– Los veteranos nos hacemos cargo -comentó.
Siobhan no tenía grandes esperanzas. Pero daba igual; lo del viernes no era más que una simple recogida en bolsas de plástico de pruebas de un crimen, pero ahora los indicios apuntaban a dos más. Valía la pena una nueva inspección y una selección.
Comenzó a vaciar los archivadores y carpetas de las cajas.
– ¿Lo has repasado tú ya? -preguntó.
Rebus cerró la ventana.
– Y lo único que he sacado en claro es que Colliar era un gran hijo de puta y que es muy posible que tuviera más enemigos que amigos.
– ¿Y en cuanto a la posibilidad de que fuera víctima de un homicidio casual?
– Escasa; eso ya lo sabemos.
– Pero parece que así ocurrió.
Rebus levantó un dedo.
– Estamos distorsionando dos simples trozos de tela de dueño desconocido.
– Yo traté de comprobar si el nombre de Trevor Guest figuraba entre los de personas desaparecidas.
– ¿Y?
Siobhan negó con la cabeza.
– En los archivos locales no hay nada -dijo tirando la caja vacía sobre el sofá-. Es domingo por la mañana y julio, John. Poco podemos hacer hasta mañana.
El asintió con la cabeza.
– ¿Y la tarjeta bancaria de Guest?
– Es del HSBC, que sólo tiene una sucursal en Edimburgo y pocas más en toda Escocia.
– ¿Eso es bueno o malo?
Siobhan lanzó un suspiro.
– Llamé a uno de sus teléfonos de información y me dijeron que hablara con la sucursal el lunes.
– ¿La tarjeta tiene el número del código de la agencia?
Siobhan asintió con la cabeza.
– Pero esa información no la dan por teléfono.
– ¿Y Talleres Keogh? -preguntó Rebus sentándose a la mesa.
– Lo buscaron en información de abonados, pero no figura en la red.
– Es un apellido irlandés.
– En el listín hay una docena de Keogh.
– Ah, ¿también miraste tú? -preguntó él sonriendo.
– En cuanto envié al equipo forense.
– Sí que has estado ocupada -comentó Rebus abriendo una carpeta que ya había revisado.
– Ray Duff me prometió ir hoy al laboratorio.
– Está encandilado con el premio.
Ella le miró seria y vació la última caja con cierto esfuerzo por el peso de los papeles.
– Así que día de descanso, ¿eh? -dijo Rebus.
Sonó un teléfono.
– Es el tuyo -dijo Siobhan. El fue al sofá y sacó el móvil del bolsillo interior de su chaqueta.
– Rebus -contestó, escuchando un instante con cara de preocupación-. Eso es porque no estoy yo ahí. -Volvió a escuchar-. No, iré yo. ¿Dónde nos vemos? -Miró el reloj-. ¿Cuarenta minutos? Espérame ahí -añadió mirando a Siobhan y cerrando el móvil.
– ¿Cafferty? -aventuró ella.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque se te nota en la voz y en la cara. ¿Qué quiere?
– Ayer fue a mi piso y ahora dice que tengo que ver una cosa. No iba a consentir que se presentara aquí.
– Se te agradece.
– Está en tratos para la compra de un terreno y ha ido a verlo.
– Te acompaño.
Rebus no podía negarse.
Queen Street, Charlotte Square, Lothian Road. Iban en el Saab de Rebus; Siobhan de pasajera recelosa, agarrada al marco de la ventanilla con la mano izquierda. Les pararon en las barreras y tuvieron que enseñar el carné a varios agentes de uniforme. Aquel domingo llegaban más refuerzos a Edimburgo; era el día del gran desplazamiento de fuerza policial al norte; Siobhan se había enterado en aquellos dos días que había acompañado a Macrae y se lo dijo a Rebus.
– Ahora eres especialista en un nuevo tema para Masterbore -comentó él.
Mientras esperaban en el semáforo de Lothian Road vieron gente a la puerta del Usher Hall.
– Ahí se celebra la Cumbre Alternativa -dijo Siobhan-. Hablará Bianca Jagger.
Rebus puso los ojos en blanco y ella le propino un puñetazo en el muslo.
– ¿Viste la marcha en la tele? ¡Doscientas mil personas!
– Un éxito para los interesados -comentó Rebus-. Pero no cambiará el mundo en que yo vivo -añadió mirándola-. ¿Y Niddrie, anoche? ¿Llegaron allí también las ondas de las buenas vibraciones?
– No eran más que una docena, contra dos mil en el campamento.
– Yo tengo claro por quién apostaría.
Continuaron en silencio hasta llegar a Fountainbridge.
Antigua zona de cervecerías, donde se había criado Sean Connery, Fountainbridge cambiaba a ojos vista. Las viejas industrias estaban a punto de desaparecer y en la zona se iba infiltrando el barrio financiero. Ya había bares elegantes y uno de los pubs preferidos de Rebus había sucumbido a la piqueta. Él estaba seguro de que el bingo de al lado -el llamado Palais de Danse- no tardaría en caer; habían limpiado el canal, poco menos que una alcantarilla en otra época, y ahora podrían pasear por él familias en bicicleta que echarían comida a los cisnes. Cerca del Cine World destacaban las puertas cerradas de una decrépita cervecería. Rebus detuvo el coche y tocó el claxon. Un joven con traje apareció junto a la verja, abrió el candado y empujó una hoja de la puerta lo justo para dar paso al Saab.
– ¿Es usted el señor Rebus? -preguntó junto a la ventanilla del conductor.
– Sí.
El joven aguardó a ver si Rebus presentaba a Siobhan y al cabo le dirigió una sonrisa nerviosa y le entregó un folleto. Rebus lo miró por encima y se lo dio a ella.
– ¿Es agente de la propiedad?
– Trabajo para Bishop Solicitors, señor Rebus. Propiedad comercial. Le daré mi tarjeta -añadió metiendo la mano en el bolsillo.
– ¿Dónde está Cafferty?
El tono en que Rebus hizo la pregunta puso más nervioso al joven.
– Está ahí estacionado; al doblar la esquina.
Rebus no preguntó más.
– Se cree que eres del equipo de Cafferty -dijo Siobhan-. Y por el sudor sobre el labio superior, yo diría que sabe quién es Cafferty.
– Al margen de lo que crea, es bueno que Cafferty haya llegado.
– ¿Por qué?
– Porque así es menos probable que sea una trampa -contestó Rebus mirándola.
El coche de Cafferty era un Bentley GT azul oscuro, junto al que estaba, de pie, apretando sobre el capó un plano del terreno para impedir que volara.
– Sujete esa punta, ¿quiere? -dijo Cafferty a Siobhan, quien así lo hizo. Le dirigió una sonrisa-. Sargento Clarke, es un placer volver a verla. Poco debe faltarle para el ascenso, ¿eh? Y más ahora que el jefe de la policía le confía un caso tan importante.
Siobhan miró a Rebus, quien negó con la cabeza, dándole a entender que no era la fuente de información.
– Filtraciones del Departamento de Investigación Criminal, que es como un colador -añadió Cafferty-. Siempre lo ha sido y lo será.
– ¿Qué es lo que le interesa de este lugar? -preguntó Siobhan intrigada.
Cafferty dio una palmada sobre el rebelde papel.
– Los terrenos, sargento Clarke. No nos damos bien cuenta del gran valor que representan en Edimburgo. Con el Firth of Forth al norte, el Mar del Norte al este y las montañas Pentland al sur, los promotores no paran de buscar solares para construir y de presionar al ayuntamiento para que recalifique el Cinturón Verde. Y esto es un terreno de veinte acres a escasos minutos a pie del barrio financiero.
– ¿Y qué piensa hacer aquí?
– Aparte de -Rebus hizo una pausa- enterrar varios cadáveres en los cimientos.
Cafferty optó por reírse.
– Mi libro me ha dado algo de dinero y tenía que invertirlo.
– Mairie Henderson anda convencida de que destinaste tu parte a obras de caridad -comentó Rebus.
Cafferty hizo caso omiso.
– ¿Lo ha leído, sargento Clarke? -preguntó.
Siobhan guardó silencio.
– ¿Le gustó? -insistió Cafferty.
– La verdad, no me acuerdo.
– Hay un proyecto para hacer una película. De los primeros capítulos, en todo caso -añadió cogiendo el plano, doblándolo y tirándolo en el asiento del Bentley-. No estoy muy decidido con esta fábrica -continuó mirando a Rebus-. Ha hablado de cadáveres, y eso es precisamente lo que me hace pensar… Todos los que trabajaron aquí… muertos, y con ellos, la industria escocesa. En mi familia hubo muchos mineros. Me apuesto algo a que no lo sabía. -Hizo una pausa-. Rebus, usted es de Fife y seguro que se crió entre carbón. -Hizo otra pausa-. Siento lo de su hermano.