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David envió aquella tarde un coche para recogerla. Cuando llegó, él estaba revisando documentos en la pequeña sala. La vio entrar, pero siguió trabajando y Claudia se vio invadida por una inesperada timidez.

– ¿Qué tal ha ido tu reunión?

– Muy bien. Aunque todavía quedan muchas cosas por resolver -dijo, levantándose de la mesa y mirando a Claudia como por vez primera.

Ella llevaba unos pantalones de lino, una blusa blanca y se moría de calor. Llevaba el pelo por detrás de las orejas y le pareció una persona frágil, allí de pie en la entrada, sin atreverse a entrar.

– ¿Cómo ha ido el día?

– Bien.

Un silencio incómodo se interpuso. La verdad era que el trato resultaba más sencillo cuando estaban discutiendo, pensó Claudia, casi desesperada. No había que pensar en qué decir.

– Creo que tenemos que ir a casa de Lucy para la fiesta. ¿A qué hora nos esperan?

– Hacia las diez y media.

David se estiró, como si tuviera tensión en los hombros. Parecía cansado, pensó Claudia. Quizá no había dormido la noche anterior.

– No hace falta que vengas si no quieres -dijo impulsivamente-. Estoy segura de que a Lucy no le importará.

– Estoy seguro de que no -admitió irónicamente-, pero si crees que vas a pasarte toda la noche charlando con Justin sin mí, me temo que estás muy equivocada.

Claudia estuvo a punto de negar tal intención, pero no dijo nada. ¿Para qué?

– Además -continuó David-, la noticia de nuestra boda se ha extendido a una velocidad increíble. Lucy dice que la fiesta es por tu cumpleaños, pero todo el mundo va a pensar que es una especie de celebración de la boda, así que no puedo quedarme en casa, ¿no crees?

Internamente dolida por la sospecha de David, le costó un esfuerzo sobrehumano prepararse para la fiesta. Cuando acabó, sabía que estaba imponente. Se puso un vestido de color crema que le llegaba a la rodilla y unos zapatos dorados que le hacían las piernas mucho más largas y delgadas. Había completado el atuendo con un grueso collar dorado y unos pendientes a juego que eran una tortura para sus orejas, pero le quedaban estupendamente.

¿Pensaría David que estaba guapa? Puede que pensara que las joyas eran excesivas, pero no se quejaría del vestido.

El hombre se sorprendió cuando la vio salir del cuarto de baño.

– ¿Todo ese esfuerzo por Justin? -preguntó, cuando consiguió articular palabra-. ¿Estás segura de que merece la pena?

Claudia luchó por no disgustarse demasiado. ¿Qué era lo que esperaba? ¿Que la tomara en sus brazos y le dijera lo guapa que estaba? Era una idiota, se dijo a sí misma. ¿Y de todas maneras, qué le importaba su opinión?

– No lo sé -dijo, después de una pausa-. Pero voy a divertirme descubriéndolo.

La cara de David se tornó sombría.

– ¿Puedo recordarte que van a estar en la fiesta todos mis empleados? Espero que no te pases la noche admirando a Justin. Intenta comportarte como la mujer con la que yo podría casarme, si no te es demasiado difícil.

– ¿Y qué tipo de mujer sería ésa? -preguntó dulcemente Claudia-. Dímelo y fingiré serlo, por supuesto.

– Me casaría con una mujer sincera, sencilla y sensible. Y no son las cualidades que tú pareces tener, así que espero que seas buena actriz.

CAPÍTULO 7

LA CASA de Lucy estaba tan llena de gente, las risas sonaban tan divertidas en medio de aquel oasis, que David y Claudia se quedaron un rato en el coche, en completa oscuridad.

– ¿Crees de verdad que alguien puede creer que estamos casados? -preguntó de repente Claudia.

– ¿Por qué no iban a hacerlo? Lo importante es que nadie imagina que podamos mentir, así que si te comportas con Justin, no tienen por qué sospechar. Sólo tenemos que parecer enamorados -añadió, con un tono irónico.

– No estoy segura de cómo fingir que estoy enamorada de ti.

– Sólo tienes que mirarme como ayer cuando te besaba.

Claudia respondió con un insulto y agarró el tirador de la puerta para salir del coche. David la agarró del brazo.

– Si entras así, todos creerán que estamos a punto de divorciarnos ya. Vamos a entrar sonriendo y fingiendo que estamos enamorados, y vamos a recordar el trato, ¿vale?

– Sí.

Cuando llegaron al salón, Lucy abrazó a ambos.

– ¡Claudia, pareces tan cambiada! -gritó.

– Es porque tengo treinta años y a ti te faltan cinco meses. Cuando seas como yo, también parecerás muy adulta. Nada más llegar a los treinta, en teoría, adquieres personalidad y estás en paz con tu cuerpo.

– Parece que en ti es cierto -dijo Lucy con admiración. Se dio la vuelta hacia David para saludarlo-. ¿No está guapísima?

– Sí -dijo, con voz extraña.

– Todo el mundo sabe lo de vuestro matrimonio secreto -continuó Lucy en voz baja-. Así que me temo que tendrás que hacer un brindis y decir unas palabras.

– ¿No les dijiste que no queríamos nada complicado?

– Por supuesto, pero no puedes evitar que la gente se alegre por ti. Todos te quieren, David. ¡Piensa que es un ensayo para cuando te cases de verdad!

Claudia conversaba animadamente con Patrick. Nunca parecía tan relajada y contenta estando con él, pensó David, y por alguna razón le irritó la idea.

– Lo haré cuando haya un poco de silencio -contestó a Lucy.

Dicho lo cual fue hacia Claudia para tomarla de la mano. Después de todo, se suponía que le pertenecía aquella noche.

La mano de David provocó en Claudia un temblor, e involuntariamente, se agarró a ella. La energía de él parecía fluir hacia ella, dándole fuerzas, pero cuando alzó la vista, el rostro de David era completamente inexpresivo.

– Vamos, saludemos a todos -sugirió.

Como Lucy había pronosticado, todos tenían ganas de conocer a Claudia y felicitarla por su matrimonio. A nadie le resultó extraño que se hubieran casado tan precipitadamente.

– ¿Por qué esperar? -decía una mujer de unos cincuenta años-. Ambos son suficientemente mayores para saber lo que quieren.

– Nunca deseé una gran boda -respondió Claudia, queriendo contribuir a la conversación-. Siempre pensé que lo que importa es el compromiso entre las dos personas, no el tamaño de la tarta o el color de los manteles.

– Tienes razón, hija. Lo único que importa es que David y tú os amáis… y es fácil verlo. ¿Cómo os conocisteis?

Claudia se quedó un momento sin saber qué decir. David no pareció intimidado.

– Ibamos en un avión en asientos contiguos.

– ¡Oh, qué romántico! ¿Fue un flechazo?

– No del todo, pero casi, ¿verdad, Claudia? -respondió David, agarrando un mechón de pelo de Claudia y colocándoselo detrás de la oreja.

Claudia tenía la sensación de que el suelo se había abierto a sus pies, dejándola sobre un abismo de oscuridad y deseo. El roce de la mano de él había sido muy suave, pero su piel había temblado. Pensó en la primera vez que lo había visto, serio y contenido en la sala de espera del avión. Pensó en la fuerza de su cuerpo y la seguridad que sentía ella cuando estaba a su lado. Pensó en su boca y en sus manos, y no quiso seguir mirando al abismo y descubrir lo que había.

Todos estaban esperando a que Claudia dijera algo. Se tomó el champán de un trago.

– Sí, casi.

Claudia se sintió aliviada de que los separasen en diferentes grupos, de modo que él no estuviera demasiado cerca. Aunque por otra parte, eso era peor, ya que la gente seguía preguntándole detalles de la boda o de la luna de miel.

Mientras respondía como podía las preguntas, incluso se inventó que habían ido de luna de miel a las Seychelles y que le había regalado un anillo con un zafiro y diamantes para su cumpleaños, no paraba de fijarse en David, al otro lado de la habitación. Parecía tan frío y contenido cuando hablaba con otras personas. Aunque no paraba de sonreír. A todo el mundo, salvo a ella.