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Pero, en este instante, la rueda estaba inmóvil y pude contemplar detenidamente su extraña forma geométrico. Las cejas enarcadas formaban un triángulo muy pronunciado, dos hondos surcos irónicos corrían desde las aletas de la nariz hacia la comisuras de sus labios. Estos dos triángulos estaban en posición contradictoria el uno al otro, y caracterizaban todo su rostro con aquella desagradable pero incitante X, que semejaba una cruz. Un rostro corregido como por una tachadura en forma de cruz.

La rueda comenzó a moverse y los rayos desaparecieron.

— ¿De modo que no estuvo en el Departamento de los Protectores?

— Estuve… No, no pude… Estaba enfermo.

— Me lo imaginé en seguida: algo tenía que sucederle para que no lo hiciera… Algo, fuese lo que fuese. — Sonrió, y sus afilados dientes brillaron —. En cambio, gracias a esto, le tengo ahora en mi poder. No lo olvide: todo número que en el plazo de 48 horas no haya formulado la denuncia, será…

Mi corazón latía tan desatinadamente que parecía querer reventar mi caja torácica, pese a aquellas costillas que semejaban flejes metálicos. Me sentí como un muchacho incauto que ha sido cogido con las manos en la masa, cuando intentaba hacer una travesura. No supe qué contestar. Estaba completamente turbado e incapaz de mover una mano… o un pie.

Ella se incorporó, estirando los miembros con gesto placentero. Luego pulsó un botón y las cortinas se deslizaron con leve ruido. Me sentí aislado del mundo, como si me hubiesen cortado la retirada… Estaba a solas con ella.

I se hallaba en un lugar determinado, detrás de mi espalda, delante del armario. Su uniforme crujió un poco, se deslizó al suelo… Agucé los oídos, embargados por la tensión nerviosa. Luego pensé… Mas no: se me ocurrió con la rapidez de un relámpago…

El otro día, aún no hace mucho, tuve que hacer cálculos para determinar la concavidad de una nueva membrana callejera (estas membranas, elegantemente decoradas, cuelgan ahora en todas las calles y registran las conversaciones de los transeúntes para el Departamento de Protectores) y de pronto se me clavó una idea entre ceja y ceja: la membrana cóncava, rosada y sensible no deja de constituir un extraño ser, pues está formada por un solo órgano: el oído. Y ahora yo me sentía como una membrana.

Un leve clic de un botón del cuello… luego en el pecho… y después otro clic más abajo. La seda reluciente resbaló por los hombros, las rodillas… hasta el suelo. Oí, con más plasticidad de lo que puede verse con los ojos, cómo primeramente una de sus piernas, y después la otra, se levantaba para salir de aquel montón de seda de un azul grisáceo. La membrana tensa vivía y registraba: quietud. ¡No!, unos martillos potentes contra las costillas. Y yo seguía oyendo, como si lo viese: ella estaba reflexionando, por un segundo reflexionaba.

La puerta del armario se abrió, se cerró de nuevo… Seda…

— Bueno, ya, por favor…

Me volví. I llevaba un vestido anticuado muy ligero de color azafrán. Y esto era mil veces peor que no haber llevado nada absolutamente. Dos puntos agudos y rosados traslucían por el finísimo tejido, como dos carbones o dos ascuas en medio de la ceniza. Dos rodillas suavemente torneadas.

Tomó asiento en el butacón de breves patas. Delante de ella y encima de la pequeña mesa cuadrada, había una botella llena de un líquido de un verde venenoso y dos copas de tallo largo y esbelto. Entre sus labios asomaba una delgada pipa de papel, como solían fumarse en épocas remotas (he olvidado su nombre).

La membrana seguía oscilando todavía. Y el martillo en mi interior parecía estar forjando acero al rojo. Yo oía perfectamente cada uno de sus golpes… ¿tal vez los oía también ella? Pero no, I seguía fumando tranquilamente, me contemplaba y echaba la ceniza de su pipa sin la menor consideración sobre mi billete rosa. Le pregunté, esforzándome en mostrar la mayor sangre fría:

— ¿Por qué se ha abonado a mí? ¿Qué motivos tiene para obligarme a acudir a su cuarto?

I-330 aparentaba no escucharme: llenó las copas y tomó un sorbo.

— Un licor excelente. ¿Quiere tomar una copa?

Por fin comprendí que se trataba de alcohol. y como un relámpago recordé cierto suceso de ayer: la mano pétrea del Bienhechor, el rayo cegador, el cuerpo abatido con la cabeza muy echada hacia atrás. Temblé…

— ¿Es que no sabe — la interrogué — que todos los que se envenenan con nicotina, y especialmente con alcohol, serán castigados sin piedad por el Estado único?…

Las oscuras cejas se enarcaron como impulsadas por un resorte y formaron un triángulo burlón:

— Destruir a unos pocos con rapidez es más razonable que brindar a muchos la posibilidad de suicidarse — me respondió — y la degeneración, etc… esto no es más que la pura verdad…

— Sí, la pura verdad…

— Y si a toda esta colección de verdades puras y desnudas, y calvas además, se les dejase salir a la calle… Imagínese por un instante, a mi terco admirador, por ejemplo. Usted ya le conoce; imagínese que fuese capaz de sacudiese de encima toda la mentira de su disfraz engañador, para mostrarse al público con su verdadero ser… ¡Oh!

I-330 reía. Pero se destacaba delator en su rostro el triángulo inferior, tristón. Había dos surcos profundos, amargos, desde la nariz hasta las comisuras de los labios. Y estos surcos me revelaban que él…, el sujeto doblemente encorvado, formando una S, jorobado y con las orejas gachas…, la había abrazado… Él a una mujer tan… tan… como ésta…

Intentaré describir los sentimientos anormales que experimenté en aquel momento. Ahora, al escribir estas líneas, lo veo claro: todo es como ha de ser; también él tiene derecho a la felicidad, el mismo derecho que cualquier otro número decente, y sería injusto por mi parte si…

I estuvo riendo largamente. Era una risa extraña. Luego me miró penetrante:

— De usted no tengo el menor miedo. Su presencia me inspira sosiego. Es usted una persona agradable, simpática… De eso estoy convencida, y sé que no piensa ni remotamente en ir corriendo a ver a los Protectores para denunciar que fumo y bebo licor. Se pondrá enfermo… o hará lo que sea. Y aun hará mucho más… incluso estoy convencida de que beberá conmigo…

¡Qué tono tan irónico, cuánto desparpajo! Ahora volvía a odiarla. Pero ¿por qué otra vez? ¿O, acaso, no la he odiado durante todo el tiempo?

Apuró su copa de un solo sorbo, dio unos pocos pasos… los puntos sonrosados debajo de su vestido brillaron, y se detuvo detrás de mi sillón. De pronto sus brazos se deslizaron por mi cuello, sus labios buscaron los míos… y los encontraron. Juro que todo vino inesperadamente para mí, porque… luego… lo que sucedió yo no lo habría podido querer de ninguna manera… Por lo menos ahora está totalmente claro que nunca habría podido quererlo.

Sentí unos labios insoportablemente dulces (creo que era el sabor del licor) y un sorbo del ardiente veneno penetró en mi boca, luego otro segundo… y otro más. Me pareció caer de la tierra al vacío precipitándome, como un planeta independiente, cada vez más hondo…, más hondo, girando sobre mi propio eje… en una trayectoria imprevisible, incalculable…

Todo lo demás lo puedo describir sólo de una forma aproximada y valiéndome únicamente de analogías más o menos acertadas.

Antes, jamás se me habría ocurrido pensarlo, pero la cosa es realmente así: nosotros, los humanos, andamos por la tierra bordeando siempre el mar de llamas que se oculta en lo más hondo de su seno y en el que nunca pensamos. De pronto experimenté la sensación de que la delgada corteza de debajo de mis pies se había convertido en vidrio transparente, como si de súbito yo fuese un vidente… Me convertí en vidrio. Podía observar mi propio interior.