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– Es el escenario de un crimen -respondió ella-. Va a venir un equipo de la científica de Stirling. Hay que precintar el lugar y peinar la zona en busca de pruebas. Habrá que reunir el equipo originario de homicidios y comenzar a preguntar puerta a puerta en la localidad.

– ¿Incluyendo Gleneagles? -interrumpió Rebus-. ¿Tú sabes las veces que han investigado al personal del hotel? ¿Cómo vamos a ir preguntando de puerta en puerta en plena semana de manifestaciones? Aislar el lugar no será un problema; ten en cuenta que dispondremos de los agentes secretos que queramos…

Naturalmente, ella habría considerado todas aquellas circunstancias. Se dio cuenta y dejó de hablar.

– Lo mantendremos sin publicidad hasta que acabe la semana -dijo ella.

– Me gusta -añadió él.

– Sólo porque te da a ti una buena posición de salida -comentó ella sonriendo.

Él lo corroboró con un guiño.

– Hay que decírselo a Macrae -dijo Siobhan con un suspiro-. Lo que significa que él se lo comunicará a la policía de Tayside.

– Pero el equipo de la científica viene de Stirling -replicó Rebus- y Stirling es de la comandancia de la Zona Central.

– Así que serán tres departamentos de policía a los que deberemos informar… No habrá ningún problema en mantenerlo reservado.

– Si al menos pudiésemos hacer un examen y tomar fotos -dijo Rebus echando un vistazo a su alrededor- y llevar la prenda al laboratorio…

– ¿Antes de que comiencen los festejos?

Rebus lanzó un bufido.

– Empiezan el miércoles, ¿no?

– El G-8 sí, pero mañana es la Marcha contra la Pobreza y hay otra prevista para el lunes.

– En Edimburgo, no en Auchterarder…

En aquel momento comprendió a lo que ella se refería: incluso con la prueba en el laboratorio, todos los lugares estarían en estado de sitio y para ir de Gayfield Square al laboratorio de Howdenhall había que cruzar Edimburgo. Eso contando con que los técnicos pudiesen llegar a su trabajo.

– ¿Por qué lo dejarían aquí? -inquirió Siobhan, escrutando otra vez el trozo de tela-. ¿Como una especie de trofeo?

– Y si es así, ¿por qué aquí concretamente?

– Tal vez sea uno del pueblo. ¿Existirá alguna relación con la familia en esta zona?

– Creo que Colliar era de Edimburgo.

Ella le miró.

– Me refería a la víctima de la violación.

Rebus hizo una O con la boca.

– Es algo a considerar -añadió ella. Hizo una pausa-. ¿Qué es ese ruido?

Rebus se dio unas palmaditas en el estómago.

– Hace un buen rato que no he comido. ¿Crees que en Gleneagles habrá algún sitio abierto para merendar?

– En función de tu cuenta corriente, no, pero los habrá en el pueblo. Uno de los dos tiene que quedarse hasta que llegue la científica.

– Será mejor que te quedes tú. No quiero que me acusen de protagonismo. De hecho, creo que mereces una invitación a una buena taza de té de Auchterarder -dijo él, dándose la vuelta para irse, pero ella le detuvo.

– ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? -dijo abriendo los brazos.

– ¿Por qué no? -respondió él-. Digamos que es el destino.

– Ya sabes a lo que me refiero.

Él se volvió hacia ella.

– Lo que quiero decir -añadió Siobhan despacio- es que no estoy segura, si quiero que los detengan. Si los detienen y ha sido por mi intervención…

– Si los detienen, Shiv, será por su jodido crimen -dijo Rebus señalando la senda-. Eso, y tal vez cierto trabajo en equipo…

* * *

Al equipo de Escenario del Crimen no le hizo mucha gracia que Rebus y Siobhan hubiesen entrado en el paraje. Habría que tomar huellas de sus pisadas, para eliminarlas, y muestras de pelo.

– Con cuidado -dijo Rebus-. No puedo prescindir de mucho.

El de la científica se excusó.

– Tengo que sacarlos con raíz, si no, no sirven para el ADN.

Al tercer intento con las pinzas lo consiguió. Uno de sus colegas casi había terminado con el vídeo del escenario, otro continuaba haciendo fotos y un cuarto preguntaba a Siobhan qué otros trozos de tela había que retirar para el laboratorio.

– Sólo los más recientes -contestó ella mirando a Rebus.

Él asintió con la cabeza, de acuerdo con su planteamiento mental. Aunque lo de Colliar fuera un aviso para Cafferty, no era óbice para que hubiese otros mensajes.

– Las camisetas tienen marca -comentó el de la científica.

– Más fácil para su trabajo -dijo Siobhan sonriente.

– Mi trabajo es recoger. El resto es de su competencia.

– A propósito -terció Rebus-, ¿podríamos llevarlo todo a Edimburgo en vez de a Stirling?

El de la científica se puso rígido. Rebus no le conocía pero sabía la clase de individuo que era: casi cincuentón y con años de experiencia. Existía mucha rivalidad en la policía entre las diversas zonas, claro. Alzó las manos en gesto de conciliación.

– Lo que quiero decir es que se trata de un caso de Edimburgo y es lógico que no tengamos que estar yendo y viniendo a Stirling cada vez que los jefes pidan algo.

Siobhan sonrió otra vez, por la mención a los jefes, pero asintió ligeramente con la cabeza, admitiendo la habilidad de Rebus.

– Y más ahora -añadió él-, con las manifestaciones y todo lo demás.

Alzó la vista hacia un helicóptero que volaba en círculo. Tenía que ser la vigilancia de Gleneagles. Les había llamado la atención que hubieran aparecido de pronto en la Fuente Clootie dos coches y dos furgonetas blancas sin distintivo. Volvió los ojos hacia el de la científica y comprendió que el helicóptero había sido determinante. En semejantes circunstancias la colaboración era fundamental. Se lo habían machacado en un memorando tras otro. El propio Macrae lo había estado repitiendo en las últimas diez o doce reuniones en la comisaría. «Sean amables. Colaboren. Ayuden a los demás. Porque en estos pocos días el mundo tiene puestos los ojos en nosotros.»

Tal vez el de la científica hubiera asistido también a ese tipo de reuniones, porque asintió despacio con la cabeza y dio media vuelta para proseguir su trabajo. Rebus y Siobhan intercambiaron otra mirada, y él se metió la mano en el bolsillo para sacar el tabaco.

– No pise el terreno, por favor -comentó otro del equipo científico.

Rebus se retiró hacia el aparcamiento. Estaba encendiendo el pitillo cuando llegó otro coche. «Cuantos más, más divertido», dijo para sus adentros mirando al inspector jefe Macrae bajar de un salto. Llevaba traje nuevo, corbata nueva y camisa blanca impecable. Tenía pelo canoso escaso, cara fofa y nariz bulbosa con venillas rojas.

«Teniendo mi misma edad, ¿por qué parece más viejo?», pensó Rebus.

– Buenas tardes, señor -dijo.

– Creí que estaba en un funeral -comentó Macrae en tono de reproche como si Rebus se hubiera inventado lo del fallecimiento para tener el viernes libre.

– La sargento Clarke interrumpió la ceremonia -respondió Rebus- y yo he venido voluntariamente -añadió en un tono como de sacrificio, que ejerció su efecto, porque Macrae relajó un tanto la tensión de la mandíbula.

«Tengo buena racha -pensó Rebus-. Primero el de la científica y ahora el jefe.» En realidad, Macrae se había portado bien y en cuanto llegó la noticia de la muerte de Mickey le había dado luz verde diciéndole que se tomase un día libre, añadiendo que «se fuera a la mierda» -la manera escocesa de tratar las defunciones-, y Rebus no se hizo rogar. Se vio en una parte de la ciudad que no conocía, adonde había llegado sin saber cómo, y entró en una farmacia a que le orientaran: estaba en Colinton Village. En agradecimiento compró aspirinas.

– Lo siento, John -dijo Macrae con un profundo suspiro-. ¿Qué tal ha ido? -añadió haciéndose el preocupado.

– Bien -replicó Rebus lacónico. Miró el helicóptero bajar en picado, ostensiblemente rumbo a la base.