A Escobar no le gustó ni una línea. Tan pronto como la leyó en la prensa el 11 de octubre, le mandó a Guido Parra una respuesta furibunda para que la hiciera circular en los salones de Bogotá. «La carta de los Notables es casi cínica -decía-. Que soltemos a los rehenes pronto porque el gobierno se demora para estudiar lo de nosotros. ¿Será que están creyendo que nos vamos a dejar engañar otra vez?» La posición de los Extraditables, decía, era la misma de la primera carta. «No tenía por qué cambiar, ya que no hemos obtenido respuestas positivas a las solicitudes de la primera misiva. Esto es un negocio y no un juego para saber quién es más vivo y quién es más bobo».
La verdad era que ya para esa fecha Escobar estaba varios años luz adelante de los Notables. Su pretensión de entonces era que el gobierno le asignara un territorio propio y seguro -un campamento cárcel, como él decía- igual al que tuvo el M-19 mientras se terminaban los trámites de la entrega. Hacía más de una semana que había mandado a Guido Parra una carta detallada sobre la cárcel especial que quería para él. Decía que el lugar perfecto, a doce kilómetros de Medellín, era una finca de su propiedad que estaba a nombre de un testaferro y que el municipio de Envigado podía tomar en arriendo para acondicionarla como cárcel. «Como esto requiere gastos, los Extraditables pagarían una pensión de acuerdo a los costos», decía más adelante. Y terminaba con una parrafada despampanante: «Te estoy diciendo todo esto porque deseo que hables con el alcalde de Envigado y le digas que vas de mi parte y le explicas la idea. Pero yo quiero que hables con él para que saque una carta pública al ministro de Justicia diciéndole que él piensa que los Extraditables no se han acogido al 2047 porque temen por su seguridad, y que el municipio de Envigado, como contribución a la paz del pueblo de Colombia, está capacitado para organizar una cárcel especial que brinde protección y seguridad a la vida de quienes se entreguen. Háblales de frente y con claridad para que hablen con Gaviria y le propongan el campamento». El propósito declarado en la carta era obligar al ministro de Justicia a responder en público. «Yo sé que eso será una bomba», decía la carta de Escobar. Y terminaba con la mayor frescura: «Con esto los vamos llevando a lo que queremos». Sin embargo, el ministro rechazó la oferta en los términos en que estaba planteada, y Escobar se vio obligado a bajar el tono con otra carta en fe cual, por primera vez, ofrecía más de lo que exigía. A cambio del campamento cárcel prometía resolver los conflictos entre los distintos carteles, bandas y pandillas, asegurar la entrega de más de un centenar de traficantes conversos, y abrir por fin una trocha definitiva para la paz. «No estamos pidiendo ni indulto, ni diálogo ni nada de lo que ellos dicen que no pueden dar», decía. Era una oferta simple de rendición, «mientras todo el mundo en este país está pidiendo diálogo y trato político». Inclusive, menospreció hasta lo que le era más caro: «Yo no tengo problemas de extradición, pues sé que si me llegan a agarrar vivo me matan, como lo han hecho con todos».
Su táctica de entonces era cobrar con favores enormes el correo de los secuestrados. «Dile al señor Santos -decía en otra carta- que si quiere pruebas de supervivencia de Francisco, que publique primero el informe de America's Watch, una entrevista con Juan Méndez, su director, y un informe sobre las masacres, las torturas y las desapariciones en Medellín». Pero ya para esas fechas Hernando Santos había aprendido a manejar la situación. Se daba cuenta de que aquel ir y venir de propuestas y contrapropuestas estaban causándole a él un gran desgaste, pero también a sus adversarios. Entre ellos, Guido Parra, que a fines de octubre estaba en un estado de nervios difícil de resistir. Su respuesta a Escobar fue que no publicaría ni una línea de nada ni volvería a recibir a su emisario mientras no tuviera una prueba terminante de que su hijo estaba vivo. Alonso López Michelsen lo respaldó con la amenaza de renunciar a los Notables.
Fue efectivo. Al cabo de dos semanas Guido Parra le habló a Hernando Santos de alguna fonda de arrieros. «Llego por carretera con mi mujer, y estaré en su casa a las once -le dijo-. Le llevo el postre más delicioso, y usted no tiene idea lo que he gozado y lo que va a gozar usted». Hernando se disparó pensando que le llevaba a Francisco. Pero era sólo su voz grabada en una minicasete. Necesitaron más de dos horas para oírla, porque no tenían el magnetófono apropiado, hasta que alguien descubrió que podían escucharlo en el contestador automático del teléfono.
Pacho Santos hubiera podido ser bueno para muchos oficios, menos para maestro de dicción. Quiere hablar a la misma velocidad de su pensamiento, y sus ideas son atropelladas y simultáneas. La sorpresa de aquella noche fue por lo contrario. Habló despacio, con voz impostada y una construcción perfecta. En realidad eran los dos mensajes -uno para la familia y otro para el presidente- que había grabado la semana anterior.
La astucia de los secuestradores de que Pacho grabara los titulares del periódico como prueba de la fecha de grabación fue un error que Escobar no debió perdonarles. Al redactor judicial de El Tiempo, Luis Cañón, fe dio en cambio la oportunidad de lucirse con un golpe de gran periodismo.
_Lo tienen en Bogotá -dijo.
En efecto, la edición que Pacho había leído tenía un titular de última hora que sólo había entrado en la edición local, cuya circulación estaba limitada al norte de la ciudad. El dato era de oro en polvo, y habría sido decisivo si Hernando Santos no hubiera sido contrario a un rescate armado.
Fue un instante de resurrección para él, sobre todo porque el contenido del mensaje le dio la certidumbre de que el hijo cautivo aprobaba su comportamiento en el manejo del secuestro. Además, en la familia se había tenido siempre la impresión de que Pacho era el más vulnerable de los hermanos por su temperamento fogoso y su ánimo inestable, y nadie podía imaginarse que estuviera en su sano juicio y con tanto dominio de sí mismo al cabo de sesenta días de cautiverio.
Hernando convocó a toda la familia en su casa y les hizo escuchar el mensaje hasta el cansancio. Bailaron a pierna suelta, hablaron a gritos para oírse los unos a los otros por encima del estruendo de la música, aplaudieron la luz del amanecer. Sólo Guido sucumbió en sus tormentos. Lloró. Hernando se le acercó a animarlo, y en el sudor de su camisa empapada reconoció el olor del pánico.
– Acuérdate que a mí no me va a matar la policía -le dijo Guido Parra a través de las lágrimas-. Me matará Pablo Escobar, porque ya sé demasiado.
María Victoria no se conmovió. Le parecía que Parra jugaba con los sentimientos de Hernando, que explotaba su debilidad y le concedía algo por un lado para sacarle más por el otro. Guido Parra debió percibirlo en algún momento de la noche, porque le dijo a Hernando: «Esa mujer es como un témpano».
En ese punto estaban las cosas el 7 de noviembre, cuando secuestraron a Maruja y a Beatriz. Los Notables se quedaron sin piso. El 22 de noviembre -tal como lo había anunciado- Diego Montaña Cuéllar planteó a sus compañeros de fórmula la liquidación del grupo, y éstos entregaron al presidente, en sesión solemne, sus conclusiones sobre las peticiones de fondo de los Extraditables.