– Es muy bonito -vociferó- decir que nos dan el medio de hacer el trabajo. ¡Pero en primer lugar es necesario que haya trabajo! Son necesarias propuestas concretas para la mejora de los municipios, y es lo que yo reclamo a mi modesta manera.
No había ninguna modestia en el discurso del concejal. En primer lugar, en un auditorio de aquel tamaño era prácticamente innecesario el micrófono para una persona con la voz de Tench.
– Está enamorado de su propia voz -comentó Cafferty.
Rebus se dijo que tenía razón. Le recordaba las ocasiones en que se había parado a escuchar los sermones de Tench en The Mound. No gritaba para que le oyeran, sino porque su intensa voz le confirmaba su propia importancia en el planeta.
– Pero, amigos y camaradas -prosiguió Tench sin apenas pausa para respirar-, todos, en definitiva, tendemos a considerarnos simples engranajes de la gran maquinaria política. ¿Cómo hacerse oír? ¿Cómo hacer que se nos tenga en cuenta? Pensadlo un instante. Si en los coches y autobuses que habéis utilizado para venir aquí le quitamos al motor una sola pieza, la máquina no funciona. Porque todas las piezas mecánicas tienen la misma importancia: la misma importancia… Y eso es tan cierto en la vida humana como en el motor de combustión interna.
– Gilipollas presumido -musitó Cafferty a Rebus-. Se gusta a sí mismo más que un contorsionista capaz de mamársela.
Rebus, sin poder contener la carcajada, trató inútilmente de disimular tosiendo. Algunas cabezas se volvieron a mirar y hasta Tench interrumpió brevemente su discurso y, al dirigir la mirada al fondo, vio a Morris Gerald Cafferty palmoteando la espalda al inspector John Rebus. Rebus compendió que le había reconocido pese a taparse con la mano la boca y la nariz. Tench, interrumpido en su verborrea, quiso recuperar impulso oratorio, pero parte de su fuerza se había disipado. Pasó el micrófono a la mujer que tenía a su lado, y ésta salió de su estado de trance y desgranó con voz cansina el contenido de unas notas que tenía delante.
Cafferty fue hacia la salida pasando por delante de Rebus, quien, transcurrido un instante, le siguió. Fuera, Cafferty paseaba de arriba abajo por el aparcamiento. Rebus encendió un cigarrillo esperando el momento propicio hasta que su bestia negra se le acercó.
– No lo acabo de entender -dijo sacudiendo la ceniza del pitillo.
Cafferty se encogió de hombros.
– Se supone que el policía es usted.
– Pero no me vendría mal algún dato.
– Pues éste es su territorio, su pequeño feudo, Rebus -dijo Cafferty cruzando los brazos-. Y está ansioso por ampliarlo.
– ¿Te refieres a Tench? -preguntó Rebus entrecerrando los ojos-. ¿Está invadiendo tus dominios?
– Como un demonio -replicó Cafferty bajando los brazos y dándose palmetazos en los muslos, como poniendo punto final a su desahogo.
– Sigo sin entenderlo.
Cafferty le miró furioso.
– Pues simplemente que le parece perfecto desbancarme porque tiene la superioridad moral de hombre recto de su parte y considera que haciéndose con lo ilegal lo transforma en legítimo -añadió Cafferty con un suspiro-. A veces pienso que es así como funciona la mitad del planeta. No es a los de abajo a quienes se debería vigilar, sino a los de arriba. A tipos como Tench y su ralea.
– Él es concejal -replicó Rebus-. No digo que no acepte algún soborno…
Cafferty negó con la cabeza.
– Él quiere poder, Rebus. Quiere tener el control. ¿No ve como le encanta hacer discursos? Cuanto más poder acapare, más podrá hablar y más será escuchado.
– Pues mándale a tus matones a darle un aviso.
– ¿Y eso es todo lo que se le ocurre decir? -replicó Cafferty traspasándole con la mirada.
– Es asunto entre tú y él -dijo Rebus encogiéndose de hombros.
– Se me debe un favor.
– Se te debe la raíz cuadrada de una mierda. Que tenga suerte si te elimina del juego -añadió Rebus tirando al suelo la colilla y aplastándola con el tacón.
– ¿Lo dice en serio? -preguntó Cafferty pausadamente-. ¿Seguro que preferiría que él dominara el cotarro? ¿Un hombre público, con influencia política? ¿Cree que él sería un blanco más fácil? Bueno, en realidad, usted está a punto de jubilarse. Sería más bien tarea de Siobhan. ¿Cómo es el dicho? -añadió Cafferty alzando la cabeza como si las palabras estuvieran escritas en lo alto-. Más vale lo malo conocido…
Rebus cruzó los brazos.
– Tú no me has traído aquí para enseñarme a Gareth Tench -dijo-. Me has hecho venir para que él me viera, para que nos viera juntos y cómo me dabas palmaditas en la espalda. Menuda estampa habremos hecho. Lo que quieres es que piense que me tienes metido en el bolsillo, y conmigo a todo el DIC.
Cafferty fingió sentirse ofendido por la acusación.
– Me sobreestima, Rebus.
– Lo dudo. Todo esto podrías habérmelo contado en Arden Street.
– Pero se habría perdido el espectáculo.
– Sí, y el concejal Tench también. A ver, explícame cómo va a financiar ese ataque y de dónde sacará la milicia.
Cafferty estiró los brazos de nuevo haciendo un giro completo.
– Es el amo de todo este distrito; de lo bueno y de lo malo.
– ¿Y el dinero?
– Lo buscará, Rebus. Es lo que mejor hace.
– Sí que sé liar a la gente, cierto.
Se volvieron los dos y vieron a Gareth Tench en la puerta, con la luz a su espalda.
– Y no me asusto fácilmente, Cafferty; ni de ti ni de tus amigos.
Rebus iba a protestar, pero Tench prosiguió:
– Estoy limpiando la zona, así que puedo seguir con toda la ciudad. Si tus amigos de la policía no te expulsan, ya se encargará la comunidad.
Rebus advirtió a dos hombres fornidos detrás, en la puerta, a ambos lados de Tench.
– Vámonos -dijo a Cafferty.
Lo que menos le apetecía era mediar en una pelea de Cafferty.
De todos modos, tendría que hacerlo.
Agarró por el brazo a Cafferty, pero el gángster se zafó de él.
– Nunca pierdo una batalla -previno Cafferty a Tench-. Piénsalo antes de iniciarla.
– No necesito hacer nada -replicó Tench-. Tu pequeño imperio se está desmoronando. Ya es hora de que te des cuenta. ¿Te cuesta encontrar gorilas para los pubs? ¿No tienes inquilinos en esos pisos de mala muerte? ¿Te faltan conductores de taxi? -En su boca comenzó a dibujarse una sutil sonrisa-. Es tu ocaso, Cafferty. Despierta y encarga el ataúd.
Cafferty fue a dar un salto hacia Tench, pero Rebus lo asió en el preciso instante en que los dos guardaespaldas daban un paso al frente, y, de espaldas a la puerta, empujó al gángster hacia el Bentley.
– Sube y vámonos -le ordenó.
– ¡Yo nunca perdí una batalla! -gritó Cafferty con el rostro congestionado, pero abrió de un tirón la puerta y se dejó caer en el asiento del volante.
Rebus dio la vuelta por delante del coche hacia el asiento del pasajero y miró a la puerta del local. Tench les despedía con una sonrisa diciendo adiós con la mano. Rebus quiso decir algo, aunque sólo fuera para que Tench supiera que él no era un hombre de Cafferty, pero el concejal dio media vuelta y en la entrada sólo quedaron sus adláteres.
– Voy a sacarle los putos ojos y hacérselos tragar como bolas de chicle -gruñó Cafferty, haciendo saltar motas de saliva sobre el parabrisas-. Y si quiere propuestas sólidas, yo mismo prepararé el cemento en bloque y le sacudiré con la pala en la cabeza. ¡Eso sí que será «mejora de la comunidad»!
Cafferty guardó silencio mientras maniobraba para salir del aparcamiento sin que se apaciguase su respiración hasta que, jadeante, finalmente se volvió hacia Rebus.