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– Llámeme, Rebus.

– En realidad…

– ¿Qué?

– Hay unos agentes con quienes me gustaría hablar. Son ingleses, pero están aquí por lo del G-8.

– Pues hable con ellos.

– Es que no es tan fácil. No llevan insignias y circulan por ahí en un coche y una furgoneta sin distintivo.

– ¿Por qué quiere hablar con ellos?

– Ya te lo diré.

– ¿Cuál es su descripción?

– Creo que son de Londres. Forman un trío y tienen la piel morena.

– O sea que se diferencian de todos los demás -interrumpió Cafferty.

– El jefe se llama Jacko. Podría ser que estuviesen a las órdenes de uno del Departamento Especial llamado David Steelforth.

– Ya conozco a Steelforth.

Rebus se inclinó sobre la mesa.

– ¿De qué?

– Metió en chirona a muchos conocidos míos a lo largo de los años. ¿Está aquí?

– Se aloja en el Balmoral. -Rebus hizo una pausa-. No me importaría saber quién le paga la cuenta del hotel.

– Y pensar que uno cree haberlo visto todo -dijo Cafferty-. Ahora John Rebus me pide que vaya a indagar el Departamento Especial… Tengo la impresión de que esto no tiene nada que ver con Cyril Colliar.

– Ya te he dicho que te lo contaré.

– ¿Qué hace en este momento?

– Estoy trabajando.

– ¿Nos vemos para tomar una copa?

– No estoy tan sediento.

– Yo tampoco. Era por invitarle.

Rebus reflexionó un instante; casi una tentación. Pero habían colgado. Se sentó y acercó hacia sí un bloc tamaño folio en el que tenía resumidos sus esfuerzos de la tarde.

¿Rencor?

¿Posible víctima?

Acceso a la heroína…

Auchterarder, ¿conexión local?

¿Quién es el próximo?

Entrecerró los ojos mirando la última anotación. Era curioso: igual que el título de un álbum de The Who2, otro de los preferidos de su hermano Michael. Incluía el tema Won't Get Fooled Again, que ahora servía de música de fondo al programa CSI. Sintió de pronto ganas de hablar con alguien, tal vez su hija o su mujer. El tirón de la familia. Pensó en Siobhan y en sus padres y trató de no sentirse desairado porque no hubiera querido presentárselos. Ella nunca hablaba de ellos, y la verdad es que no sabía nada de su familia.

– Porque no preguntas -se reprendió en voz alta.

Su móvil le avisó que tenía un mensaje. Remitente: Shiv. Lo abrió.

«¿Puedes venir @ HWG?»

Al hospital Western General. No había oído ninguna noticia de policías heridos y no había motivos para pensar que ella hubiese estado en Princes Street o aledaños.

«¡Dime si te ha ido bien!»

Marcó de nuevo el número de Siobhan mientras se dirigía al aparcamiento. Sólo daba señal de comunicar. Subió al coche y tiró el móvil sobre el asiento del pasajero, pero sonó al cabo de recorrer unos cincuenta metros. Lo cogió y lo abrió.

– ¿Siobhan? -preguntó.

– ¿Cómo? -respondió una voz de mujer.

– Diga -dijo entre dientes, conduciendo con una mano.

– Es… Quería hablar… Bueno, es igual.

Se cortó la comunicación. Rebus volvió a tirar el móvil en el asiento, pero rebotó y cayó al suelo. Agarró el volante con las dos manos y pisó fuerte el acelerador.

2 Who's Next. (N. del T.)

Capítulo 10

Había caravana en el puente de Forth Road, pero no le dieron importancia porque tenían mucho de qué hablar. Y mucho que pensar. Siobhan le contó lo que había ocurrido. Teddy Clarke se había quedado a la cabecera de su esposa, en una cama provisional, y a primera hora de la mañana estaba prevista una ecografía para comprobar si había lesión cerebral. El golpe de porra afectaba a la porción superior del rostro y tenía los ojos hinchados y magullados -uno no lo podía abrir- y una gasa le cubría la nariz, pero no estaba rota. Rebus preguntó si existía riesgo de que perdiera la vista, y Siobhan le respondió que quizás en un ojo.

– Después de la ecografía la trasladarán al pabellón de oftalmología. ¿Sabes lo que ha sido más duro, John?

– ¿Comprobar que tu madre es vulnerable como todo el mundo? -aventuró él.

Siobhan negó despacio con la cabeza.

– Que fueran a interrogarla.

– ¿Quién?

– La policía.

– Eso sí que es bueno.

Siobhan reaccionó con una risa áspera al comentario.

– Ni se molestaron en averiguar quién la había golpeado; sólo le preguntaron qué había hecho…

Evidente, porque ¿no iba ella con los alborotadores? ¿No estaba en primera fila?

– Dios -musitó Rebus-. ¿Tú estabas allí?

– Si hubiera estado, se habría armado la gorda. Yo vi cómo actuaban, John -añadió en voz baja tras una pausa.

– Fue bastante horripilante, a juzgar por la tele.

– A la policía se le fue la mano -afirmó ella mirándole fríamente, deseando que la contradijera.

– Estás disgustada -se limitó a decir él, bajando el cristal de la ventanilla al aproximarse al control.

Al llegar a Glenrothes, Rebus le contó lo que había hecho por la tarde y le previno de que a lo mejor recibía un correo electrónico de «Corazón Roto». Siobhan apenas escuchaba. En la jefatura de policía de Fife tuvieron que enseñar tres veces el carné para acceder a Operación Sorbus. Rebus decidió no mencionar su noche en el calabozo; no era problema de ella. Su mano izquierda se había recuperado casi del todo gracias a una caja de ibuprofeno.

La sala del centro de control de la operación era como tantas otras: fotos de videovigilancia, personal civil y ordenadores, operadores con auriculares y mapas de Escocia central. Tenían comunicación directa con la valla perimetral de Gleneagles a través de las cámaras situadas en las torres de vigilancia y con Edimburgo, Stirling y el puente Forth, así como imágenes de vídeo del tráfico en la M9, la autovía que discurría junto a Auchterarder.

El turno de noche acababa de salir y las voces eran más apagadas, en un ambiente más relajado, todos se concentraban en su trabajo con tranquilidad y sin prisas.

Rebus no vio a ningún jefazo; ni a Steelforth. Siobhan conocía una o dos caras de su visita de la semana anterior y se acercó a pedir un favor, dejando que Rebus anduviera por la sala a su aire. En aquel momento él vio también a alguien. Era Bobby Hogan, ascendido a inspector jefe después del tiroteo en South Queensferry. El ascenso le había supuesto el traslado a Tayside y Rebus no le veía desde hacía casi un año, pero reconoció su pelo plateado y su peculiar cabeza hundida entre los hombros.

– Bobby -dijo con la mano tendida.

– Dios, John -exclamó Hogan con los ojos muy abiertos-, ¿hasta tú por aquí? No me digas que estamos tan en apuros.

– Tranquilo, Bobby, sólo he venido de chófer. ¿Cómo te va la vida?

– No puedo quejarme. ¿Esa que veo ahí es Siobhan? ¿De qué habla con uno de mis hombres?

– Quiere que le enseñen unos metrajes de filmaciones de seguridad.

– De eso tenemos de sobra. ¿Con qué objeto?

– Para un caso que estamos trabajando, Bobby. Quizás el sospechoso estuviera presente en los disturbios de hoy.

– Será como una aguja en un pajar -comentó Hogan, arrugando la frente. Era un par de años más joven que Rebus, pero con más arrugas en la cara.

– ¿Te gusta ser inspector jefe? -preguntó Rebus para distraer la atención de su amigo.

– Tú deberías probar.

Rebus negó con la cabeza.

– Demasiado tarde, Bobby. ¿Qué tal te va en Dundee?

– Bueno, haciendo vida de soltero.