– Carberry -dijo Tench-. Keith Carberry.
La música brotó de pronto del televisor, Tench metió las manos en los bolsillos y salió airado del cuarto. Siobhan aguardó un instante por decir adiós a la mujer, que ya estaba en el sillón sentada sobre sus piernas, pero siguió absorta en su mundo sin hacerles caso. Tench estaba ya junto a la puerta de entrada abierta, cruzado de brazos y con las piernas separadas, esperando a que se fueran.
– Una campaña de desprestigio no va a ser buena para nadie -comentó.
– Hacemos nuestro trabajo, señor.
– Yo me crié cerca de una granja, sargento Clarke -dijo Tench- y sé lo que es la mierda.
Siobhan le miró de arriba abajo.
– Y yo sé lo que es un payaso, aunque lo vea sin disfraz -replicó andando hacia la calzada.
Rebus se detuvo delante de Tench y se inclinó para decirle al oído:
– La mujer a quien golpeó ese chico que usted protege es su madre. -Señaló a Siobhan-. Lo cual significa que vamos hasta el final, ¿entendido? Y no nos daremos por satisfechos hasta obtener resultados -añadió apartándose y asintiendo con la cabeza para mayor énfasis-. Así que, ¿su esposa no sabe lo de Denise? -espetó.
– Ah, claro, ahora me explico cómo me relacionó con Ozyman -replicó Tench-. Fue Ellen Wylie quien se lo dijo.
– No ha sido muy inteligente por su parte enredarse con otra. Esto es como un pueblo y más tarde o más temprano será de dominio público.
– ¡Dios, Rebus, no es lo que piensa! -dijo Tench entre dientes.
– No soy yo quien tiene que decirlo, señor.
– Y ahora, supongo que irá a contárselo a su «jefe». Bueno, que haga lo que quiera, yo no voy a doblegarme ante los de su clase ni… ante los de la suya, inspector -dijo Tench con gesto de desafío.
Rebus permaneció quieto un instante más, sonrió y siguió a Siobhan hacia el coche.
– ¿Me concedes una dispensa? -preguntó él tras ponerse el cinturón de seguridad. Ella miró y vio que esgrimía el paquete de tabaco.
– Deja abierta la ventanilla -ordenó Siobhan.
Rebus encendió el pitillo y expulsó humo hacia el cielo de la noche. Tan sólo habían recorrido unos cuarenta metros cuando les adelantó un coche que frenó de pronto bloqueando el paso.
– ¿Qué demonios es esto? -dijo Rebus entre dientes.
– Un Bentley -contestó Siobhan.
Y, al apagarse las luces de los frenos, vieron que se apeaba Cafferty, que se dirigió decidido hacia ellos y se inclinó sobre la ventanilla abierta de Rebus.
– Estás muy lejos de tu territorio -dijo Rebus serio.
– Y usted. Vienen de hacer una visita a Gareth Tench, ¿no? Espero que no haya tratado de comprarles.
– Sí, como piensa que tú nos pasas quinientas libras semanales -dijo Rebus con voz cansina-, nos hizo una contraoferta de dos mil -añadió expulsando humo al rostro del otro.
– He adquirido un pub en Portobello. Vengan a tomar una copa -añadió Cafferty, acompañando sus palabras con un movimiento de manos.
– Es lo que menos falta me hace -replicó Rebus.
– Pues un refresco.
– ¿Qué es lo que quiere? -terció Siobhan sin apartar las manos del volante.
– ¿Es una impresión mía -preguntó Cafferty a Rebus- o se está endureciendo?
De pronto introdujo el brazo por la ventanilla y cogió una de las fotos del regazo de Rebus, retrocedió unos pasos y se la acercó a los ojos. Siobhan se bajó rápidamente del coche y se aproximó a él.
– No estoy dispuesta a aguantar esto, Cafferty.
– Un momento, es que he oído una historia sobre su madre y sé quién es este cabroncete -replicó él.
Siobhan detuvo en seco su ademán de arrebatarle la foto.
– Se llama Kevin o Keith -continuó Cafferty.
– Keith Carberry -dijo ella.
Rebus bajó del coche y advirtió que Cafferty la tenía enganchada.
– Tú no te metas en eso -le previno Rebus.
– Claro que no -respondió Cafferty-. Comprendo que es algo personal. Lo único que me planteaba es si podía ayudar.
– ¿Ayudar, cómo? -inquirió Siobhan.
– No le escuches -dijo Rebus, pero la mirada de Cafferty tenía paralizada a Siobhan.
– De la manera que sea -contestó Cafferty-. Keith trabaja para Tench, ¿verdad? ¿No sería mejor hundirles a los dos y no sólo al mensajero?
– Tench no estaba en el parque de Princes Street.
– Y el joven Keith es tonto de nacimiento -replicó Cafferty-. Los chicos como él se dejan manipular.
– Por Dios, Siobhan -imploró Rebus cogiéndola del brazo-, él quiere cargarse a Tench y no reparará en medios. A ella no la mezcles -añadió esgrimiendo un dedo ante Cafferty.
– Yo sólo me ofrecía… -dijo Cafferty alzando las manos en gesto de rendición.
– ¿A qué tanto empeño? ¿Llevas en el Bentley un bate de béisbol y una pala?
Cafferty ignoró sus palabras y devolvió la foto a Siobhan.
– Me apuesto una libra contra un penique a que Keith está jugando al billar en una sala de Restalrig. Para comprobarlo sólo habría que…
Siobhan no apartaba los ojos de la foto. Al oír a Cafferty pronunciar aquel nombre, parpadeó y le miró. Pero dijo que no moviendo la cabeza.
– Más adelante -añadió.
– Como quiera -replicó él alzando los hombros.
– Sin usted -espetó ella.
– No es justo después de todo lo que le he dicho -rezongó Cafferty haciéndose el ofendido.
– Sin usted -repitió ella.
Cafferty se volvió hacia Rebus.
– ¿No le he dicho que se estaba endureciendo? Puede que me quedara corto.
– Puede -sentenció Rebus.
Capítulo 21
Llevaba sumergido en la bañera veinte minutos cuando oyó el zumbido del intercomunicador. Decidió no hacer caso, pero oyó sonar el móvil; era un mensaje, a juzgar por el pitido final. Cuando Siobhan le dejó en casa él le había dicho que se fuera directamente a descansar a la suya.
– Mierda -dijo, pensando en que podía estar en apuros.
Salió de la bañera, se enrolló una toalla y fue al cuarto de estar dejando el suelo lleno de pisadas mojadas. Pero no era un mensaje de Siobhan, sino de Ellen Wylie, que estaba abajo en el coche.
– Nunca he tenido tanto éxito con las mujeres -musitó pulsando el botón de respuesta de llamada-. Dame cinco minutos -dijo.
Fue a cambiarse. El intercomunicador sonó de nuevo y él abrió el portal y la esperó en la puerta del piso, oyendo el sonido de lija que hacían sus zapatos subiendo los dos tramos de escalones de piedra.
– Ellen, es un placer -dijo.
– Lo siento, John. Estábamos todos en el pub y no he podido apartarlo de mi mente.
– ¿Lo de las bombas?
Ella negó con la cabeza.
– Su caso -contestó.
Una vez en el cuarto de estar, ella fue hacia la mesa con el papeleo, pero vio la pared y se acercó a mirar las fotos sujetas con chinchetas.
– Me he pasado medio día leyendo datos sobre esos monstruos, leyendo las opiniones de las familias de las víctimas sobre cada uno, para después tener que avisar a esos mal nacidos de que tal vez alguien busque vengarse.
– Es correcto, Ellen. En las actuales circunstancias tenemos que convencernos de que hacemos algo.
– Supongamos que en vez de ser violadores pusieran bombas.
– ¿A cuento de qué dices eso? -preguntó él y aguardó, pero ella se encogió de hombros-. ¿Quieres beber algo?
– Tal vez un té -contestó medio vuelta hacia Rebus-. Me perdona que haya irrumpido así, ¿verdad?
– Estoy encantado de tu compañía -mintió yendo a la cocina.
Cuando volvió con las dos tazas, ella estaba sentada ante la mesa mirando el primer montón de papeles.
– ¿Cómo está Denise? -preguntó Rebus.
– Bien.
– Ellen, dime una cosa. -Hizo una pausa hasta obtener su atención-. ¿Sabías que Tench está casado?