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atormentarlo, pero creo que hemos encontrado a su compañera, y viva.

"El 19 de julio de 1979, en un basural de San Bernardo apareció una mujer joven. Nos avisaron y fuimos. Lo que sigue es muy duro, Juan, pero sé que usted es un hombre de valor. Como sabe, ella fue detenida en octubre de 1977. Usted no estaba en Chile. El padre de su compañera, que era viudo, se movilizó buscándola hasta que las fuerzas lo abandonaron. Don Andrés Tapia falleció en septiembre de 1978, después de conseguir que la justicia chilena diera por desaparecida a Verónica Tapia Márquez. Nuestro comité tiene fotos de casi todos los desaparecidos, y gracias a una de esas fotos pudimos identificarla.

"Ella está físicamente bien, Juan, pero la destrozaron psíquicamente. No habla. Desde que la encontramos no hemos conseguido que pronuncie ni una sola palabra. Quién sabe qué horrores padeció y vio durante el tiempo que estuvo a merced de los militares.

"Una vez que la identificamos empezamos a buscar a su familia, pero, como usted sabe, Verónica no tenía otro familiar que el padre. Ella vive conmigo. Como una forma de protegernos mutuamente, he dicho que es mi sobrina. Hace ya tres años que vive en mi casa, y aunque no habla y permanece todo el tiempo ausente, he aprendido a quererla como a una hija.

"Pero por fin he dado con usted. Hace unas semanas, cuando esperábamos el bus que nos llevaría de regreso a casa luego de visitar un médico amigo que atiende a Verónica, se nos acercó un hombre que la reconoció. Ella no salió de su silencio, entonces yo le pregunté al desconocido si acaso era amigo de Verónica y si podía ayudarnos a encontrar a más personas que la conocieran de antes. El hombre tenía miedo. Se le notaba. Son tantos los cobardes en este país. Le insistí, y de manera muy rápida me habló de usted, de que sabía que estaba en el exilio.

"Lo demás fue buscar información en el Comité de Familiares de Desaparecidos. Como la desgracia une, por fortuna tenemos relaciones con las Madres de la Plaza de Mayo. De ellas nos llegó su domicilio. HSé que usted no puede ni debe regresar a Chile mientras dure la dictadura. Quiero que sepa que Verónica está bien atendida y que, pese a no saber dónde se encuentra, prisionera acaso del horror que padeció, no le falta ni el cariño ni la solidaridad de los vencidos que siguen creyendo en el amor.

"Le adjunto mi dirección y mi número de teléfono.

HLe abrazo en este momento tan duro, y le pido que de él rescate la alegría de saberla viva.

"Su amiga.

"Ana Lagos de Sánchez."

Así volvió Verónica, así volviste, amor, en fotografías que más tarde me envió la buena señora Ana. Tu mismo rostro de niña enmarcado por la ausencia que destilaban tus ojos. La larga cabellera poblada de canas que he recorrido con los dedos hasta casi borrar la imagen, mientras una y otra vez aceptaba vivir sólo para ti, para tu bienestar, y renunciaba a las luchas que me invitaban desde las selvas salvadoreñas o guatemaltecas. Vivir para ti, para que no te faltara nada, Verónica, mi amor. Cumpliendo con cualquier oficio por indigno que fuera, avergonzándome por haber reído en Managua aquel mismo día 19 de julio de 1979 en que aparecías, resucitabas en un basural de Santiago. Cómo he odiado estas manos que aquel día tocaron el cielo rojinegro de la victoria sandinista. Cómo quise volver de inmediato y cuánto me desprecié al comprobar que no deseaba volver por ti, la ausente que eres, sino para vengar la muerte de la que fuiste. Y ahora regreso, Verónica, mi amor, y tengo

miedo, mucho miedo, porque la sed de venganza determina y dirige cada uno de mis pensamientos.

Alguien llamó a la puerta y apreté los puños. Si se trataba de uno de mis vecinos propensos a dar consejos lo haría bajar regando dientes por la escalera.

Pedro de Valdivia me observó con su único ojo abierto. El otro lo tenía hinchado y adornado por un hematoma violáceo.

– La pasma dejó la cagada, jefe. Rompieron todo -saludó.

– Ya me di cuenta. Pasa.

– Les dije que usted no estaba y no me creyeron.

– Así es la pasma. Incrédula. ¿Quién te cerró el ojo?

– No fueron ellos. Me metieron a una celda con un noruego borracho que insistió en hacerme bailar una danza de la lluvia. Pero recibió lo suyo jefe. Le metí un cabezazo que lo hará dormir varios días.

El petisito contempló los destrozos moviendo la cabeza. Al observar el destripado calentador eléctrico adquirió una expresión de Polifemo iracundo.

– Cabrones. Putos cabrones. Se cargaron la estufa.

– No hay problema. Yo lo pago.

– No lo digo por eso, jefe. Todo el edificio tiene calefacción menos usted -dijo, y empezó a recoger libros y otros objetos del suelo.

Mientras Pedro de Valdivia se entregaba a las faenas de reordenar el mundo luego de una explosión policial, fui a la cocina para ver si las fuerzas del orden habían respetado alguna botella. Tuve suerte. Dejaron una de tequila Cuervo amontonada junto a los artículos de la limpieza.

– Deja eso. Echémonos un trago.

– ¿Pisco? Puedo bajar a comprar limones y le hago un piscosour.

– Es tequila. Trago de machos. Salud.

– Bueno el pisco mexicano -dijo el petisito guiñando el ojo intacto.

A las dos horas Pedro de Valdivia tenía el piso tan ordenado como si por él hubiera pasado una pandilla de amas de casa. Sin mayor entusiasmo lo ayudé, pero me gustó que estuviera conmigo. La última mota de espuma de los cojines destripados desapareció junto a la última gota de tequila.

– Yo vengo mañana con aguja e hilo y le dejo los cojines como nuevos, jefe.

– ¿No vas a preguntar qué quería la pasma?

– La pasma siempre quiere lo peor.

– Te metieron en cana por mi culpa.

– Un par de horas. ¿Qué le hace el agua al pescado? Lo que me extraña es que me soltaran luego de haberle roto la cara al noruego.

– ¿Sabes una cosa, Pedro de Valdivia? Nos iremos a comer donde unos amigos turcos.

– Fantástico, jefe. ¿Celebramos algo?

– ¿Por qué no? Celebramos mi regreso a Chile.

Caminando hacia el Imbiss de Zelma empezó a nevar. El petisito se bajó el pasamontañas hasta el cuello y a cada segundo paso giraba la cabeza para mirarme. El brillo de su ojo sano parecía indicar que nos estábamos metiendo en algo grande, en una de esas empresas cuyas tribulaciones serían insoportables sin la presencia de un buen compañero.

INTERMEDIO

"Dejé mi Tánger natal el 13 de junio de 1325 (según el ¨calendario cristiano). Tenía veintiún años y justifiqué mi decisión con los argumentos del peregrino. Así dejé a mis padres, a mis hermanos, a mis mujeres, a mis hijos, a mis amigos y mis bienes. Partí con la misma solemne tranquilidad del pájaro que abandona su nido. Sólo el Altísimo, el Clemente, el Digno de las noventa y nueve Virtudes conocía el rumbo de los vientos que me impulsaban…"

(Con estas palabras comienza la narración que el jeque Abú Abdallati Muhammad Ibn Abdallah Ibn Muhammad Ibn Ibrahin Al Klawatti, conocido como Ibn Batutta a lo largo de los ciento veinte mil kilómetros que pasaron bajo sus plantas, dictó hace más de seiscientos años.)

Durante mis viajes, que aún no finalizan -sólo el Insondable sabe qué es lo que busco y si habré de encontrarlo algún díaconocí a tres clases de viajeros: primero están los piadosos peregrinos. Que el Generoso vele por ellos. Luego vienen los serenos comerciantes que siguen la huella de las caravanas. Que el Perfecto cuide sus bienes y los multiplique. Y finalmente están aquellos que suspiran contemplando el indefinible horizonte del mar. Extraños hombres sin apego a los bienes que Alá les dispensa. Prefieren depender de su voluntad durante las horrorosas tormentas a disfrutar de la amorosa hospitalidad del bazar. Sus almas encuentran mayor sosiego en el pavoroso rugir del viento que en la piadosa voz del imam anunciando el tiempo de oración desde lo alto del minarete. Que el Misericordioso alivie sus penas y las mías, porque a éstos los siento mis hermanos…"

(En 1367, luego de más de cuarenta años viajando por tres continentes y abriendo incontables rutas, Ibn Batutta se acogió al amparo del sultán de Fez. En esa ciudad, donde la rueda estaba prohibida, fue huésped de la honorable Universidad de Quarawiyin. Ayudado por el poeta andaluz Ibn Yuzay trabajó durante dos años en la redacción de su Rhila sorprendente libro de viajes y navegaciones, cuyo manuscrito es hoy propiedad de la Biblioteca Nacional de París.)

La magnificencia de Alá ha preservado mis memorias y ha inspirado las bellas y mesuradas palabras con que Ibn Yuzay las transcribe. La vida me sigue pareciendo un grande y sublime misterio, mas la voluntad del Insondable no quiso que me detuviera sino frente a una sola de las puertas que guardan sus secretos. Fue hace muchos años y yo disfrutaba de la hospitalidad y homenajes de Muhammad Ibn Tuglug, sultán de la India. Que el Magnánimo preserve su veneración y humille a sus detractores. Estábamos en la sala de las noventa y nueve columnas del palacio de Yahanpanah observando el meticuloso trabajo de unos artesanos. Los hombres revestían con diminutos azulejos el interior de una cúpula. Empezaron por los costados y, lentamente, las piezas perfectamente encajadas avanzaron hacia el centro hasta que dejaron el espacio mínimo y exacto para la última. Entonces los artesanos interrumpieron el trabajo para alabar la perfección de Alá. Allí entendí que ningún viajero, por más lejos