– Se han construido nuevas viviendas donde sólo había casuchas, se han concedido incentivos para la instalación de industrias…
– ¿Se han mejorado los asilos? -añadió Rebus.
– Por supuesto.
– ¿Y se ha dado trabajo a sus recomendados, como es el caso de Trevor Guest?
– ¿Quién?
– Uno que venía de Newcastle a quien hace tiempo colocó usted en un asilo.
Tench asintió despacio con la cabeza.
– Sí, uno con problemas con la bebida y las drogas. No sería el único, ¿verdad, inspector? -añadió Tench con una mirada intencionada-. Yo traté de reinsertarle en la sociedad.
– Pero no dio resultado. Se marchó al sur y allí murió asesinado.
– ¿Asesinado?
– Es una de las víctimas cuyos efectos personales encontramos en Auchterarder. Otra es Cyril Colliar, quien, curiosamente, trabajaba para Big Ger Cafferty.
– ¡Qué manía la suya con colgarme algo! -exclamó Tench haciendo un gesto enfático con el cigarrillo.
– Sólo quiero hacerle unas preguntas sobre la víctima. Cómo le conoció y por qué se propuso ayudarle.
– ¡Vuelvo a repetirle que eso forma parte de mis obligaciones!
– Cafferty piensa que está reclutando matones.
Tench puso los ojos en blanco.
– Ya hemos hablado de ese tema. Yo lo único que quiero es verle acabar en el estercolero.
– ¿Y si nosotros no lo hacemos, lo hará usted?
– Yo haré cuanto pueda. Y no digo más -replicó pasándose las manos por la cara como si se lavara-. ¿Es que no lo ve, Rebus? Suponiendo que le tenga metido en el bolsillo, ¿no se le ha ocurrido que puede estar utilizándole para perjudicarme a mí? En mi distrito hay un grave problema de drogas, y me he propuesto controlarlo. Sin mí, Cafferty camparía a sus anchas.
– Usted lo que controla son pandillas.
– No.
– He visto cómo actúa. Ese enano suyo de la capucha va por ahí desmadrándose, lo que a usted le da pie para pedir más dinero a las autoridades. Saca dinero de los conflictos sociales.
Tench le miró, suspiró hondo y después dirigió la vista a derecha e izquierda.
– ¿Le digo una cosa y que quede entre nosotros?
Rebus guardó silencio.
– Muy bien, tal vez haya algo de verdad en lo que dice. El dinero para la regeneración es el objetivo. Si quiere le enseño los libros y verá que consta en ellos hasta el último céntimo.
– ¿Está Carberry incluido en el saldo?
– A Keith Carberry no se le puede controlar. A veces se le puede encarrilar en cierto modo. -Tench alzó los hombros-. Yo no tengo nada que ver con lo que sucedió en Princes Street.
El cigarrillo de Rebus se había consumido hasta el filtro y lo tiró.
– ¿Y ese Trevor Guest? -inquirió.
– Era un hombre en apuros que vino a pedirme ayuda, diciéndome que quería redimirse por algo que había hecho.
– ¿El qué?
Tench negó despacio con la cabeza, aplastó la colilla con el pie y adoptó una actitud reflexiva.
– A mí me dio la impresión de que sucedió algo que le causó un terror mortal.
– ¿Algo como qué?
Tench alzó los hombros.
– Drogas tal vez… La noche oscura del alma. Sí que tuvo problemas con la policía, pero a mí me pareció que era por otra cosa.
– Finalmente fue a la cárcel por reincidir en robo con allanamiento, agresión e intento de agresión sexual. Su comedia de buen samaritano no sirvió para regenerarle.
– Espero que no fuese comedia -comentó Tench pausadamente mirando al suelo.
– Ahora mismo la está haciendo -replicó Rebus-. Y creo que recurre a ella porque se le da bien. La misma comedia con que sedujo a Ellen Wylie; con unos vasos de vino y simpatía, sin mencionarle para nada a la señora que tiene en casa viendo la televisión.
Tench adoptó una actitud compungida, pero Rebus se contentó con una discreta risita sarcástica.
– Lo que me intriga -añadió- es su interés por Vigilancia de la Bestia, el modo de enredar a Ellen y a su hermana. En la página tuvo que ver la foto de su antiguo amigo Trevor, y es curioso que no lo mencionara.
– ¿Para arriesgarme a que usted cerrara aún más su cerco sobre mí? -replicó Tench negando despacio con la cabeza.
– Necesito una declaración completa sobre Trevor Guest; todo cuanto me ha contado y cualquier detalle que pueda añadir. Puede dejarla en Gayfield Square esta misma tarde. Espero que no le robe tiempo de su partida de golf.
– ¿Cómo sabe que juego al golf? -preguntó Tench mirándole.
– Por el modo en que se expresó comprendí que hablaba del tema con conocimiento de causa. -Rebus se inclinó hacia él-. No es difícil adivinar lo que piensa, concejal. En comparación con algunos que he conocido, usted es de lo más corriente.
Dejó a Tench con la palabra en la boca y al acercarse al coche y ver a un vigilante rondando, le señaló el letrero de policía del parabrisas.
– Es a criterio nuestro -replicó el hombre.
Rebus le dirigió un beso con la mano y se sentó al volante. Al arrancar vio por el retrovisor que alguien miraba al edificio desde la catedraclass="underline" era Keith Carberry, con el mismo atuendo del día en que le había visto salir de los juzgados. Aminoró la marcha al ver que desviaba la mirada; paró el Saab y siguió observándole por el retrovisor, esperando que cruzara y fuese a hablar con su jefe, pero vio que permanecía quieto con las manos metidas en los bolsillos delanteros de su chaqueta con capucha y una especie de estuche negro bajo el brazo, ajeno a los grupos de turistas y mirando al otro lado de la calle, hacia el ayuntamiento y Gareth Tench.
Capítulo 23
– ¿Qué has estado haciendo? -preguntó Rebus al llegar.
Pensó que tal vez convendría darle una llave a Siobhan si utilizaban su piso como oficina.
– No mucho -respondió ella, quitándose la chaqueta-. ¿Y tú?
Entraron en la cocina y él enchufó el hervidor y le mencionó la relación de Trevor Guest y el concejal Tench. Siobhan hizo un par de preguntas mirando como echaba el café en polvo en las dos tazas.
– Eso explica el vínculo con Edimburgo -dijo.
– En cierto modo.
– ¿Por qué lo dudas?
Él meneó la cabeza.
– Tú misma lo dijiste; y Ellen también. Trevor Guest podría ser la clave. Para empezar, se diferencia de los otros por todas esas heridas… -dijo, dejando la frase en el aire.
– ¿Qué ocurre?
Pero Rebus volvió a negar con la cabeza y removió el café con la cucharilla.
– Tench cree que a Trevor le sucedió algo. Se drogaba y bebía bastante… Pero después se larga al norte y acaba en Craigmillar, conoce al concejal y trabaja unas semanas en un asilo de ancianos.
– En las notas no hay ningún dato que indique que hiciera algo antes o después.
– Pero es fácil que ocurra cuando se es ladrón y se necesita dinero.
– A menos que pensara robar en ese centro. ¿Te dijeron en el asilo si había desaparecido dinero?
Rebus negó con la cabeza, pero sacó el teléfono y llamó a la señora Eadie para preguntárselo. Ella le contestó diciendo que no. Siobhan se había sentado a la mesa del cuarto de estar y examinaba la documentación.
– ¿Y el tiempo que vivió en Edimburgo? -preguntó.
– Pedí a Mairie que lo comprobara. No quería que nadie más advirtiera que seguimos trabajando.
– ¿Y qué te dijo Mairie?
– Nada determinante.
– Tendremos que recurrir a Ellen.
Rebus sabía que tenía razón; hizo la llamada y previno a Ellen Wylie para que actuara con discreción.
– Si empiezas a buscar con el ordenador se darán cuenta.
– Ya soy mayorcita, John.
– No digo que no, pero el jefe supremo está alerta.
– Pierda cuidado.
Le deseó buena suerte y se guardó el móvil en el bolsillo.