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– Bueno, de momento no parece muy nuevo -respondió, tocando la tela raída que cubría los asientos-. ¡Mírelo! Este tipo de decoración es de los sesenta. ¿Dónde ha estado desde entonces este avión?

– Volando entre Menesset y Telama'an, me imagino -aventuró, dejando claro que no era tan fácil que alguien lo distrajera de su lectura-. ¿Qué hay de malo en el avión? Aparte de que a usted no le guste la decoración, por supuesto.

Claudia miró a su alrededor a la vez que el avión se encaminaba hacia la pista de despegue. Había sólo cuarenta pasajeros más.

– No me había dado cuenta de que fuera tan pequeño -confesó Claudia.

David pasó una página, intentando con el gesto insultarla.

– Telama'an no es un lugar grande -dijo, con aburrida indiferencia.

– Espero que sea lo suficientemente grande como para tener un aeropuerto -exclamó Claudia, irritada por la impasibilidad del hombre-. ¿O van a lanzarnos con paracaídas cuando estemos en el lugar justo?

En ese momento la miró con tal desprecio, que ella deseó no haber conseguido nunca que él apartara la vista de sus documentos.

– No sea ridícula. Hay un aeropuerto hace varios años, aunque el tamaño de este avión sea el mayor que pueda aterrizar por el momento. Será diferente cuando el nuevo aeropuerto esté terminado, claro. Telama'an es una de las regiones más lejanas de Shofrar, pero estratégicamente es muy importante y el gobierno quiere desarrollar la zona. Ahora no hay más que un pequeño oasis en mitad del desierto, y los jeques quieren una infraestructura completa: un aeropuerto, carreteras, agua, energía eléctrica… es un gran proyecto.

¡Oh, cielos, era uno de esos hombres que leen en vez de contestar!

– Parece que sabe mucho del tema -dijo, abanicándose con el papel de instrucciones para no pensar mucho en el despegue.

– Es mi deber. Estamos contratando ingenieros para el proyecto.

La muchacha se giró y lo miró fijamente.

– Pero es la empresa de ingenieros GKS quien contrata, ¿verdad?

Por su parte, David la miró con un profundo desprecio. ¿Qué tenía esa estúpida mujer que ver con GKS?, pensó.

– ¿Cómo lo sabe?

– Mi prima está casada con el ingeniero que va a llevar el proyecto… Patrick Ward. ¿Lo conoce?

El corazón de David dio un vuelco. Era el colmo que ella fuera a visitar a la gente con la que él pasaba la mayor parte del tiempo en Telama'an. ¡Ni allí iba a poder quitársela de encima!

– Sí, claro que conozco a Patrick y a Lucy.

– Muy bien, les diré que lo he conocido -dijo Claudia, alegre por conseguir uno de sus objetivos-. ¿Cómo se llama?

– David Stirling -admitió, tras una pequeña pausa.

– Yo soy Claudia Cook -replicó, a pesar de no ser preguntada.

Lo miró de reojo y pensó si decidirse a darle la mano o no. Finalmente decidió que no. Ya había sido un enorme triunfo conseguir saber el nombre y, mirando su mandíbula, pensaba que David Stirling no era el tipo de hombre al que pudiera presionársele. Era mejor mantenerse en una conversación normal, mucho más efectivo.

– ¿Entonces es usted ingeniero?

– Más o menos -contestó él, maldiciendo su suerte.

No sólo iba a pasarse dos horas y media con aquella pesada, si no que no iba a poder ponerla en su sitio, como era su deseo. Era muy amigo de Lucy y Patrick, así que no podía decirle que se callara y se metiera en sus propios asuntos. Sin embargo, era difícil creer que hubiera relación entre ellos. Los Ward eran una de las parejas más simpáticas que él conocía, mientras que aquella mujer era una entrometida desagradable.

A pesar de sí mismo, de repente se puso a observarla. Tenía una piel bonita, eso o iba muy bien maquillada. Probablemente sería lo último, decidió David. Aquellas pestañas eran demasiado largas, oscuras y espesas para ser naturales, sobre todo si se las comparaba con el color dorado del cabello. Y veía perfectamente la marca de lápiz de ojos.

De repente le vino a la mente una imagen de Alix en el espejo de su cuarto de baño, la boca apretada para concentrarse, sujetándose el párpado con una mano para que no se moviera, mientras que con la otra dibujaba una línea por encima de las pestañas. David no estaba preparado para ese tipo de imágenes, todavía dolorosas. Alix le había enseñado una lección importante y todavía era cauteloso con las mujeres que se le parecían.

Mujeres con el aspecto de Claudia.

Seguro que trabajaba en marketing, o quizá en prensa o televisión. Algo que le diera la oportunidad de besar a gente rica, o ir por ahí con una tarjeta en la solapa que la hiciera sentirse importante. Iría a fiestas y tendría un trabajo agotador, aunque se pasara la mayor parte del tiempo hablando por teléfono para conseguir una cita.

David sonrió para sí mismo. Claro que había conocido a chicas como Claudia y, desde luego, no había peligro de sentirse impresionado lo más mínimo.

El avión había girado, se había detenido un momento al final de la pista y se había lanzado a toda velocidad, para despegar en el último momento. Claudia contuvo aire y se concentró en la respiración. David Stirling iba a quedarse con las ganas de enterarse de que tenía miedo. ¡Ella no iba a darle la satisfacción de comportarse como una histérica!

Pero aún así, fue un alivio escuchar la señal de que los letreros de “No fumar” se apagaban y que el avión tomaba altura. Se giró hacia David y lo encontró leyendo su informe. No iba a dejar que se concentrara en su trabajo, ¿verdad?

– ¿Vive usted ahora en Telama'an como Patrick? -preguntó, al parecer con una curiosidad tremenda.

– No -dijo entre dientes, con el gráfico bailándole hacia arriba y hacia abajo. David pensó que aquellos ojos enormes y esa voz efusiva no le engañaban ni un minuto. Sabía perfectamente que ella, por alguna extraña razón, había decidido provocarlo. Bien, no iba a darle la satisfacción. Pronto se aburriría de su cortesía fría.

– Paso la mayor parte del tiempo en Londres, en la compañía.

– ¿Y por qué va ahora a Telama'an?

– Tengo una serie de reuniones importantes -dijo, tratando de mantener la calma-. Estamos llegando a la última fase del proyecto y queremos conseguir que el gobierno firme con nosotros la siguiente etapa. Pero hay otras compañías que intentan lo mismo y tenemos bastante competencia.

El hombre dio un suspiro resignado.

– La decisión final recae en el jeque local, que es primo del sultán y no es un hombre fácil de convencer. Después de varios meses pidiendo hablar con él, finalmente hemos conseguido una entrevista especial pasado mañana y es muy importante que pueda ver antes al resto del equipo. Con eso no le estoy diciendo que tengo que revisar ahora esos informes, por supuesto, pero si usted es tan…

– ¡Vaya casualidad! -exclamó Claudia, antes de que pudiera terminar de disculparse-. Yo también tengo que llegar pasado mañana.

– ¿De verdad? ¿Y por qué?

La muchacha se acercó a él.

– ¡Mañana cumplo treinta años y voy a una fiesta a encontrar mi destino!

– ¿A encontrar qué?

– Mi destino. Hace años una echadora de cartas me dijo que no me casaría hasta que cumpliera treinta años y que conocería a mi marido en un lugar pequeño donde hay mucho espacio y arena.

– Así que ha tomado un avión para el desierto a la primera oportunidad y ha topado con un pobre desgraciado.

– Oh, no. Sé exactamente quién será él. La echadora de cartas me dijo que las letras J y D serían muy importantes, así que estoy segura de que lo reconoceré enseguida. Lucy va a hacer una fiesta para que lo conozca en mi cumpleaños, de manera que tengo que estar allí pasado mañana.

– No va a decirme que Lucy cree esas estupideces. Siempre creí que era una mujer inteligente.

– Estaba allí cuando la echadora de cartas me lo dijo -respondió solemnemente-. Teníamos sólo catorce años y la impresionó bastante -añadió, omitiendo el hecho de que ambas habían estallado en carcajadas y que Lucy se había estado riendo de ella porque tenía que esperar a cumplir los treinta.