En resumen: viaje en vano.
Tench iba de tienda en tienda presentándose y estrechando manos y acariciando cabezas de niños y hasta aceptó una taza de infusión. Bobby Greig se curaba unos nudillos magullados, que lo único que habían golpeado, a decir de uno de los vigilantes, era una pared.
– Para animar un poco el ambiente, ¿no? -comentó a Siobhan.
Ella no respondió. Se acercó al entoldado y le dieron una taza de manzanilla. Se fue con ella en la mano soplando el líquido cuando vio junto a Tench a una mujer con una grabadora portátil. Conocía a aquella periodista, amiga de Rebus y que se llamaba… Mairie Henderson. Se acercó y oyó que Tench discurseaba sobre el barrio.
– El G-8 está muy bien, pero el gobierno debería prestar más atención a su propio país. Los muchachos aquí no ven ningún futuro. Inversiones, infraestructuras e industria es lo que haría falta para recuperar una comunidad hecha trizas. Esto es un barrio depauperado, pero la depauperación puede atajarse y, con un programa de ayuda, estos chicos tendrían algo de qué enorgullecerse, algo que los mantuviera ocupados y productivos. Tal como dice el eslogan es muy bonito pensar en términos globales… pero no debe desatenderse la intervención local. Muchas gracias.
Tras sus declaraciones, continuó recorriendo el campamento, estrechando manos y acariciando la cabeza de algún niño. La periodista vio a Siobhan y se acercó a ella, grabadora en mano.
– ¿Le importaría añadir algún comentario desde la perspectiva policial, sargento Clarke?
– Pues sí.
– Me he enterado de que ha estado aquí dos noches seguidas… ¿Debido a qué?
– No estoy de humor, Mairie -dijo Siobhan-. ¿Va a escribir realmente un artículo sobre esto?
– El mundo tiene los ojos puestos en nosotros -respondió la periodista apagando la grabadora-. Dígale a John que espero que haya recibido el paquete.
– ¿Qué paquete?
– Uno con información sobre Pennen Industries y Ben Webster. No sé si le servirá para sacar algo en limpio.
– Algo encontrará.
Mairie asintió con la cabeza.
– Espero que no me olvide si así es -añadió mirando la taza de Siobhan-. ¿Eso es té? Estoy rabiando por tomar uno.
– Ahí, en el entoldado -dijo Siobhan señalando con la cabeza-. Es algo flojo. Diga que se lo sirvan fuerte.
– Gracias -dijo la periodista, alejándose.
– No hay de qué -respondió Siobhan tirando la infusión al suelo.
En el último noticiero de la noche informaron sobe el concierto Live 8. No sólo Londres, también en Filadelfia, el Edén Project y en otras localidades. Se calculaba una asistencia de cientos de miles y se temía que, si se prolongaban las actuaciones, las multitudes tuvieran que dormir aquella noche a la intemperie.
– ¡Vaya! -comentó Rebus apurando los restos de la última lata de cerveza.
Apareció en pantalla la marcha de Acabad con la Pobreza y un famoso afirmó vociferante que había creído necesario «estar allí, haciendo historia y contribuyendo a que la pobreza fuera cosa del pasado». Rebus cambió al canal 5: «Ley y orden: Unidad de víctimas especiales». No comprendía aquel título. ¿No eran todas las víctimas algo especial? Pero pensó en Cyril Colliar y admitió que la respuesta era «no».
Cyril Colliar, matón de Big Cafferty, que en principio parecía una víctima específica y ahora ya no tanto: estaría donde no debía en el momento menos adecuado.
Trevor Guest; de momento era sólo un trozo de plástico, pero por los números del código averiguarían su identidad; él había buscado en el listín telefónico y los apellidados Guest totalizaban una veintena; llamó a la mitad, sólo contestaron cuatro y ninguno de ellos conocía a nadie llamado Trevor.
Talleres Keogh. En el listín de Edimburgo figuraban una docena de Keogh, pero Rebus había descartado el criterio de que las tres víctimas fuesen de Edimburgo. Trazando un amplio círculo en torno a Auchterarder se situaban Dundee y Stirling, además de Edimburgo, e incluso, ¿por qué no?, Glasgow y Aberdeen. Las víctimas podrían ser de cualquier procedencia. Hasta el lunes no podía hacer nada más.
Nada, salvo estar sentado en casa, triste, bebiendo una cerveza tras otra, con una escapada a la tienda de la esquina a por un plato preparado de salchichas de Lincolnshire con salsa de cebolla y parmesano y otras cuatro cervezas. La gente que hacía cola en la caja le sonrió. No se habían quitado las camisetas blancas y le comentaron «qué tarde tan fantástica».
Rebus asintió con la cabeza.
La autopsia de un diputado y tres víctimas de un misterioso asesino.
A él no acaba de parecerle tan «fantástica».
CARA DOS: BAILANDO CON EL DIABLO
DOMINGO 3 DE JULIO
Capítulo 6
– ¿Y qué tal The Who? -preguntó Siobhan.
Era ya media mañana del domingo y había invitado a Rebus al almuerzo. Su aportación: un paquete de salchichas y cuatro panecillos blandos. Ella lo dejó aparte y preparó huevos revueltos, a los que añadió ya en el plato lonchas de salmón ahumado y alcaparras.
– The Who estuvo bien -contestó Rebus apartando las alcaparras con el tenedor al borde del plato.
– Prueba una al menos -le reconvino ella, pero él arrugó la nariz y no lo hizo.
– Los Floyd también estuvieron bien -añadió él-. No hubo grandes fallos.
Estaban sentados cara a cara en una pequeña mesa plegable de la sala de estar. Siobhan vivía en un piso en Broughton Street, a cinco minutos a pie de Gayfield Square.
– ¿Y tú? -preguntó él echando una mirada a la habitación-. No veo señales del desenfreno del sábado por la noche.
– Qué más quisiera yo -replicó ella con una sonrisa que se desvaneció al contarle lo de Niddrie.
– Suerte que saliste indemne -comentó Rebus.
– Vi allí a tu amiga Mairie que cubría un artículo sobre el concejal Tench, y me mencionó algo sobre unas notas que ella te había enviado.
– Sobre Richard Pennen y Ben Webster -asintió él.
– ¿Sacaste algo en claro?
– Algo he profundizado, Shiv. Probé también a llamar a unos cuantos Guest y Keogh, pero sin resultado. Más me habría valido andar persiguiendo encapuchados por los bloques. -Limpió el plato, dejando a un lado las alcaparras, y se arrellanó en el asiento. Tenía ganas de un cigarrillo, pero había que esperar a que ella terminase de comer-. Ah, y, por cierto, tuve un encuentro interesante.
Le contó lo de Cafferty y cuando acabó vio que ella tenía ya el plato limpio.
– Sólo nos faltaba ése -comentó Siobhan levantándose.
Rebus hizo gesto de ofrecerse a retirar la mesa, pero ella le señaló la ventana con la barbilla. Sonriendo, Rebus se acercó a abrirla; entró aire fresco y él se inclinó para encender el pitillo y echar el humo hacia la calle, manteniéndolo fuera entre calada y calada. Era el reglamento de Siobhan.
– ¿Quieres más café? -preguntó ella alzando la voz.
– Sí, vale -contestó él.
Ella llevó de la cocina café recién hecho.
– Más tarde hay otra marcha de Abajo la Coalición de Guerra -comentó.
– A buenas horas, diría yo.
– Y hay actos alternativos al G-8. Va a hablar George Galloway.
Rebus dio un resoplido y aplastó la colilla en el alféizar de la ventana. Siobhan había limpiado la mesa, y puso en ella la caja que le había pedido a Rebus.
El caso de Cyril Colliar.
La oferta de paga doble -aprobada por James Corbyn- sirvió de acicate para que la científica organizase un equipo que se ocupara de la Fuente Clootie. Siobhan les recomendó que trabajaran con discreción: «Que no metan la nariz los de la comisaría local». Y al comentarles que dos días antes había examinado el lugar un equipo de Sterling, un miembro del equipo de Edimburgo esbozó una sonrisa.