David pensó que eso sería casi imposible. Ella era la típica chica que podía estar en una habitación a oscuras y en completo silencio y aún así molestarlo a uno.
Bajó la vista de nuevo hacia el informe que estaba leyendo, tratando de volver a concentrarse. Claudia comenzó a echarle miradas de soslayo, maravillada de su capacidad de trabajo. También se fijó en la configuración enérgica de su mandíbula.
No era un hombre guapo. Tenía la boca fina y su cara delataba inteligencia, pero había una aire de reserva en él, como si se presentara a sí mismo, de un modo deliberado, bajo llave. No cabía duda de que bajo esa imagen, latía una fuerte personalidad.
Se había quitado la chaqueta y llevaba arremangadas las mangas de su camisa blanca. Claudia notó el vello negro que cubría sus antebrazos y para evitar el contacto con ellos colocó los brazos sobre el regazo. Luego trató de no mirar tan descaradamente, pero pudo ver por el rabillo del ojo cómo le latía el pulso del cuello.
Al mismo tiempo pudo notar que su propio pulso en la garganta, estaba algo acelerado. Debía de estar algo tensa.
¿Estaría David Stirling alguna vez algo tenso? ¿Qué podría hacer que ese hombre perdiera el autocontrol y que su pulso latiese desenfrenadamente?
Al mismo tiempo que pensaba en eso, pasó una página de la revista y vio que había un artículo sobre sexo. No podía leerlo con ese hombre sentado a su lado. El artículo hablaba sobre los placeres sexuales según las diferente edades. Ya no tenía sentido leer lo que decía acerca de los veinte años. Mejor centrarse en lo que decía de las mujeres de treinta años:
Las mujeres de treinta han dejado atrás todas las inseguridades de las veinteañeras. Tienen más aplomo y se sienten más a gusto consigo mismas.
Han aprendido lo que les gusta y lo que les disgusta, y tienen la madurez, suficiente para dirigir sus vidas.
– Me encantan las mujeres de treinta -dice un hombre de la calle-. Son más interesante que las jovencitas porque tienen algo que decir por sí mismas. Saben lo que quieren y van a por ello. Creo que es con mucho la edad más sensual. Son muchas las mujeres que mejoran de aspecto a los treinta. Conocen mejor sus cuerpo y eso les ofrece un mayor atractivo y seguridad que cuando tenían veinte.
Claudia no se podía creer ese cúmulo de tonterías. Realmente ella sabía exactamente lo que quería aunque aún no tuviese los treinta. Quería llegar a Telama'an y beberse un gin-tonic helado. Objetivos poco ambiciosos para comenzar una nueva década de su vida.
Claudia cerró la revista con un suspiro. David seguía leyendo el informe. Realmente algo no debía de marchar muy bien en un hombre que podía concentrarse de esa forma, pero no se atrevió a interrumpirlo. Seguramente debía de ser porque todavía no tenía la confianza que otorgaba pasar de los treinta. El día siguiente sería diferente.
Miró alrededor en busca de nuevas diversiones. Al otro lado del pasillo iba sentado un musulmán que la miró fijamente con sus ojos oscuros. Claudia le sonrió.
– Disculpe si la he mirado con demasiada fijeza, pero es que no es habitual encontrarse un mujer tan guapa en el viaje hacia Telama'an.
A Claudia le encantó el cumplido. El hombre se presentó a sí mismo como Amil y pronto estuvieron enfrascados en un discreto flirteo.
– ¿Estará usted mucho tiempo en Telama'an?
– Sólo un par de semanas. Después tendré que regresar al trabajo.
– ¿Y el trabajo no puede esperar algo más?
– Me temo que no. Trabajo para una productora de televisión y estamos muy ocupados en estos momentos.
David no pudo evitar escuchar la conversación. ¡Tendría que haberse imaginado que esa mujer trabajaba para la televisión! Intentó concentrarse de nuevo en el informe, pero no pudo.
Claudia se dio cuenta del enfado del hombre y redobló sus esfuerzos de coquetear con Amil. Le iba a enseñar a David que algunos hombres la encontraban atractiva. Se volvió hacia Amil y le sonrió.
– Pero ya hemos hablado bastante de mi trabajo. Estoy segura de que su vida es mucho más interesante que la mía.
¡Dios, qué mujer más irritante! David corrigió una palabra del informe con más vigor del necesario. Finalmente, la conversación entre los otros dos cesó, aunque su alivio le duró poco.
Claudia no paraba de moverse. Se retocó el maquillaje, se dio crema de manos, se limó las uñas y se perfumó. El caro y sutil perfume que ya había asociado con ella, lo invadió por completo, aunque se concentró en ignorarlo, mientras hacía que consultaba el índice.
Por supuesto, ya sólo le quedaba retocarse el peinado. David trató de no mirar cómo le brillaba el cabello con la luz del sol que pasaba a través de la ventanilla, mientras ella sacaba el peine del bolso y se lo comenzaba a cepillar.
Claudia se comenzó a aburrir. David la estaba ignorando y eso hizo que perdiera la gracia el intentar provocarlo. Miró el reloj. Todavía faltaba hora y media para llegar. Amil iba charlando con su vecino y la revista parecía expresamente diseñada para hacerla parecer una vieja. Dio un suspiro y se puso a tamborilear con los dedos sobre el brazo de su asiento.
Eso terminó de exasperar a David, que arrojó el bolígrafo enfadado.
– ¿Es que no puede estarse quieta ni dos segundos? -preguntó con los dientes apretados.
– ¡Si estoy quieta! -se defendió ella, ofendida.
– No lo está. Está moviéndose todo el tiempo y encima se pone a hacer ese irritante ruido con los dedos…
– ¿Y qué quiere que haga?
– No quiero que haga nada. Sólo que se esté quieta.
– No puedo estarme quieta. Tengo que estar haciendo algo.
– ¿Por qué no prueba usted a pensar? Esa podría ser una nueva experiencia para usted. El esfuerzo de utilizar el cerebro debería de entretenerla durante cinco minutos al menos.
– Ya he estado pensando -se defendió Claudia, herida en su orgullo.
– Me sorprende. ¿Y en qué ha estado pensando?
– Pues he estado pensando en por qué Patrick le habrá ofrecido trabajo a alguien tan arrogante y maleducado como usted.
David se quedó mirándola durante un momento.
– ¿Qué le hace pensar que Patrick me dio trabajo?
– Sé que es el ingeniero que se encarga del proyecto, así que usted debe depender de él. Y sé que no le gustaría que le hablase de su comportamiento conmigo.
– ¿Cree usted que me despediría?
A Claudia no le gustó la mirada de David, así que apartó la cabeza.
– Eso depende de lo amable que sea usted durante el resto del trayecto.
– ¿Y cree usted que me dejará seguir con el proyecto si me porto como es debido?
Antes de que Claudia pudiera responder, un ruido extraño proveniente del ala del avión que se podía ver a través de la ventanilla llamó su atención.
– Estoy segura de que algo no marcha bien -dijo preocupada-. Ese motor está haciendo ruidos extraños.
– No sea ridícula. ¿Qué podría no marchar bien?
– No lo sé. No entiendo nada de motores.
– Entonces, ¿por qué cree que tiene capacidad para pensar que hace ruidos extraños? -David se puso una mano en la oreja con gesto de burla-. Yo creo que suena bien.
– Eso es lo que siempre se dice en las películas de catástrofes. Al comienzo, siempre aparecen personas con reacciones normales, como las nuestras.
– No hay nada de normal en la manera en la que usted se ha estado comportando durante el viaje.
– Todos están tomando café y charlando y ninguno de ellos se ha dado cuenta de que algo terrible va a ocurrir… pero están a salvo porque cerca suele estar Bruce Willis o Tom Cruise que se encargará de salvarlos. Yo lo único que tengo es a un ingeniero cuya única preocupación es que me esté quieta.
– Esto es increíble. ¡Le digo que no hay nada malo en el ruido del motor!