– Qué importa. Ahora le corresponde cumplir con su parte del trato.
– Apenas tenga esos objetos sobre mi escritorio.
Dejé unas monedas sobre la mesa y cojeando salí del bar. La ciudad seguía triste, aunque fuera verano, aunque ni una sola nube se interpusiera entre los hombres y el cielo, aunque ningún pájaro negro planeaba sobre mi cabeza, y así empecé a cruzar la calle, pensando, Verónica, mi amor, pensando por qué tememos tanto mirar de frente a la vida los que hemos visto los áureos destellos de la muerte.
Hamburgo 1993 – París 1994