– ¿Camuflado?
Hackman asintió con la cabeza.
– Peatón anónimo -dijo.
– ¿Ha tenido problemas de caracterización?
Hackman torció el gesto.
– ¿Usted es policía de Edimburgo?
– Exacto.
– No me vendrían mal algunas indicaciones. Aquí, los bares de destape están en Lothian Road, ¿no es eso? -añadió Hackman volviéndose a mirar a Rebus.
– En Lothian Road y alrededores.
– ¿En cuál me recomienda gastar el producto de mis sudores?
– No soy un experto.
Hackman le miró de arriba abajo.
– ¿Seguro? -preguntó.
Una vez fuera, ofreció un cigarrillo a Rebus, que él aceptó encantado, y le dio fuego.
– En Leith también hay muchas casas de putas, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Aquí están legalizadas?
– Se hace la vista gorda mientras no trabajen en la calle. -Rebus hizo una pausa e inspiró-. Me alegra ver que acompaña el deber con el esparcimiento.
Hackman lanzó una risotada.
– La verdad es que en Newcastle hay mujeres más guapas, vaya si las hay.
– Pero su acento no es de allí.
– Me crié cerca de Brighton y llevo viviendo en el nordeste ocho años.
– ¿Vio jaleo ayer? -preguntó Rebus, fingiendo abstraerse en la panorámica, con el Arthur's Seat al fondo alzándose hacia el cielo.
– ¿Tengo que presentarle un informe?
– Era una simple pregunta.
Hackman entornó los ojos.
– ¿Qué es lo que desea, inspector Rebus?
– Usted trabajó en el homicidio de Trevor Guest.
– Hace meses, y desde entonces han pasado muchos casos por mi bandeja de entrada.
– Es el de Guest el que me interesa. Sus pantalones han aparecido cerca de Gleneagles, con una tarjeta bancada en el bolsillo.
Hackman le miró.
– No tenía pantalones cuando le encontramos.
– Ahora ya sabe por qué: el asesino recoge trofeos.
– ¿Cuántos? -replicó Hackman, al quite.
– De momento hay tres víctimas. Dos semanas después de Guest, volvió a matar. Idéntico modus operandi y un pequeño recuerdo abandonado en el mismo lugar.
– Hostia -exclamó Hackman aspirando con fuerza el cigarrillo-. Nosotros cerramos el caso porque… Bueno, porque la gente de los bajos fondos como Guest se buscan muchos enemigos. Y además era drogadicto; prueba de ello, la heroína.
– ¿Y el caso quedó debajo en su bandeja de entrada? -añadió Rebus, y el otro se encogió de hombros-. ¿Encontraron alguna pista?
– Interrogamos a los que dijeron que le conocían e indagamos lo que hizo la última noche de su vida, pero no llegamos a conclusiones firmes. Puedo enviarle todo el papeleo.
– Ya lo tengo.
– Guest murió hace dos meses. ¿Dice que volvió a matar quince días después? Rebus asintió con la cabeza.
– ¿Y la tercera víctima?
– Murió hace tres meses.
Hackman reflexionó un instante.
– Doce semanas, ocho y seis. Lo que cabe esperar del asesino es que acelere porque le ha tomado gusto al crimen. Bien, ¿y qué ha sucedido entre tanto? ¿Seis semanas sin matar?
– No parece probable -respondió Rebus.
Hackman le miró.
– Ya ha sopesado lo que acabo de decirle, ¿no es cierto?
– Me gusta su forma de razonar.
Hackman se rascó la entrepierna.
– Todo lo que he razonado estos últimos días es un asco, y ahora me viene usted con esto.
– Lo siento -dijo Rebus tirando la colilla-. Sólo quería saber si podía decirme algo sobre Trevor Guest que le hubiera llamado la atención.
– Por una cerveza fría, mi cerebro será una ostra para usted.
El problema de las ostras, pensó Rebus mientras se dirigían a la cantina, era que había más probabilidades de encontrar arenilla que una perla.
Había disminuido el barullo y encontraron mesa, no sin que antes Hackman se esforzara en presentarse a las uniformadas estrechándoles cortésmente la mano.
– Salud -dijo alzando la botella al volver a la mesa donde esperaba Rebus, al tiempo que se sentaba juntando las manos y frotándoselas.
Rebus repitió el nombre de Trevor Guest.
Hackman despachó media cerveza de un trago.
– Ya le digo, bajos fondos, diversas condenas, robo con allanamiento de morada, venta de objetos robados, algún que otro delito de poca monta y lesiones físicas. Estuvo viviendo aquí hace años y luego no volvió a reincidir, por lo que a nosotros nos consta.
– Cuando dice «aquí», ¿se refiere a Edimburgo?
Hackman lanzó un eructo.
– Más conocida por Escotilandia. No se ofenda.
– No me ofendo -mintió Rebus-. Me pregunto si de algún modo podría haber conocido a la tercera víctima, un gorila de discoteca llamado Cyril Colliar que salió de la cárcel hace tres meses.
– No me suena el nombre. ¿Toma otra?
– Las traigo yo -dijo Rebus casi ya de pie, pero Hackman se lo impidió con un gesto.
Rebus le vio acercarse primero a la mesa de las mujeres a decir si querían tomar algo y una de ellas se echó a reír, detalle que seguramente Hackman se apuntaría como un triunfo. Volvió a la mesa con cuatro botellas.
– No valen nada -comentó empujando dos botellas hacia Rebus-. Además, en algo hay que gastar las ganancias, ¿no?
– Ya he visto que nadie paga alojamiento ni comida.
– Pagan los contribuyentes locales -replicó Hackman abriendo mucho los ojos-. Usted, supongo. Así que muchas gracias -añadió brindando hacia Rebus con una de las nuevas botellas-. ¿No estará libre esta noche para hacer de cicerone?
– Lo siento -respondió Rebus negando con la cabeza.
– Yo invito; tentador para un escocés.
– De todos modos, se lo agradezco.
– Como quiera -añadió Hackman encogiéndose de hombros-. ¿Tiene alguna pista… de ese asesino que busca?
– Que sus víctimas son basura. Tal vez las seleccione de un portal de Internet de apoyo a víctimas.
– Uno que hace la guerra por su cuenta, ¿eh? Eso quiere decir que le mueve un rencor por algo.
– Ésa es la hipótesis.
– El móvil con la primera víctima sería necesidad de dinero. Y en ese caso habría matado una vez y punto. Pero le ha cogido gusto.
Rebus asintió despacio con la cabeza; era su misma conclusión. Fast Eddie Isley, agresor de prostitutas. El asesino de Isley, quizás un proxeneta o un novio, le siguió la pista a través de Vigilancia de la Bestia y luego debió de pensar: «¿Por qué uno sólo?».
– ¿Tantas ganas tiene de dar con ese tipo? -preguntó Hackman-. A mí me retendría el hecho de que es como si estuviera de nuestro lado.
– ¿No considera que la gente pueda cambiar? Esas tres víctimas habían purgado cárcel y no habían vuelto a delinquir.
– Eso a que se refiere es redención -replicó Hackman fingiendo lanzar un escupitajo-. Pero yo nunca he aguantado esas monsergas religiosas. -Hizo una pausa-. ¿De qué se ríe?
– Porque es una frase de una canción de Pink Floyd.
– ¿Ah, sí? Tampoco los he aguantado nunca. Prefiero un poco de Tamla o de Stax para seducir a las tías. Ese Trevor era un tanto mujeriego.
– ¿Trevor Guest?
– Le gustaban más bien jovencitas, a juzgar por las novias que descubrimos -dijo Hackman torciendo el gesto-. La verdad, si hubieran sido un poco más jóvenes, en vez de en una comisaría habríamos ido a hacer el interrogatorio a guarderías -añadió tan complacido por su gracia que le costó deglutir el trago de cerveza-. A mí me gustan algo más maduras -espetó finalmente relamiéndose los labios, como pensativo-. Aquí los periódicos anuncian muchas azafatas como «maduras». ¿A qué edad cree que se refieren? No me gusta el estilo geriátrico.
– Guest agredió a una canguro, ¿no es cierto? -preguntó Rebus.
– Entró en una casa a robar y se la encontró en el sofá. Por lo que yo recuerdo, él sólo quiso que le hiciera una felación, pero ella comenzó a gritar y él se largó -añadió, encogiéndose de hombros.