– ¿Te encuentras bien? -preguntó a Siobhan.
– ¿Por qué?
– Me pareció que estabas ausente. ¿Has hablado con tus padres?
– Desde que se marcharon, no.
– Lo mejor que puedes hacer es entregar esas fotos al fiscal para que le condenen.
Ella asintió con la cabeza, no muy convencida.
– Lo haré, ¿vale? -replicó-. Si alguien hubiese golpeado a quien tú más quieres…
– No hay mucho sitio en la cornisa, Shiv.
– ¿En qué cornisa? -replico ella mirándole.
– La cornisa en la que da la casualidad que yo me encuentro siempre. Ya sabes que no te conviene situarte cerca.
– ¿Se puede saber qué significa eso?
– Significa que entregues las fotos y lo dejes en manos del juez y el jurado.
– Probablemente tienes razón -añadió ella sin desviar la mirada.
– No hay alternativa -dijo Rebus- que merezca consideración.
– Es cierto.
– O, si quieres, pídeme que le dé una tunda a míster Gorra de Béisbol.
– ¿No eres un poco mayor para eso? -comentó ella con una leve sonrisa.
– Probablemente -asintió él-. Pero no me impediría intentarlo.
– Bueno, no hace falta. Yo sólo quería saber la verdad, al pensar que el agresor era uno del cuerpo -añadió ella pensativa.
– Con la semana que hemos tenido, bien podría haberlo sido -dijo él en voz baja acercando una silla y sentándose frente a ella.
– Pero no lo habría soportado, John. Es lo que quiero decir.
Él arrimó hacia sí con gesto aparatoso parte de los papeles.
– ¿Lo has descartado ya? -dijo.
– Sí, pero era una opción.
– ¿Estás ya menos ofuscada?
Aguardó a que se lo confirmara y vio que asentía débilmente con la cabeza y cogía unos papeles.
– ¿Por qué no habrá vuelto a matar?
Rebus tardó un instante en centrarse. Había estado a punto de decirle que había visto a Keith Carberry.
– No tengo ni idea -contestó finalmente.
– Generalmente, le toman gusto rápido, ¿no?
– En teoría.
– ¿Y nunca paran?
– Algunos puede que sí. Habrá algo en su interior que… se desconecta -añadió alzando los hombros-. No soy un experto.
– Ni yo. Por eso vamos a ver a alguien que dice serlo.
– ¿Qué?
Siobhan miró el reloj.
– Dentro de una hora. Lo que nos da tiempo a pensar las preguntas que queremos plantear.
El Departamento de Psicología de la Universidad de Edimburgo estaba en George Square. Dos lados de la primitiva construcción georgiana habían sido derribados y sustituidos por una serie de cajas de hormigón, pero el Departamento de Psicología era un edificio aparte en medio de dos de aquellos bloques. La doctora Gilreagh tenía un despacho en el último piso con vistas a los jardines.
– Es bonito y tranquilo en esta época del año -comentó Siobhan-, por la ausencia de estudiantes, me refiero.
– Sí, pero en agosto en los jardines se celebran espectáculos del Festival -replicó la doctora.
– Que ofrecen todo un laboratorio humano -añadió Rebus.
Era un despacho pequeño y lleno de luz. La doctora Gilreagh tenía treinta años cumplidos, pelo rubio rizado que le caía hasta la espalda y mejillas chupadas que Rebus interpretó como indicio de su origen irlandés a pesar de su deje local. Al sonreír al comentario que hizo él, su aguileña nariz y la barbilla se acentuaron aún más.
– Por el camino le he explicado al inspector Rebus -dijo Siobhan- que usted está considerada experta en este campo.
– Yo no diría tanto -alegó la doctora Gilreagh-, pero hay buenas perspectivas en el terreno de la investigación sobre perfil de delincuentes. En el aparcamiento de Crichton Street van a construir nuestro nuevo centro de informática, parte del cual se destinará a análisis conductual, lo que sumado a neurociencia y psiquiatría supondrá un enorme potencial -añadió sonriéndoles encantada.
– Pero usted no trabaja para ninguno de esos dos departamentos -no pudo por menos de señalar Rebus.
– Cierto, cierto -asintió ella locuaz y rebulléndose en la silla, como si fuese delito estar quieto. Delante de su rostro bailaban motas de polvo en los rayos de sol.
– ¿No podríamos echar la persiana? -preguntó Rebus, entornando los ojos en apoyo a su petición.
Ella se levantó de un salto, se disculpó y bajó la persiana veneciana amarillo claro, un simple toldo transparente que apenas aminoró la intensa luz del cuarto. Rebus miró a Siobhan, como tratando de comentarle que si la doctora Gilreagh estaba confinada en aquel ático por algo sería.
– Explíquele al inspector Rebus sus investigaciones -dijo ella para darle pie.
– Bien -dijo la doctora Gilreagh juntando las manos, estirando la espalda, rebulléndose y lanzando un profundo suspiro-. La pauta conductual de delincuentes no es nada nuevo, pero yo he centrado mis estudios en las víctimas. Profundizando en la conducta de la víctima podemos entender por qué el delincuente actúa de una forma u otra; si lo hizo por impulso o según un enfoque predeterminado.
– Ni que decir tiene -comentó Rebus con una sonrisa.
– Como ya no hay clases y tengo más tiempo para pequeños proyectos personales, me intrigó el pequeño «santuario» -digamos que sería la calificación adecuada- de Auchterarder. Los artículos de prensa eran algo sucintos, pero decidí echar un vistazo, y luego, como si hubiera estado predestinado, la sargento Clarke me pidió una entrevista -añadió con otro hondo suspiro-. En fin, mis conclusiones no están realmente… Quiero decir, que apenas he raspado la superficie.
– Podríamos dejarle las notas del caso, si de algo le sirven -dijo Siobhan-, pero entretanto le agradeceríamos cualquier orientación.
La doctora Gilreagh juntó las manos de nuevo, desplazando partículas de polvo del plano inmediato a su rostro.
– Bien -dijo-, dado que me interesa la victimología…
Rebus trató de intercambiar una mirada con Siobhan, pero ella se abstuvo.
– …he de confesar que ese paraje atizó mi curiosidad. Y les diré por qué. Imagino que habrán considerado la posibilidad de que el asesino viva en las cercanías o conozca desde hace tiempo la zona. -Aguardó hasta que Siobhan asintió con la cabeza-. Y habrán especulado igualmente sobre si el asesino conoce la Fuente Clootie dado que su existencia figura en diversas guías así como en abundantes sitios de Internet.
Siobhan miró de reojo a Rebus.
– En realidad no hemos seguido esa vía de investigación -dijo.
– Aparece en diversos sitios -insistió la doctora Gilreagh-. En New Age y en directorios de paganismo, mitos, leyendas, misterios del mundo… Lo que unido al hecho de que alguien conozca su homónimo de Black Isle permite suponer que haya averiguado la existencia del de Perthshire.
– No creo que esto añada nada a lo que sabemos -dijo Rebus.
Siobhan volvió a mirarle.
– ¿Y si la gente que entraba en Vigilancia de la Bestia lo hacía también en sitios relativos a la Fuente Clootie? -dijo.
– ¿Cómo podemos saberlo?
– Tiene razón el inspector -terció la doctora Gilreagh- aunque, claro, ustedes tendrán especialistas en informática… Pero, en cualquier caso, hay que considerar que el paraje guarda algún significado para el criminal. -Aguardó y Rebus asintió-En cuyo caso, tendría también significado para las víctimas…
– ¿En qué sentido? -inquirió Rebus entornando los ojos.
– El campo…, los bosques… si bien, cercanos a viviendas. ¿Era el tipo de terreno en que vivían las víctimas?
– No creo -dijo Rebus con un gesto al desgaire-. Cyril Colliar era de Edimburgo, un gorila recién salido de la cárcel. No le veo yo con mochila y una chocolatina de menta.
– Pero Edward Isley anduvo por la M6 -replicó Siobhan- y ése es el distrito de los lagos, ¿no? Además, Trevor Guest vivió un tiempo en Borders…