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– Ahí viene Godzilla -le dijo Bobby a Sasha.

– Snowman, ¿como sabes todas estas cosas? No puedes haberte enterado ahora mismo, echando un vistazo a estas páginas.

– Siempre se tiende a buscar lo que a uno le interesa cuando en ello te va la vida. Si alguien puede encontrar la manera de reemplazar mis genes defectuosos con copias de laboratorio, mi cuerpo será capaz de producir los enzimas que repararán el daño de los rayos ultravioleta a mi ADN.

– Entonces ya no serás nunca más la lombriz nocturna -comentó Bobby.

– Adiós cara rayada -asentí.

Sobre el ruidoso tamborileo de la lluvia en el tejado llegó el sonido de algo que corría por el porche de atrás.

Cuando miramos hacia aquella dirección vimos a un rhesus saltando del suelo del porche al antepecho de la ventana que daba al fregadero de la cocina. Tenía el pelo húmedo y enmarañado, lo que le hacía parecer más flacucho de lo que parecía cuando estaba seco. Se balanceó hábilmente en el estrecho borde y se colgó de un montante vertical con una mano. Nos observó con la característica curiosidad de los monos. Parecía una criatura benigna, excepto por sus maléficos ojos.

– Se interesarán más rápido si no les prestamos atención -dijo Bobby.

– Cuando más interesados estén -añadió Sasha-, menos descuidados serán.

Di otro mordisco a la pizza de chorizo y cebolla y pasé el otro dedo por las páginas amarillas.

– Ahora acabo de ver este párrafo en el que mi padre explica hasta qué punto comprende esta nueva teoría de mi madre. Para el proyecto Wyvern desarrolló una teoría revolucionaria de ingeniería del retrovirus, para que se pudieran utilizar con mayor seguridad para transportar genes a las células de los pacientes.

– Acabo de oír el pie de un lagarto gigante -dijo Bobby-. Boom, boom, boom, boom.

Desde la ventana, el mono nos lanzó un chillido.

Miré hacia la ventana más próxima, junto a la mesa, pero allí no había nada asomado.

Orson se irguió y puso las pezuñas encima de la mesa manifestando un teatral interés por la pizza y exhibiendo todos sus encantos a Sasha.

– Ya sabes que los niños intentan enfrentar a un padre con el otro -le advertí.

– Yo soy más como una cuñada -repuso- Podría ser su última comida. Y para nosotros también.

– Está bien -reconocía con un suspiro-. Pero si no nos matan, entonces habremos sentado un precedente.

Apareció otro mono en el antepecho de la ventana. Ambos gritaron y nos enseñaron los dientes.

Sasha eligió una porción pequeña de pizza, la cortó en pedacitos y los puso en el plato del perro en el suelo.

Orson miró con aire preocupado los duendes de la ventana, pero ni siquiera los malditos primates pudieron quitarle el apetito y volvió a concentrarse en la comida.

Uno de los monos empezó a batir la mano rítmicamente contra el paño de la ventana, gritando más que antes.

Sus dientes parecían más largos y afilados que los de un rhesus común y corriente, largos y afilados como los de un predador. Quizás era un rasgo físico resultado de la ingeniería e introducido por los traviesos chicos de Wyvern. Me vino el recuerdo de la garganta desgarrada de Angela.

– Debe de haber una manera de distraerlos -sugirió Sasha.

– No pueden entrar en la casa sin romper un cristal -dijo Bobby-. Los oiremos.

– ¿Por encima de este alboroto y de la lluvia? -preguntó ella.

– Los oiremos.

– Creo que no deberíamos desplegarnos en distintas habitaciones a menos que estemos absolutamente seguros -dije-. Son lo bastante inteligentes para saber aquello de divide y vencerás.

Lancé otra ojeada a la ventana próxima a la mesa, pero no había monos en ese sector del porche y sólo la lluvia y el viento se movían en las oscuras dunas bajo la lluvia.

Tras la ventana del fregadero, uno de los monos había conseguido volverse. Daba alaridos mientras apretaba su culo desnudo y pelado contra el cristal.

– ¿Y qué pasó cuando entraste en la rectoría? -preguntó Bobby.

Con la sensación de que el tiempo corría a contrarreloj, resumí los acontecimientos del ático, de Wyvern y la casa de Manuel Ramírez.

– Manuel es una basura -declaro Bobby, moviendo la cabeza con tristeza.

– ¡Uf! -exclamó Sasha, pero no hizo ningún comentario sobre Manuel.

En la ventana, el mono macho se puso a orinar copiosamente sobre el cristal.

– Bueno, esto es nuevo -observo Bobby.

En el porche, tras las ventanas del fregadero, otros monos empezaron a brincar en el aire como semillas de maíz en una sartén de aceite hirviendo. Gritaban, resoplaban, parecía que había multitud de ellos, aunque seguramente sería la media docena apareciendo y desapareciendo repetidamente.

Acabé la cerveza.

Permanecer sereno era cada vez más difícil. Quizá requería más energía y concentración de la que yo poseía.

– Orson -dije-, no sería mala idea que hicieras una ronda por la casa.

Lo entendió y se dirigió inmediatamente a hacer la ronda.

– Sin heroicidades. Si ves algo que no te gusta, da la vuelta y vuelve corriendo aquí -le dije antes de que saliera de la cocina.

Desapareció de mi vista.

Inmediatamente me arrepentí de haberlo enviado, aun sabiendo que era lo correcto.

El primer mono había vaciado la vejiga y ahora el segundo se había vuelto de cara a la cocina y empezó mear. Otros correteaban por la baranda exterior y se balanceaban en las cabrias del tejado del porche.

Bobby estaba sentado frente a la ventana contigua a la mesa. Igual que yo consideraba sospechosa la calma con la que había transcurrido parte de la noche.

La tormenta de rayos ya había pasado, pero las descargas de truenos todavía cruzaban el mar. Los cañonazos excitaban a la tropa.

– He oído que la nueva película de Brad Pitt es estupenda -dijo Bobby.

– No la hemos visto.

– Siempre espero a que salga en vídeo -le recordé.

Alguien intentó abrir la puerta trasera del porche. El pomo se movía de un lado a otro, pero el cerrojo estaba corrido.

Los dos monos de la ventana del fregadero saltaron al suelo. Dos más salieron del porche para relevarlos y empezaron a orinar en el cristal.

– No voy a limpiarlo -dijo Bobby.

– Ni yo -declaró Sasha.

– Quizás expresan de esta manera su agresividad y enfado, y luego se marchan -dije yo.

Bobby y Sasha debieron de haber estudiado expresión sarcástica en la misma escuela.

– O quizá no -reconsideré.

Una piedra del tamaño de una cereza se estrello en una ventana y los monos que estaban asomados saltaron para escapar de la línea de fuego Otras piedrecitas siguieron a las primeras, como una lluvia de granizo.

No tiraban piedras contra las ventanas más próximas.

Bobby cogió la pistola del suelo y se la puso en el regazo.

Cuando la andanada de piedras llegó a su punto álgido, de repente acabó.

Los furiosos monos empezaron a chillar con más fuerza. Sus gritos eran cada vez más espantosos, escalofriantes, con un efecto que parecía sobrenatural, se introducían en la noche con una energía tan demoníaca que hasta la lluvia empezó a golpear con más fuerza la casa. El sonido despiadado de los truenos quebró la cáscara de la noche y de nuevo las puntas brillantes de los relámpagos rasgaron la carne del cielo.

Una piedra, mayor que las anteriores, resonó en una de las ventanas del fregadero: snap. Siguió otra aproximadamente del mismo tamaño, chocó con más fuerza que la primera.

Por suerte sus manos eran demasiado pequeñas para sostener y manipular pistolas o revólveres. Y el peso del cuerpo, relativamente bajo, les hubiera hecho caer de cabeza por el efecto de retroceso. Aquellas criaturas eran lo bastante inteligentes para comprender el funcionamiento de un arma, pero al menos la horda de genios de los laboratorios de Wyvern no había elegido gorilas para trabajar. Aunque si se les hubiera ocurrido, no hubieran dudado en buscar fondos para la empresa y no sólo hubieran obtenido gorilas capaces de sostener un arma de fuego sino que les hubieran instruido en los detalles del diseño de armas nucleares.