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— ¿Ha oído hablar de que ahora se puede extirpar quirúrgicamente también la fantasía? — (efectivamente, no hacía mucho que se hablaba de aquel asunto).

— Sí, ya sé. Pero ¿qué tiene que ver esto con nuestro problema?

— Yo, en lugar de usted, iría al médico para hacerme operar.

Puso cara de pocos amigos. Pobrecillo, incluso la menor insinuación de que pudiera tener una fantasía más o menos viva le ofendía gravemente. Tal vez una semana atrás yo también me habría sentido ofendido, pero ahora la cosa es distinta, pues sé que tengo fantasía y que estoy soñando. Y sé también que no quiero curarme.

No siento deseos de quedar curado.

Bajamos por la escalera hacia el Integral. El dique se extendía a nuestros pies como si se nos ofreciese en la palma de una mano.

Mi querido lector desconocido, sea usted quien sea, también para usted sale el sol. Si alguna vez estuvo enfermo tal como lo estoy ahora, entonces sabrá lo que es el sol matutino y lo que puede significar. Usted conocerá ese oro sonrosado y cálido. Hasta el aire parece haber tomado su calor, todo queda impregnado de esta cálida sangre solar, todo palpita y respira. Las piedras son blandas y animadas, el hierro vive y arde, y los hombres se sienten colmados de alegría y de vida.

Tal vez dentro de una hora ya nada quede de todo esto, pero aún subsiste.

También en el cuerpo cristalino del Integral vibraba algo; el Integral debía de estar pensando en su porvenir grandioso y temible, en la pesada carga de la dicha segura de que tiene que llevar hacia usted, querido desconocido. La vida que quizás está buscando eternamente y jamás encuentra. Pero esta vez la encontrará y será dichoso. Usted tiene el deber de ser feliz. Ya no tendrá que esperar mucho tiempo, pues el casco del Integral está casi terminado: es un elipsoide gracioso, construido con nuestro vidrio tan duradero como el oro y tan dúctil como el acero.

Observé cómo los travesaños y los aros quedaban soldados a aquel tronco cristalino y cómo en la popa se montaba el depósito para el gigantesco motor-cohete.

Cada tres segundos una explosión, cada tres segundos el Integral vomitará llamas y gases al cosmos y se precipitará inevitablemente hacia adelante: será el Tamerlán fogoso de la dicha…

Miré hacia abajo, hacia las gradas. Siguiendo la ley de Taylor, rítmicos y rápidos, al mismo tiempo y al igual que las palancas de una enorme máquina, los hombres se doblan, se enderezan de nuevo y giran. En sus manos brillaban unas varas delgadas angulares, los travesaños y los recodos. Grandes grúas de cristal se deslizaban pausadamente por railes de vidrio, giraban sobre sí mismas y se inclinaban con la misma obediencia que los hombres para dejar por fin su carga en la panza del Integral. Y estas grúas humanizadas y estos hombres perfectos eran como un solo ser. ¡Qué belleza tan emocionante, tan perfecta, cuánta armonía y ritmo!… ¡Rápido, bajemos rápido, todo me invita a estar con ellos!

Trabajé junto a los demás, preso en el mismo ritmo cristalino, el mismo ritmo de acero… Movimientos uniformes, mejillas sonrosadas y sanas, unos ojos claros como espejos y unas frentes libres de las nubes que surgen por culpa de la ilusión y la imaginación. Me sentía nadar en un mar plateado.

De pronto alguien me dijo:

— ¿Se encuentra hoy mejor?

— ¿Por qué mejor?

— Porque ayer no vino. Pensamos que se encontrarla bastante mal. — Sus ojos estaban radiantes y en su sonrisa se reflejaba una ingenuidad infantil.

Las mejillas se me colorearon, no me sentía capaz de engañar a estos ojos. Guardé silencio…

En el ojo de buey, encima de mi cabeza, apareció un rostro sonriente, blanco como la porcelana.

— ¡Eh, D-503, por favor! ¿Querrá subir un momento? Estamos construyendo precisamente…

Ya no oí lo que siguió; escapé precipitadamente escaleras arriba, y me salvé indignamente gracias a esta evasión. No tuve ni siquiera la fuerza necesaria para alzar la vista: los escalones de cristal parecían tambalearse bajo mis pies y a cada nuevo peldaño mi situación se tornaba más desesperante: un delincuente contaminado como yo nada debía hacer aquí. Ya nunca más podré identificarme con este ritmo exacto, mecánico, ni jamás nadar en este mar brillante y tranquilo. Habré de quemarme eternamente, correr sin descanso de un lado para otro, en busca de un rincón en donde ocultar la luz de mis ojos… Eternamente, hasta que encuentre la suficiente energía para presentarme y…

Un escalofrío asesino me azotaba. No sólo se trataba de mí, sino que también debía pensar en ella, en I. ¿Qué le sucedería entonces a ella?

A través del portalón salí a cubierta y me detuve. No sabía por qué había subido hasta aquí. Alcé la vista. Encima de mi cabeza ardía un sol de mediodía turbio y mortecino, y a mis pies estaba el Integral, gris, rígido y sin vida. La sangre roja que había vitalizado a este cuerpo gigantesco, parecía haberse escapado, y reconocí que mi fantasía me había jugado una mala pasada; que todo era igual que antes.

— ¡Eh, D-503! ¿Es que está sordo? No hago más que llamarle… ¿Pero qué le pasa? — inquirió el segundo constructor casi a mi lado. Debía de hacer rato que me llamaba y, sin embargo, no lo había oído. ¿Qué me pasa realmente? He perdido el timón, y el avión sigue precipitándose en el vacío; sigue volando, pero yo he perdido la dirección y no sé si me estrellaré contra la tierra o si me remontaré por los aires, cada vez más arriba, hacia el sol en llamas…

Anotación número 16.

SÍNTESIS: Amarillo. Mi sombra. El alma, una enfermedad incurable.

Durante largos días no he escrito ni una sola línea. no sé cuántos han transcurrido, pues todos son como un solo día, todos tienen el mismo color, amarillo, como arena calcinada y reseca, arena ardiente. En ninguna parte hay sombras y por ningún lugar hallo una gota de agua, y yo camino sin fin por esta arena amarilla. Ya no puedo vivir sin ella, pero ella, en cambio…

Desde aquel día en que desapareció de forma tan misteriosa en la Casa Antigua, solamente la encontré una vez durante el paseo. Se cruzó conmigo con paso rápido y dio vida a mi mundo amarillo y desolado, solamente por unos instantes. Brazo con brazo y apoyándose en su hombro, vi al jorobado S, al doctor fino como un papel y a otro número masculino. Recuerdo tan sólo sus dedos, que eran extrañamente blancos, largos Y delgados y salían de su uniforme como un haz de luz. I alzó la mano: la agitó saludándome. Luego se volvió hacia el hombre de los largos dedos y oí claramente la palabra Integral. Los cuatro se miraron. Desaparecieron en el horizonte grisáceo y yo volví a caminar por mi sendero arenoso, amarillo y reseco.

Al atardecer del mismo día, ella tenía un billete rosa para mí. Me hallaba delante del numerador suplicando fervientemente, con cariño y con odio, que se cerrase la portezuela, para que yo pudiera ver al número I-330 en el área blanca. Una puerta se cerró de golpe; unas mujeres esbeltas, morenas y de alta estatura salieron del ascensor, y en todas las habitaciones de alrededor fueron corriéndose los cortinajes. Pero ella no había comparecido.

Y en este mismo instante, justamente a las 22 horas, en que llevo estas palabras al papel, tal vez se recline con los ojos cerrados contra el hombro de otro y le pregunte al igual que me preguntó a mí: «¿Te gusta esto?» ¿Quién será él? ¿Quién?… ¿Será aquel de los dedos largos y esbeltos o será en cambio R, con sus abultados labios de negro?… ¿O quizás, incluso, S?

¡S! ¿Por qué oiré durante estos últimos días a mi espalda constantemente sus pasos rastreros que suenan a chapoteo, como si anduviese por un charco? ¿Por qué me habrá seguido como una sombra? Delante de mí, a mis espaldas, a mi lado, en todas partes aparecía su sombra azul grisácea, enjuta y doblada. Los peatones andaban y traspasaban esta sombra, la pisaban y, sin embargo, ella seguía impasible, no se apartaba de mi lado, como si anduviera junto a mí, inseparable, unida a mí por un cordón umbilical. Tal vez I entre en esta combinación indescifrable, no lo sé.