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– He intentado localizarla porque tiene que informarme.

– Hay novedades interesantes, señor: una página de Internet abierta por un matrimonio, que tal vez sirva al asesino para seleccionar a las víctimas.

– ¿Conocen la identidad de las tres víctimas?

– Sí, señor. Y en los tres casos se da el mismo modus operandi.

– ¿Creen que habrá más?

– No podemos saberlo.

– ¿Creen que volverá a actuar?

– Ya le digo, señor, es difícil saberlo.

El jefe de la policía paseó por la sala mirando los gráficos de las paredes, las mesas y las pantallas de ordenador.

– Le dije a Clarke que tenía de plazo hasta mañana. Después, queda cerrado el caso hasta que se clausure el G-8.

– No sé yo si será buena idea.

– Los medios de comunicación no están al corriente y podemos seguir ocultándolo unos días perfectamente.

– Si no tratamos las pistas en caliente, señor, y damos a los sospechosos ese margen de tiempo…

– ¿Hay sospechosos? -replicó Corbyn volviéndose hacia Rebus.

– De momento, no, señor. Pero estamos interrogando a algunas personas.

– El G-8 tiene prioridad, Rebus.

– ¿Me permite que le pregunte por qué, señor?

Corbyn le miró furibundo.

– Porque los ocho hombres más poderosos del mundo vienen a Escocia y se alojarán en el mejor hotel del país. Esa es la noticia que todo el mundo desea. Y el hecho de que un asesino en serie ande suelto por la Escocia central lo estropea todo, ¿no cree?

– En realidad, señor, sólo es escocesa una de las víctimas.

El jefe de la policía se le acercó hasta escasos centímetros.

– No se haga el listo, inspector Rebus. Y no piense que no he conocido a personas como usted.

– ¿Qué clase de personas, señor?

– Las que se creen que porque tienen cierta veteranía saben más que los demás. Ya sabe lo que se dice de los coches: cuantos más kilómetros encima, más cerca están del desguace.

– Yo, señor, prefiero los coches antiguos a los que fabrican ahora. ¿Le doy su recado a la sargento Clarke? Supongo que tendrá usted otros asuntos más importantes. ¿Tiene que acudir a Gleneagles?

– Eso a usted no le importa.

– Entendido -dijo Rebus, dirigiendo al jefe de la policía lo que habría podido interpretarse como un saludo militar.

– Queda cerrado el caso -añadió Corbyn dando una palmada a los papeles que había en la mesa de Rebus-. Y no olvide que la sargento Clarke es la encargada del mismo; no usted, inspector -añadió entornando levemente los ojos.

Y, al ver que Rebus no replicaba, salió airado del DIC.

Rebus aguardó casi un minuto para lanzar un suspiro y a continuación llamó por teléfono.

– ¿Mairie? ¿Tienes novedades para mí? -Escuchó sus disculpas-. Bueno, no te preocupes. Tengo un pequeño premio que darte, si tienes tiempo de tomar un té.

Tardó menos de diez minutos en llegar a pie a Multrees Walk; era un edificio nuevo junto a los grandes almacenes Harvey Nichols, donde quedaban locales comerciales por alquilar. Pero el Vin Caffe estaba abierto y servían tentempiés y café italiano. Rebus pidió un expreso doble.

– Y paga ella -dijo al ver entrar a Mairie Henderson.

– ¿A que no sabes quién cubre esta tarde las comparecencias ante el juez? -dijo ella sentándose.

– ¿Y ésa es tu excusa para no hacer nada de lo de Richard Pennen?

Ella le miró furibunda.

– John, ¿qué más da que Richard Pennen pagara la habitación del hotel a un diputado? No hay modo de probar que fuera soborno a cambio de contratos. Si las competencias de Webster hubieran sido la compra de armas, al menos habría una base de partida -dijo ella con un tono de exasperación y encogiéndose exageradamente de hombros-. De todos modos, no he abandonado el asunto. Espera a que averigüe alguna cosa más sobre Richard Pennen con otras personas.

Rebus se pasó la mano por la cara.

– Es que me intriga que todos traten de protegerle de esa manera. No sólo a Pennen, sino a todos los que estaban aquella noche en el castillo, en realidad. No hay forma de averiguar nada de ellos.

– ¿Crees de verdad que a Webster le dieron un empujón?

– Cabe la posibilidad. A uno de los soldados de guardia le pareció ver a un intruso.

– Bien, si hubo un intruso, por lógica no debió de ser nadie de los que estaban en el banquete -replicó ella ladeando la cabeza en espera de su asentimiento. Como Rebus permaneció impasible volvió a erguirla-. ¿Sabes lo que creo? Que lo que sucede es que tienes algo de anarquista. Estás de su parte, pero en cierto modo te fastidia haber acabado trabajando para el que manda.

Rebus lanzó un resoplido y se echó a reír.

– ¿De dónde sacas eso?

Ella se echó a reír con él.

– Tengo razón, ¿verdad? Tú siempre te consideras al margen… -Interrumpió la frase al llegar el café, hundió la cucharilla en el capuchino y se llevó la espuma a la boca.

– Yo trabajo mucho mejor al margen -añadió Rebus pensativo.

Ella asintió con la cabeza.

– Por eso solíamos llevarnos tan bien.

– Hasta que cambiaste por Cafferty.

Ella alzó los hombros.

– Es más parecido a ti de lo que admites.

– Y yo que iba a hacerte un gran favor…

– De acuerdo -dijo ella entrecerrando los ojos-. Sois como el día y la noche.

– Eso está mejor -añadió él tendiéndole un sobre-. Está escrito por mis propias y honestas manos, por lo que la ortografía tal vez no se ajuste a los exigentes parámetros de tu profesión.

– ¿De qué se trata? -preguntó ella sacando la hoja de papel.

– De algo que mantenemos oculto: otras dos víctimas del mismo asesino de Cyril Colliar. No puedo ofrecerte todo cuanto hemos averiguado, pero eso te servirá de punto de partida.

– Dios, John… -exclamó ella mirándole.

– ¿Qué sucede?

– ¿Por qué me lo das?

– Será debido a mi latente espíritu anarquista -dijo él en broma.

– No creo que llegue a salir en primera página. Al menos, esta semana.

– ¿Por qué?

– Cualquier otra semana menos ésta.

– ¿Le pones peros a caballo regalado?

– Ese asunto del sitio de Internet… -añadió ella leyendo otra vez la hoja.

– Es una primicia, Mairie. Si no te sirve para nada… -replicó tendiendo la mano para coger la hoja-. Trae.

– A ti hay algo que te ha cabreado -dijo ella sonriente-. Porque, si no, no harías esto.

– Dámelo y no se hable más.

Pero Henderson metió la hoja en el sobre y se la guardó en el bolsillo.

– Si en lo que queda del día no hay disturbios, tal vez pueda convencer al jefe de redacción.

– Haz hincapié en la relación con el sitio de Internet -dijo Rebus-. Eso tal vez contribuya a que el resto de los que hay en la lista vaya con más cuidado.

– ¿No se les ha avisado?

– No se ha previsto. Y si el jefe de la policía se sale con la suya, ni se enterarán hasta la semana que viene.

– Y el asesino tendrá tiempo de sobra para volver a actuar.

Rebus asintió con la cabeza.

– ¿De verdad lo haces para salvarles la vida a esos repugnantes tipos?

– Soy protector de la ley y cumplo con mi deber -contestó Rebus esbozando de nuevo una actitud militar.

– ¿No será que te has ganado una reprimenda del jefe de la policía?

Rebus negó pausadamente con la cabeza, como expresando su disgusto por el comentario.

– Y yo que pensé que era el único con tendencia al cinismo… ¿De verdad que vas a seguir investigando sobre Richard Pennen?

– Sí, algo más. Esto tendré que volver a escribirlo a máquina -añadió ella esgrimiendo el sobre-. No me acordaba de que el inglés no es tu lengua materna.

* * *

Siobhan fue a casa y se dio un baño con los ojos cerrados y se despertó de un respingo al tocar con la barbilla la superficie del agua tibia. Salió de la bañera, se cambió de ropa, pidió un taxi y, tras recoger el coche en el taller, fue a Niddrie con la esperanza de que el rayo no cayera dos veces; tres, en realidad, porque había logrado dejar en el aparcamiento de St. Leonard el que le habían prestado sin que nadie la viera, de modo que, si alguien preguntaba, podría decir que la rozadura era de allí.