¡Qué extraño!, mi memoria es como una hoja en blanco, vacía; ya no sé cómo fue el decidirme a ir a verle, a Él, ni cuándo le estuve esperando (sólo recuerdo que hube de esperar). No recuerdo ni un solo ruido, ningún rostro, ni tampoco gesto alguno; no he podido retenerlos en la memoria. Fue como si todas las relaciones entre el mundo y mi persona quedaran totalmente cortadas.
Recuperé la conciencia, únicamente, al encontrarme cara a cara con Él. Sentí un miedo cerval al alzar la vista, que tenía clavada en las enormes manos que descansaban en sus rodillas. Estas manos amenazaban aplastarle, y las piernas parecían ceder lentamente bajo su peso.
Movía pausadamente los dedos. Su rostro estaba muy alto, en algún lugar indeterminado, como envuelto por una nebulosa, pero quizás era sólo que su voz trascendía hasta mí como viniendo de las alturas, y solamente por esta razón, por lo distante, ésta sonaba no como un trueno, turbándome los sentidos, sino como una simple voz humana, corriente y nada extraña.
— ¿De modo que también usted? ¿Usted, el constructor del Integral? ¡Usted el que era llamado a ser un gran conquistador, que a e iniciar una poca nueva y esplendorosa en la Historia del Estado único!... ¡Usted!
El rostro se me encendió... ¡y otra vez me encontré ante una página en blanco! Sentí el martilleo de mi sangre en las sienes y el tronar de la voz en las alturas, pero no capté el sentido de ni una sola de sus palabras. Cuando calló, volví a recuperar mi conciencia y vi que la mano de delante de mis ojos se movía. Como si pesara una tonelada, se me acercaba más y más, y un dedo se alzó para señalar mi pecho:
— Bien, ¿por qué calla?, ¿es que soy un verdugo? ¿Sí... o no?
— Sí — respondí en tono humilde. Ahora comprendía cada una de sus palabras.
— ¿Es que supone que temo esa palabra? ¿Ha intentado alguna vez romper el caparazón para descubrir lo que se oculta en el interior de los hechos? Se lo diré: una colina azulada una cruz y delante una multitud. ¿Se acuerda? Las víctimas salpicadas de sangre gimen por el cuerpo clavado en la cruz, los otros, anegados en lágrimas, lo contemplan. ¿No cree también que el papel de los superiores es el más difícil e importante? Pues sin ellos, ¿cómo habría podido consumarse la solemne tragedia? Fueron repudiados por la multitud oscura y anónima y, por esta razón el autor de la tragedia, es decir, aquel dios, había de premiarlos tanto más por ello. El piadoso dios de los cristianos, que hace quemar a todos los herejes en las llamas del infierno, ¿acaso no es un verdugo?
»¿No cree que el número de los cristianos que han sido quemados en la hoguera es mucho más reducido que el de los cristianos que se queman en el infierno? Y sin embargo, escúcheme bien, y, sin embargo, ¿no se ha ensalzado a este dios, el amor de este gran dios durante siglos?
»Pero aquí en el Estado único no, al contrario, aquí se trata del testimonio trazado con la sangre del inestimable raciocinio del hombre. Incluso antes, durante el cristianismo, siendo todavía salvaje, el hombre ya comprendía que el verdadero amor al prójimo es inhumano y la mayor característica de la verdad es su crueldad. Así como la característica del fuego es la circunstancia de que queme. ¿Puede mencionarme un fuego que no queme? Pues nómbrelo; ande, contradígame, diga algo.
¿Cómo iba yo a contradecirle? Lo que exteriorizaba Él, eran mis propias ideas; sólo que yo jamás las había llegado a comprender, ni había sabido envolverlas en una coraza tan firme, fuerte y brillante. Callé...
— Si su silencio significa que me da la razón, entonces hablemos amigablemente, como dos personas maduras, cuando los niños ya se han ido a la cama. Y tengo que preguntarle: ¿Por qué causa los hombres, desde la misma cuna, han rezado siempre? ¿Por qué han soñado y por qué se han torturado siempre? ¿Solamente para que uno definiese, uno de todos ellos, y para siempre, lo que es la felicidad y los atase a golpes de maza a esta felicidad?
»¿Acaso no es precisamente esto lo que hacemos? El hermoso sueño del Paraíso... ¿lo conoce? En el Paraíso, los hombres ya nada desean, ya nada anhelan, allí ya no conocen la compasión ni el amor, allí solamente existen almas dichosas, a las que se les ha extirpado la fantasía con una operación (pues de lo contrario no serían felices): ángel, siervo del Señor...
»Y en el instante en que traducimos a la realidad este sueño, en el instante en que podemos hacerlo real — aquí apretó los puños como si quisiera exprimir una piedra —, cuando ya solamente nos hace falta destripar la presa y repartir el botín... viene usted... usted..., y...
Aquel tronar metálico se apaga repentinamente. Me siento como una barra candente bajo los golpes de un martillo... De pronto me pregunta a boca de jarro:
— ¿Qué edad tiene usted?
— Treinta y dos.
— ¡Vaya, treinta y dos y es dos veces más ingenuo que un muchacho de dieciséis! ¿Jamás se le ha ocurrido pensar que estas gentes... (aún no sabemos sus nombres, pero estoy seguro de que lo sabremos por usted), que estas gentes solamente le necesitan a usted, porque es el constructor del Integral, solamente porque gracias a usted?...
— ¡No, no!... — grité...
...exactamente igual a uno que con las manos quisiera protegerse contra la bala de un fusil, esgrimiendo un «no», como si fuera un escudo, cuando el proyectil ya ha causado su impacto, y se revuelve herido en el suelo.
¡Sí! Al que necesitaban era al constructor del Integral... Veo el rostro iracundo de U en mi imaginación, cuando, aquella mañana, con las agallas encendidas al rojo, está con ella en mi cuarto... Con ella, con I... Mi risa es como una explosión violenta y ruidosa, mientras alzo la vista. Y delante de mí veo por vez primera a un individuo con la calva de un Sócrates, y en la calva hay pequeñas gotas de sudor.
¡Cuan simple, cuán banal y ridículo es todo!
Reventado casi de risa, me tapo la boca con la mano y salgo corriendo.
Escalones, viento, destellos de luces y rostros. «Tengo que verla, aunque sea por última vez, una sola vez, pero he de verla», voy pensando. Y ahora ha de seguir otra página en blanco. Solamente recuerdo cierto detalle: pies, no hombres ni individuos, sino pies, simplemente miles de pies por el adoquinado, una espesa lluvia de pies. Una canción salvaje y atrevida y una llamada, un grito que probablemente es para mí:
— ¡Eh, eh, aquí!... ¡Venga con nosotros!
Veo una plaza desierta y en el centro una masa oscura, amenazadora: la máquina del Protector. Ésta me suscita una imagen terrorífica: una almohada terriblemente nítida, una cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados y una hilera de blancos dientes... Todo esto se relaciona con la máquina de un modo fantasmagórico e inquietante... ¡Lo sé, pero no quiero reconocerlo, no quiero pronunciarlo a viva voz... no puedo!
Cierro los ojos y acabo por sentarme en los escalones que conducen a la máquina. Creo que llueve, pues de pronto mi rostro está bañado de humedad... totalmente húmeda. A gran distancia se oyen unos gritos sordos. Pero nadie, oye mis gritos: «¡Salvadme, salvadme!»
Si tuviera madre, como nuestros antepasados tenían..., para ella yo no sería el constructor del Integral, ni el número D-503, ni una molécula del Estado único, sino simplemente una persona, una parte de su propio ser..., una parte de su yo; una mísera piedra, herida, repudiada... pero ella me escucharía y me consolaría...
Anotación número 37.
Por la mañana, a la hora del desayuno. Mi vecino me susurró asustado al oído:
— ¡Coma, coma, le están vigilando!
Sonreí haciendo de tripas corazón, pero tenía la sensación de tener partido el rostro en dos mitades. Y el abismo entre ambas mitades se profundizaba cada vez más: el dolor era insoportable.