Выбрать главу

Pero no acudir al funeral…

Entre la muerte de Mickey y el funeral transcurrió más de una semana. ¿Y en el caso de Ben Webster? Ni cinco días. ¿Cabía considerarlo una precipitación indecorosa? ¿Sería decisión de Stacey Webster o de otra persona? Fuera, en el aparcamiento, encendió otro cigarrillo y dejó pasar cinco minutos más. Tras lo cual abrió el coche y se sentó al volante.

«¿Adviertes mi auténtico yo?»

– Sí, ya lo creo -musitó girando la llave de contacto.

* * *

Alboroto en Auchterarder.

Corrió el rumor de que llegaba el helicóptero de Bush. Siobhan miró el reloj, a sabiendas de que no aterrizaba en Prestwick hasta media tarde. La multitud, diseminada por campos y paseos y encaramada a las vallas de los jardines particulares, abucheaba y aullaba a todos los helicópteros que sobrevolaban la zona. El propósito tácito de la concentración era llegar al cordón policial, «rebasarlo». Ésa sería la auténtica victoria. Aunque sólo llegasen a medio kilómetro del hotel, habrían entrado en la finca de Gleneagles. Vio a algunos miembros de la Clown Army y a dos manifestantes con pantalones de golf y las bolsas con los palos de la People's Golfing Association, cuya misión era hacer un hoyo en el sagrado campo de torneos internacionales; oyó hablar con acento estadounidense, español y alemán, y vio a un grupo de anarquistas vestidos de negro, con gorro y la cara tapada, confabulándose. Sobre sus cabezas voló una avioneta de reconocimiento.

Pero de Santal ni rastro.

En la calle principal de Auchterarder corrió la noticia de que en Edimburgo no dejaban salir a los manifestantes.

– Pues harán allí la marcha -dijo alguien entusiasmado-. Los antidisturbios van a tener que multiplicarse.

Siobhan lo dudaba. De todos modos llamó a sus padres al móvil. Contestó su padre y dijo que llevaban horas sentados en el autobús.

– Prometedme que no iréis a ninguna marcha -imploró Siobhan.

– Prometido -dijo su padre, pasando el aparato a su esposa, a quien Siobhan hizo la misma súplica.

Al concluir la llamada, Siobhan se sintió como una imbécil. ¿Qué hacía ella allí, pudiendo estar con sus padres? Otra marcha significaba más antidisturbios, y tal vez su madre reconociera al agresor o algún detalle que le sirviera para recordar algo concreto.

Lanzó una maldición para sus adentros y, al darse la vuelta, se dio de bruces con lo que buscaba.

– Santal -exclamó.

– ¿Qué hace aquí? -preguntó la joven bajando la cámara.

– ¿Le sorprende?

– Pues, sí, en cierto modo. ¿Y sus padres?

– Están bloqueados en Edimburgo. Veo que ha mejorado su ceceo.

– ¿Cómo?

– El lunes en el parque de Princes Street -continuó Siobhan- estuvo muy ocupada con su cámara. Sólo que no enfocaba a la policía. ¿Cómo es eso?

– No sé muy bien qué quiere decir -replicó Santal mirando a derecha e izquierda como temiendo que las oyesen.

– Que no quiso enseñarme las fotos por lo que pudieran revelar.

– ¿Qué le iban a revelar? -replicó la joven sin vacilación y con auténtica curiosidad.

– Que le interesaban más sus amigos alborotadores que las fuerzas de la ley y el orden.

– ¿Y?

– Pues que he estado pensando en el motivo y debería haberme dado cuenta antes. Al fin y al cabo, todo el mundo lo decía en Niddrie y en Stirling. -Se acercó un paso y quedaron cara a cara. Se inclinó y le musitó al oído-: Es agente de policía encubierta. -Retrocedió un paso admirando el disfraz-. Los pendientes y los piercings… ¿son falsos? ¿Los tatuajes son una imitación? Y esa peluca está muy lograda -añadió escrutando las trenzas-. Lo que no sé es por qué se tomó la molestia del ceceo. ¿Tal vez por retener algo de su auténtica identidad? -Hizo una pausa-. ¿Me equivoco?

Santal puso los ojos en blanco. Sonó un móvil y metió las manos en los bolsillos sacando dos, uno de ellos con la pantalla iluminada; fijó en ella la vista y a continuación desvió la mirada por encima de Siobhan.

– Aquí están los dos -dijo.

Siobhan receló porque era un truco muy manido, de libro de texto, pero, de todos modos, volvió la cabeza.

Efectivamente: era John Rebus con el móvil en una mano y una tarjeta de visita en la otra.

– No domino muy bien las reglas -dijo aproximándose-. ¿Si enciendo algo cien por cien tabaco, me delataré como esclavo del imperio del mal? -añadió encogiéndose de hombros y sacando el paquete de cigarrillos.

– Santal es policía encubierta -dijo Siobhan.

– No creo que sea el lugar más adecuado para divulgarlo -añadió Santal entre dientes.

– Dígame algo menos obvio -le replicó Siobhan con gesto de desdén.

– Yo podría decírtelo -terció Rebus pero mirando a Santal-. ¿Se pierde el funeral de su hermano por amor al deber?

– ¿Viene de allí? -espetó ella, mirándole enfurecida.

Rebus asintió con la cabeza.

– Aunque debo confesar que he tardado mucho en descubrirla por más que miré y remiré la foto de «Santal».

– Lo tomo como un cumplido.

– Bien puede decirlo.

– Yo quería asistir, ¿sabe?

– ¿Qué excusa dio?

En ese momento intervino Siobhan.

– ¿Es usted la hermana de Ben Webster?

– ¡Se hizo la luz! -comentó Rebus-. Sargento Clarke, le presento a Stacey Webster -añadió sin apartar la mirada de la joven-. Aunque tal vez convendría seguir llamándola Santal.

– Ya es un poco tarde para eso -replicó ella, justo en el momento en que un joven con una banda roja en la frente se acercaba a ellos.

– ¿Ocurre algo?

– Estamos hablando con una antigua amiga -le advirtió Rebus.

– Para mí que son polis -replicó el joven mirando sucesivamente a Rebus y a Siobhan.

– Oye, déjame solventarlo a mí -intervino Stacey, de nuevo en su personaje de Santal, la dura, capaz de vérselas con quien fuera. El joven bajó la mirada.

– Bueno, si tú lo dices… -añadió, alejándose.

Ella, de nuevo en el papel de Stacey, se volvió hacia ellos dos.

– Aquí no pueden quedarse -dijo-. Vienen a relevarme dentro de una hora. Ya hablaremos después.

– ¿Dónde?

Ella reflexionó un instante.

– Dentro del recinto de seguridad hay una zona detrás del hotel donde se reúnen los chóferes. Espérenme allí.

– ¿Y cómo llegamos? -preguntó Siobhan mirando la multitud que les rodeaba.

– Demuestren un poco de iniciativa -respondió Stacey con una sonrisa.

– Creo que está insinuando que nos hagamos arrestar -comentó Rebus.

Capítulo 17

Rebus tardó sus buenos diez minutos en abrirse paso hasta la primera fila de los manifestantes. Siobhan le siguió al amparo de su espalda. Él se arrimó a un escudo arañado y pintarrajeado y situó su carné de policía sobre el refuerzo de plástico a la altura de los ojos del agente antidisturbios.

– Sáquenos de aquí -articuló con los labios.

El agente no se lo tragó y llamó al jefe. El oficial asomó sofocado la cabeza por encima del hombro del subordinado y reconoció inmediatamente a Siobhan, quien trató de adoptar una sumisa actitud de arrepentida.

El oficial lanzó un resoplido con la nariz y dio una orden. El cordón policial se abrió una fracción y unas manos agarraron a Rebus y a Siobhan. En el bando de los manifestantes aumentaron perceptiblemente las protestas.

– Enséñenles el carné -ordenó el oficial.