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– Se está adaptando muy bien al trabajo, ¿verdad? -dijo Cafferty en voz baja a Rebus.

Pero a él no le pareció un cumplido, sino una insinuación de que el mérito era suyo.

En el camino de vuelta a Edimburgo Rebus sintonizó otra emisora. En Dunblane se celebraba una cumbre alternativa infantil.

– No puedo oír ese nombre sin estremecerme -dijo Siobhan.

– Te diré un secreto: el profesor Gates fue uno de los forenses.

– Pues nunca se lo he oído decir.

– Él no habla de su trabajo -añadió Rebus, subiendo un poco el volumen de la radio. Bianca Jagger hablaba al público en el Usher Hall.

«Han impulsado brillantemente nuestra campaña para poner fin a la pobreza…»

– Se refiere a Bono y compañía -dijo Siobhan.

Rebus asintió con la cabeza.

«Bob Geldof no sólo ha bailado con el diablo sino que ha dormido con él…»

Sonó un cerrado aplauso y Rebus redujo otra vez el volumen. El locutor decía que no parecía que el público de Hyde Park fuese a emprender la marcha hacia el norte. Efectivamente, muchos de los que habían acudido a la marcha del sábado de Edimburgo ya habían regresado.

– Baile con el diablo -comentó Rebus-. Es una canción de Cozy Powell, si no recuerdo mal.

Calló de pronto dando un frenazo y pisando el embrague. Un convoy de furgones blancos llegaba a toda velocidad hacia el Saab en dirección contraria haciendo señales con los faros pero sin tocar la sirena; tenían parabrisas con protector de alambre e invadieron el carril del Saab para adelantar a otros dos vehículos. A través de los vidrios vieron policías con equipo antidisturbios. El primer furgón, casi rozando el Saab, maniobró hacia el carril que le correspondía, seguido por los otros.

– Hostia -musitó Siobhan.

– Viva el estado policial -añadió Rebus. Se le había calado el motor y volvió a accionar la llave de contacto-. Habrás visto que habría aprobado el examen de frenazo de emergencia -comentó.

– ¿Eran de los nuestros? -preguntó Siobhan volviéndose en el asiento, viendo alejarse el convoy.

– Yo no he visto ningún distintivo.

– ¿Crees que habrá algún disturbio? -dijo ella, pensando en Niddrie.

Rebus negó con la cabeza.

– Me parece que volvían a sus alojamientos en Pollock Halls a tomar el té e hicieron el numerito porque pueden.

– Hablas de ellos como si no fuésemos en el mismo barco.

– Está por ver, Siobhan. ¿Te apetece un café? Necesito algo que reanime mi viejo corazón.

Había un Starbucks en la esquina de Lothian Road y Bread Street, pero sin sitio para aparcar. Rebus comentó que estaban muy cerca del Usher Hall y optó por dejar el coche en línea amarilla, poniendo el tarjetón de policía en el parabrisas. En el café, Siobhan preguntó al jovencísimo cajero si no tenía miedo de las manifestaciones. El muchacho se encogió de hombros.

– Nos han dado instrucciones.

Siobhan echó una moneda de una libra en el bote. Al llegar a la mesa sacó el portátil del bolso en bandolera y lo encendió.

– ¿Vamos a dar clase? -dijo Rebus soplando la superficie de su café.

Optó por uno de filtro, quejándose de que por el precio de las ofertas más caras se pudiera comprar un tarro. Siobhan metió el dedo en la nata de su chocolate.

– ¿Ves la pantalla? -preguntó, y Rebus asintió con la cabeza-. Pues mira esto.

Se puso a teclear nombres en una casilla: Edward Isley. Trevor Guest. Cyril Colliar.

– Hay muchas respuestas, pero sólo una con los tres nombres -dijo ella bajando el cursor por la página y volviendo al principio.

Hizo doble clic con el ratón y aguardó.

– Teníamos que haberlo comprobado, desde luego -comentó.

– Desde luego -repitió Rebus.

– Bueno… Alguno de nosotros debería haberlo hecho. Pero para ello habríamos tenido que tener el apellido Isley -dijo mirando a Rebus-. Cafferty nos ha ahorrado la tarea de un día.

– No por eso me voy a afiliar a su club de admiradores.

Apareció un portal de bienvenida. Siobhan lo examinó. Rebus se acercó un poco para ver mejor. El sitio se llamaba Vigilancia de la Bestia. Aparecían fotos granulosas hasta la altura de los hombros de media docena de hombres con un texto a la derecha.

– Escucha esto -dijo Siobhan siguiendo con el dedo las líneas de la pantalla-. «Como padres de una víctima de violación nos consideramos con perfecto derecho a saber por dónde anda el agresor tras salir de la cárcel. El propósito de este portal es dar la oportunidad a las familias y amigos -y a las propias víctimas- de enviar datos sobre la fecha de puesta en libertad, junto con fotos y descripciones, para mejor prevención de la comunidad adonde vaya la bestia…»

Su voz se fue apagando hasta vocalizar en silencio el resto de la introducción. Había vínculos de una galería de fotos llamada La Bestia a la Vista, un tablón de avisos y un grupo de debate, así como una ficha de afiliación en línea. Siobhan movió el cursor hasta la foto de Edward Isley e hizo clic. Apareció una página con datos en la que figuraba la fecha prevista de salida de la cárcel de Isley, su apodo -Fast Eddie- y las zonas que solía frecuentar.

– Dice «fecha de libertad prevista» -comentó Siobhan.

Rebus asintió con la cabeza.

– Y está muy al día, pero no parece que supieran dónde trabajaba.

– Pero señala que era mecánico de coches y también menciona Carlisie. Enviado por… -Siobhan buscó el remitente-. Sólo consta «Preocupado».

A continuación miró en Trevor Guest.

– El mismo procedimiento -comentó Rebus.

– Y remitente anónimo.

Siobhan volvió a la página principal e hizo clic en Cyril Colliar.

– Es la misma foto de nuestros archivos -dijo.

– Es la de los periódicos sensacionalistas -añadió Rebus, mirando otras fotos de Colliar que iban apareciendo.

Siobhan farfulló algo.

– ¿Qué ocurre?

– Escucha: «Éste es el bestia que hizo sufrir a nuestra querida hija y que arruinó nuestras vidas. Pronto saldrá de la cárcel, sin dar muestras de arrepentimiento ni reconocer su culpabilidad a pesar de las pruebas. Nos ha conmocionado de tal modo tenerlo de nuevo entre nosotros, que quisimos hacer algo y esta página es el resultado. Queremos dar las gracias a cuantos nos alentaron. Creemos que debe de ser la primera de este tipo en Gran Bretaña, aunque en otros países ya existen, y han sido en particular nuestros amigos de Estados Unidos quienes en gran medida nos han ayudado a ponerla en funcionamiento».

– ¿Son los padres de Vicky Jensen? -preguntó Rebus.

– Por lo visto.

– ¿Y cómo no lo sabíamos?

Siobhan se encogió de hombros y siguió leyendo atentamente.

– El tío los selecciona ahí, ¿no es eso? -añadió Rebus.

– Él o ella -puntualizó Siobhan.

– Tenemos que saber quién ha entrado en esa página.

– Eric Bain de Fettes puede ayudarnos.

Rebus la miro.

– ¿Te refieres a Cerebro? ¿Seguís hablándoos?

– Hace tiempo que no le he visto.

– ¿Desde que le diste calabazas?

Ella le miró furiosa y él alzó las manos en gesto de paz.

– Vale la pena probar, de todos modos -añadió-. Si quieres se lo digo yo.

Ella se arrellanó en la silla y se cruzó de brazos.

– Te fastidia, ¿verdad? -inquirió.

– ¿El qué?

– Que yo sea sargento y tú inspector y que Corbyn me haya encargado a mí el caso.

– A mí ni me va ni me viene -replicó Rebus tratando de no dar importancia al reproche.

– ¿Estás seguro? Porque si vamos a trabajar juntos en esto…

– Simplemente te he dicho si querías que hablase yo con Cerebro -añadió Rebus ya un tanto irritado.

Siobhan desplegó los brazos y agachó la cabeza.

– Perdona, John.

– Menos mal que no has tomado un café solo -replicó él.

– Habría estado bien tener el día libre -dijo ella con una sonrisa.