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– La compasión del diablo1 -dijo Rebus-. Lo que me faltaba.

1 Sympathy for the Devil. Canción de Rolling Stones. (N. del T.)

– Un asesino con conciencia social -añadió Siobhan en voz baja.

– No sería el primero -dijo Cafferty como en un eco, restregándose por debajo de la nariz-. Bueno, tengo esto para ustedes -añadió estirando el brazo y abriendo la guantera, de donde sacó unos papeles enrollados que entregó a Siobhan.

– Dígame de qué se trata -dijo ella con las manos en las caderas.

– Se trata de su caso, sargento Clarke. Pruebas de que nos las vemos con un gran hijo de mala madre. Un malvado cabrón que va a por otros hijos de mala madre.

Ella cogió los papeles sin mirarlos.

– ¿«Nos» las vemos? -inquirió mirándole.

Cafferty se volvió hacia Rebus.

– ¿No sabe lo del trato? -preguntó refiriéndose a ella.

– Trato no hay ninguno -replicó Rebus.

– Lo quiera o no, yo en este caso estoy de su lado -añadió Cafferty mirando de nuevo a Siobhan-. Esos papeles me han costado mis buenos favores, pero si les sirven para capturarle, pues bien. Pero yo también intentaré cazarle; con ustedes o no.

– ¿Y por qué nos ayuda?

Cafferty esbozó un rictus.

– Da emoción a la caza -replicó empujando el asiento del pasajero hacia delante-. Atrás hay espacio de sobra. Pónganse cómodos.

Rebus y Siobhan ocuparon el asiento trasero mientras Cafferty se sentaba al volante, observándoles para ver qué efecto causaba su información.

Rebus hizo verdaderos esfuerzos por no mostrarse impresionado; lo cierto era que más que impresionado estaba asombrado.

Talleres Keogh estaba en Carlisle y uno de los mecánicos, Edward Isley, había aparecido asesinado tres meses atrás en un basurero de las afueras de Edimburgo, con un golpe en la cabeza, una dosis mortal de heroína y desnudo de cintura para arriba. No había testigos, pistas ni sospechosos.

Siobhan miró a Rebus a los ojos.

– ¿Tiene un hermano? -preguntó él.

– ¿Es alguna referencia musical críptica? -aventuró ella.

– Lea, lea, Macduff-terció Cafferty.

Eran simplemente notas recuperadas de los archivos policiales en los que figuraba que Isley había trabajado poco más de un mes después de salir en libertad tras una condena de seis meses por agresión y violación. Las dos víctimas eran prostitutas: una recogida en Penrith y la otra más al sur, en Lancaster, donde trabajaban la M6 al acecho de camioneros; se mencionaba la posibilidad de más agredidas que no lo hubieran denunciado por temor a ser reconocidas.

– ¿Cómo has conseguido esto? -inquirió de pronto Rebus, provocando una risita de Cafferty.

– Las redes son algo estupendo, Rebus. Debería saberlo.

– Sí, claro, habrás untado unas cuantas manos.

– Dios, John -exclamó Siobhan entre dientes-, mira esto.

Rebus volvió a la lectura. Las notas sobre Trevor Guest comenzaban con datos sobre el banco y el domicilio: Newcastle. Guest había estado sin trabajo desde su puesta en libertad tras una condena de tres años por repetidos robos con allanamiento de morada y agresión a un hombre a la puerta de un pub; en uno de los robos intentó agredir sexualmente a una canguro menor de veinte años.

– Otro buen elemento -musitó Rebus.

– Que siguió el mismo destino que los otros -comentó Siobhan señalando con el índice las palabras clave.

Cadáver tirado a orillas del Tynemouth, al este de Newcastle. Con la cabeza machacada… Dosis letal de heroína. Lo habían matado hacía dos meses.

– Llevaba fuera de la cárcel dos semanas…

Edward Isley: hacía tres meses.

Trevor Guest: dos.

Cyril Colliar: mes y medio.

– Al parecer Guest ofreció resistencia -comentó Siobhan.

Así era: cuatro dedos rotos; magulladuras en rostro y pecho y todo el cuerpo vapuleado.

– Así que se trata de un asesino que se carga a cabronazos -añadió Rebus a guisa de resumen.

– ¿Y está pensando «pues que se cargue a más»? -aventuró Cafferty.

– Es un francotirador que nos limpia de violadores -añadió Siobhan.

– Nuestro amigo el ladrón no violó a nadie -se sintió impulsado a puntualizar Rebus.

– Pero lo intentó -dijo Cafferty-. Vamos a ver. ¿Todo eso le facilita el trabajo o se lo complica?

Siobhan se encogió de hombros.

– Actúa a intervalos regulares -comentó a Rebus.

– Tres meses, dos meses y mes y medio -añadió él-. Lo que significa que hay otro al caer.

– A lo mejor ya ha caído.

– Pero, ¿a cuento de qué las pistas de Auchterarder? -preguntó Cafferty.

Era una buena pregunta.

– A veces recogen trofeos.

– ¿Y los cuelgan a la vista del público? -dijo Cafferty frunciendo el ceño.

– A la Fuente Clootie no acude mucha gente -añadió Siobhan pensativa, volviendo atrás a la primera página para releerla.

Rebus bajó del coche. El olor del cuero comenzaba a fastidiarle. Intentó encender un pitillo pero el viento apagaba la llama. Oyó que la portezuela del Bentley se abría y se cerraba.

– Tenga -dijo Cafferty tendiéndole el encendedor cromado.

Rebus lo cogió, encendió el cigarrillo y se lo devolvió con una imperceptible inclinación de cabeza.

– Rebus, siempre había buen rollo conmigo, en los viejos tiempos.

– Eso es un mito que os traéis todos los criminales. No olvides, Cafferty, que sé todo lo que le hacías a la gente.

– Era otro mundo -replicó Cafferty encogiéndose de hombros.

Rebus expulsó humo.

– De todos modos, puedes estar tranquilo. A tu hombre lo mataron, pero no por nada relacionado contigo.

– Quien lo hizo actuó por resentimiento.

– Y bien grande -asintió Rebus.

– Y tiene datos de los presos, cuándo los dejan en libertad y lo que hacen a continuación.

Rebus asintió con la cabeza, rascando con el tacón los surcos del asfalto.

– ¿Va a echarle el guante? -preguntó Cafferty.

– Para eso me pagan.

– Usted nunca se ha movido por dinero, Rebus, como los que hacen un simple trabajo.

– Tú que sabes.

– Sí que lo sé -replicó Cafferty asintiendo con la cabeza-. Si no, habría podido tentarle con mi nómina, como a tantos de sus colegas todos estos años.

Rebus tiró el resto del cigarrillo al suelo y el viento hizo volar unas motas de ceniza hacia la chaqueta de Cafferty.

– ¿En serio vas a comprar esta porquería? -preguntó.

– Probablemente no, pero podría permitírmelo -respondió Cafferty.

– ¿Y eso te satisface?

– La mayoría de las cosas son alcanzables, Rebus. Pero lo que ocurre es que nos da miedo pensar lo que nos espera una vez conseguidas.

Siobhan bajó del coche, señalando con el dedo al final de la última hoja.

– ¿Qué es esto? -preguntó mientras daba la vuelta al Bentley acercándose a ellos. Cafferty entornó los ojos, pensativo.

– Supongo que un sitio de Internet -dijo.

– Claro que es un sitio -espetó ella-. Del que proviene casi toda esta información -añadió agitando los papeles en los morros de Cafferty.

– ¿Quiere decir que es una pista? -preguntó él con aire de suficiencia.

Ella le dio la espalda y se dirigió al Saab de Rebus, haciéndole un gesto con el brazo para indicarle que se iban.