Rebus comprendió que ella también estaba a punto de manifestarse por haberse quedado todo el día sola en la comisaría, pero en ese preciso momento salió alguien del despacho de Derek Starr que no era Starr, sino el jefe de policía James Corbyn, con las manos cruzadas a la espalda y gesto de impaciencia. Rebus miró a Wylie, quien se encogió de hombros, dándole a entender que aquél le había impedido enviarle un mensaje de texto.
– Ah, aquí están los dos -espetó Corbyn dando media vuelta hacia el despacho de Starr-. Entren y cierren la puerta -añadió sentándose en la única silla y permaneciendo ellos de pie.
– Me alegro de verle, señor -dijo Rebus para romper el hielo-, porque quería hacerle unas preguntas sobre la noche en que murió Ben Webster.
– ¿Qué preguntas? -replicó Corbyn desprevenido.
– Usted estuvo en el banquete, señor, y creo que habría debido informarnos desde un principio.
– No estamos aquí para hablar de mí, inspector Rebus, sino para suspenderles a los dos del servicio activo con efecto inmediato.
Rebus asintió despacio con la cabeza, como si fuera una noticia esperada.
– De todos modos, señor, ya que está aquí, lo mejor es que le tomemos declaración. Porque, en caso contrario, parecería que ocultamos algo. Los periodistas revolotean como buitres y no interesa en absoluto que el jefe de la policía esté…
Corbyn se puso en pie.
– ¿Acaso no lo ha oído, inspector? Usted ya no forma parte de ninguna investigación. Quiero que ustedes dos salgan de la comisaría antes de cinco minutos. Márchense a casa y siéntense cerca del teléfono en espera de noticias sobre mis indagaciones a propósito de su conducta. ¿Está claro?
– Necesito unos minutos para ordenar mis notas, señor, y que esta conversación quede incorporada a ellas.
Corbyn le apuntó con un dedo.
– Ya me han hablado de usted, Rebus. -Dirigió la mirada a Siobhan-. Tal vez eso explique su reticencia a darme el nombre de su colega cuando la encargué del caso.
– Perdone, señor, pero no me lo preguntó -replicó Siobhan.
– Pero sabía perfectamente que tendríamos lío -añadió él volviendo a clavar los ojos en Rebus- tratándose de él.
– Con todo respeto, señor… -quiso argüir Siobhan.
Corbyn golpeó la mesa con el puño.
– ¡Le dije que suspendiera la investigación! ¡Y ahora resulta que aparece en la primera página de los periódicos y aterrizan ustedes en Gleneagles! Cuando saben perfectamente que el caso está cerrado. Se acabó. Sayonara. Finito.
– Sí que ha aprendido léxico en el banquete, señor -comentó Rebus haciendo un guiño.
A Corbyn se le salieron los ojos de las órbitas y ellos rogaron por que no le diera un ataque. No, lo que hizo fue salir furioso del despacho tropezando con Siobhan y un armario de libros. Rebus expulsó aire, se pasó la mano por el pelo y se rascó la nariz.
– Bueno, ¿qué quieres hacer ahora? -preguntó.
– ¿Qué te parece, por ejemplo, si recojo mis cosas? -replicó ella mirándole.
– Sí, desde luego, hay que recoger -añadió Rebus-. Recogemos todas las notas y los archivadores, los llevamos a mi casa y nos largamos de aquí.
– John…
– Tienes razón -insistió él, tergiversando la objeción-. Los echarían de menos, así que tendremos que hacer fotocopias.
Siobhan no pudo por menos de sonreír.
– Las hago yo, si quieres -añadió Rebus-, dado que tú tienes una cita amorosa.
– Bajo la lluvia.
– Lo único que espera Travis para interpretar su puñetera canción -comentó saliendo del despacho de Starr-. Ellen, ¿te has enterado de lo que nos ha dicho?
Wylie colgaba en ese momento el teléfono.
– No pude avisarle -dijo.
– No importa. Claro que ahora Corbyn ya sabrá quién eres -dijo Rebus sentándose en la esquina de la mesa.
– No parecía muy interesado. Me preguntó nombre y grado y no se molestó en saber si pertenecía a esta comisaría.
– Perfecto -comentó Rebus-. Por consiguiente, puedes continuar siendo nuestros ojos y oídos.
– Un momento -terció Siobhan-. Eso no es de tu competencia.
– Entendido, señora.
Siobhan, sin hacerle caso, miró a Ellen Wylie.
– El caso es mío, Ellen. ¿Entendido?
– No te preocupes, Siobhan, sé cuándo estoy de más.
– No he dicho que estés de más, pero quiero estar segura de que estás de nuestra parte.
– ¿De parte de quién, si no? -replicó Wylie visiblemente irritada.
– Señoras, señoras -terció Rebus interponiéndose entre ellas como un árbitro de lucha libre de los viejos tiempos y mirando a Siobhan-. Jefa, un par de manos más no nos vendrá mal, reconócelo.
Siobhan cedió son una sonrisa. Lo de «jefa» había hecho su efecto; pero seguía mirando fijamente a Wylie.
– A pesar de todo -dijo- no podemos pedirte que espíes por cuenta nuestra. Una cosa es que John y yo estemos en apuros y otra que tú te sitúes en el punto de mira.
– No me importa -dijo Wylie-. Por cierto, qué peto tan bonito.
– Sí, pero tendré que cambiarme antes del concierto.
Siobhan volvió a sonreír y Rebus expulsó aire al ver superado el punto crítico.
– Bien, ¿qué novedades ha habido por aquí? -preguntó a Wylie.
– He estado avisando a todos los de la lista de Vigilancia de la Bestia y he recomendado a las diversas jefaturas que les informen de la alerta.
– ¿Y lo aceptaron con entusiasmo?
– No tanto. Y, además, he recopilado el eco que se han hecho otros periodistas del artículo de la primera página -añadió dando unos golpecitos en el titular de Mairie Henderson, en el periódico que tenía a su lado-. Es fantástico de dónde saca tiempo esa mujer -comentó.
– ¿Por qué lo dices? -preguntó Rebus.
Wylie abrió el periódico por la página doble central, donde había una entrevista firmada por Mairie Henderson con el concejal Gareth Tench y una gran foto en medio del campamento de Niddrie.
– Yo estaba allí cuando lo entrevistó -comentó Siobhan.
– Yo lo conozco -añadió Wylie sin poderlo evitar.
Rebus la miró.
– Explícate.
– Lo conozco -contestó ella, encogiéndose de hombros como quitándole importancia.
– Ellen -insistió Rebus pronunciando su nombre con énfasis.
– Ha estado saliendo con Denise -respondió Wylie con un suspiro.
– ¿Con tu hermana Denise? -inquirió Siobhan.
Wylie asintió con la cabeza.
– Fui yo quien les puse en contacto… más o menos.
– ¿Son pareja? -preguntó Rebus rodeándose el cuerpo con los brazos como una camisa de fuerza.
– Han salido varias veces. Él ha sido… -añadió, sin dar con las palabras adecuadas-. Le ha servido de mucho y la ha ayudado a superarse.
– ¿Con ayuda de unos vasos de vino? -aventuró Rebus-. ¿Cómo le conociste?
– A través de Vigilancia de la Bestia -respondió ella despacio sin mirarle a la cara.
– No me digas.
– Él leyó mi escrito y me envió un elogioso mensaje por correo electrónico.
Rebus puso los pies en el suelo y abrió los brazos, buscando en la mesa una hoja: la lista que les había dado Bain de los suscriptores de Vigilancia de la Bestia.
– ¿Cuál de ellos es? -preguntó enseñándosela.
– Éste -respondió Wylie.
– ¿Ozyman? -preguntó Rebus, y vio que ella asentía-. ¿Qué clase de apellido es ése? ¿Australiano?
– De los ozymanos tal vez -dijo Siobhan.
– Más bien de Ozzy Osbourne -replicó Rebus.
Siobhan se inclinó sobre un teclado y escribió un nombre en un buscador. Hizo un par más de clics y apareció una biografía.
– Rey de Reyes -dijo Siobhan-. Erigió una enorme estatua de sí mismo.