficientemente incómoda.
– No me importa cómo te acuestes.
– Bien, entonces, puedes dejar de comportarte como una víctima que espera ser sacrificada. Esta cama es lo suficientemente ancha como para dormir cómodamente sin rozarnos el uno al otro.
– No estaba preocupada por eso -mintió.
– Entonces, ¿por qué estás preocupada?
– Por nada -dijo, mientras David apagaba la luz y se metía bajo la sábana.
– Vamos, Claudia, estás temblando. ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que me aproveche de ti?
– No, pero después de lo que pasó esta mañana, tengo derecho a estar un poco nerviosa, ¿no crees?
– También yo puedo temer que te aproveches de mí.
– ¿Yo aprovecharme de ti? Eso no es muy probable, ¿no crees?
– ¿Por qué no? Si mal no recuerdo, fuiste tú quién empezó esta mañana.
– Sólo porque tú… -Claudia se detuvo, no quería demostrar que recordaba todo perfectamente-. Creo que convinimos que ninguno de los dos sabía lo que hacía. Si hubiera sabido que eras tú, evidentemente no te habría tocado.
– ¿Por qué evidentemente? Después de ver cómo te comportas con un hombre al que acabas de conocer, creo que no puedes decir que nada sea evidente respecto a tu actitud con los hombres, excepto quizá, que estás preparada para hacer cualquier cosa por conseguir lo que quieres.
– No hay nada malo en saber lo que quieres. Por lo menos sé que a ti no te quiero.
– ¿Por qué? ¿Porque no tengo las iniciales adecuadas según una estúpida mujer que te habló hace veinte años?
– Quizá porque sólo me interesan los hombres sensibles y cariñosos.
– ¿Como Justin Darke?
– Sí.
David podía ver los ojos de Claudia brillando desafiantes en la oscuridad.
– Creo que estás cometiendo un gran error. Justin no es lo suficientemente hombre para ti.
– ¡Él es más hombre que tú! -gritó-. Por lo menos no tiene miedo de demostrar que es un hombre sensible, mientras que tú pareces tener las emociones de… de una babosa.
Eso fue demasiado para David. Había sido un día muy duro, un día frustrante y, durante todo el tiempo, Claudia había sido una espina imposible de ignorar. Además, ella se había abrazado a él buscado sus besos, lo había metido en aquella situación espantosa y lo había insultado delante de Patrick, uno de sus mejores empleados. Le había obligado a conducir doce kilómetros cuando lo único que quería hacer era dormir y ahora… ¡ahora!… se atrevía a mentir y acusarlo de no tener sentimientos.
La agarró por la cintura y la atrajo hacia sí.
– Así que crees que no tengo emociones, ¿no, Claudia? ¿Te parecí insensible esta mañana?
– Esta mañana era diferente -dijo ella temerosa, dándose cuenta, demasiado tarde,de que se había sobrepasado con él.
– ¿Cómo?
– Bueno… Tú… no sabías que era yo.
– Ahora sé que eres tú, sin embargo, y no creo que sea insensible -dijo, colocándose sobre ella y agachando la cabeza.
Claudia intentó prepararse para lo peor. Él, en vez de capturar la boca de Claudia, como ella había esperado, tocó con sus labios el lóbulo de su oreja y comenzó luego a dar pequeños besos a lo largo de su barbilla y por el cuello, donde se podía notar claramente la respuesta traicionera de su cuerpo.
No debía reaccionar, se decía Claudia desesperadamente, pero sus labios eran tan cálidos, tan excitantes… que ella no pudo evitar excitarse.
– ¿Te parezco insensible? -insistió David, antes de dejar que su boca viajara por su muñeca y la parte interior del brazo hasta el hombro.
– Creo que ya te has explicado -consiguió decir. Luego trató de apartar el brazo.
David soltó la mano de ella, pero sus labios estaban en el hombro, para después explorar el hueco de su clavícula y la piel delicada que había debajo de la oreja. Ella dio un suspiro profundo y luchó por no estremecerse, pero David se dio cuenta.
– ¿Lo crees?
– No.
En ese momento, Claudia tenía las dos manos libres, podía empujarlo si quería. Pero, sin darse cuenta de lo que hacía, dejó que las manos descansaran provocativamente en los anchos hombros masculinos y acarició los músculos que tanto recordaba. David gimió y la apretó salvajemente contra él. Entonces, el beso fue una llama que se convirtió en un deseo inesperado.
Las tensiones, los gritos, las discusiones, la provocación… todo se disolvió en una misma necesidad, en una misma urgencia donde sólo importaban los besos y el calor de los cuerpos. Las manos de David apretaban el cuerpo de Claudia y ésta se abrazó a él, gimiendo al notar que él tiraba de la camiseta para acariciar sus pechos con la boca, para tocar sus muslos suaves para meterse dentro de su cuerpo y descubrir sus humedades internas.
– ¡David! -gritó, sin pensar.
– Claudia -murmuró en respuesta contra sus senos-. ¿Claudia? -añadió, como si acabara de escucharse.
Haciendo un inmenso esfuerzo, levantó la cabeza. Claudia estaba bajo él con los ojos medio cerrados de deseo y su cuerpo caliente y abandonado. La muchacha se dio cuenta poco a poco de la duda de él y levantó los párpados lánguidamente.
– ¿David?
– No creo que esta vez no sepamos los dos lo que está ocurriendo.
Las palabras golpearon a Claudia como una bofetada. Hubo un momento terrible y en seguida se apartó de él, temblando.
– ¿Por qué has hecho esto? -preguntó ella, con voz irreconocible.
David tiró de la sábana y la puso entre los dos.
– Es un regalo de cumpleaños -dijo.
Se dio la vuelta y se dispuso a dormir.
– Me gustaría oír una disculpa.
El desayuno había sido servido como en cualquier hotel. Se habían tomado el café en silencio. Claudia distante, David despreocupado.
Típico, pensó Claudia enfadada. Fingir que no había pasado nada era lo más cómodo. David era un hombre y ella sabía por experiencia que lo que menos les gustaba a los hombres era una discusión, sobre todo si trataba de sentimientos y más si era durante el desayuno. Ella tampoco deseaba discutir sobre ello, pero ¿por qué iba a sentarse en silencio y aceptar el modo en que la había besado sin protestar? Se suponía que con treinta años ya debía ser lo suficientemente madura como para hablar del sexo sin tartamudear o avergonzarse.
Así que Claudia dejó su taza de café sobre la mesa y pidió una disculpa.
– De acuerdo, lo siento -dijo David, sin levantar la vista del periódico que estaba leyendo.
– ¿Ya está?
– Tú has dicho que querías una disculpa, te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres?