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Pero también los enemigos de Escobar se atravesaron en sus propósitos. Ése fue el origen de un llamado narcovídeo, que causó un escándalo tan ruidoso como estéril. Se suponía filmado con una cámara oculta en el cuarto de un hotel, en el momento en que un miembro de la Asamblea Constituyente recibía dinero en efectivo de un supuesto abogado de Escobar. El constituyente había sido elegido en las listas del M-19, pertenecía en realidad al grupo de paramilitares al servicio del cartel de Cali en su guerra contra el cartel de Medellín, y su crédito no alcanzó para convencer a nadie. Meses después, un jefe de milicias privadas que se desmovilizó ante la justicia contó que su gente había hecho aquella burda telenovela para usarla como prueba de que Escobar estaba sobornando constituyentes y que, por consiguiente, el indulto o la no extradición estarían viciados.

Entre los muchos frentes que trataba de abrir, Escobar intentó negociar la liberación de Pacho Santos a espaldas de Villamizar, cuando las gestiones de éste estaban a punto de culminar. A través de un sacerdote amigo le mandó un mensaje a Hernando Santos a fines de abril, para que se entrevistara con uno de sus abogados en la iglesia de Usaquén. Se trataba -decía el mensaje- de una gestión de suma importancia para la liberación de Pacho. Hernando no sólo conocía al sacerdote, sino que lo consideraba como un santo vivo, de modo que concurrió a la cita solo y puntual a las ocho de la noche del día señalado. En la penumbra de la iglesia, el abogado apenas visible le advirtió que no tenía nada que ver con los carteles, pero que Pablo Escobar había sido el padrino de su carrera y no podía negarle aquel favor. Su misión se limitaba a entregarle dos textos: un informe de Amnistía Internacional contra la policía de Medellín, y el original de una nota con ínfulas de editorial sobre los atropellos del Cuerpo Élite.

– Yo he venido aquí pensando sólo en la vida de su hijo -dijo el abogado-. Si estos artículos se publican mañana, al día siguiente Francisco estará libre.

Hernando leyó el editorial inédito con sentido político. Eran los hechos tantas veces denunciados por Escobar, pero con pormenores espeluznantes imposibles de demostrar. Estaba escrito con seriedad y malicia sutil. El autor, según el abogado, era el mismo Escobar. En todo caso, parecía su estilo.

El documento de Amnistía Internacional estaba ya publicado en otros periódicos y Hernando Santos no tenía inconveniente en repetirlo. En cambio, el editorial era demasiado grave para publicarlo sin pruebas. «Que me las mande y lo publicamos enseguida aun si no sueltan a Pacho», dijo Hernando. No había más que hablar. El abogado, consciente de que su misión había terminado, quiso aprovechar la ocasión para preguntarle a Hernando cuánto le había cobrado Guido Parra por su mediación.

– Ni un centavo -contestó Hernando-. Nunca se habló de plata.

– Dígame la verdad -dijo el abogado-, porque Escobar controla las cuentas, lo controla todo, y le hace falta ese dato.

Hernando repitió la negativa, y la cita terminó con una despedida formal.

Tal vez la única persona convencida por aquellos días de que las cosas estaban a punto de llegar a término fue el astrólogo colombiano Mauricio Puerta -observador atento de la vida nacional a través de las estrellas quien había llegado a conclusiones sorprendentes sobre la carta astral de Pablo Escobar.

Había nacido en Medellín el 1 de diciembre de 1949 a las 11.50 a.m.

Por consiguiente era un Sagitario con ascendente Piscis, y con la peor de las conjunciones:

Marte junto con Saturno en Virgo. Sus tendencias eran: autoritarismo cruel, despotismo, ambición insaciable, rebeldía, turbulencia, insubordinación, anarquía, indisciplina, ataques a la autoridad. Y un desenlace terminante: muerte súbita.

Desde el 30 de marzo de 1991 tenía a Saturno en cinco grados para los tres años siguientes, y sólo le quedaban tres alternativas para definir su destino: el hospital, el cementerio o la cárcel. Una cuarta opción -el convento- no parecía verosímil en su caso. De todos modos la época era más favorable para acordar los términos de una negociación que para cerrar un trato definitivo. Es decir: su mejor opción era la entrega condicionada que le proponía el gobierno.

«Muy inquieto debe estar Escobar para que se interese tanto por su carta astral», dijo un periodista. Pues tan pronto como tuvo noticia de Mauricio Puerta quiso conocer su análisis hasta en sus mínimos detalles. Sin embargo, dos enviados de Escobar no llegaron a su destino, y uno desapareció para siempre. Puerta organizó entonces en Medellín un seminario muy publicitado para ponerse al alcance de Escobar, pero una serie de inconvenientes extraños impidió el encuentro. Puerta los interpretó como un recurso de protección de los astros para que nada interfiriera un destino que era ya inexorable.

También la esposa de Pacho Santos tuvo la revelación sobrenatural de una vidente que había prefigurado la muerte de Diana con una claridad asombrosa, y le había dicho a día con igual seguridad que Pacho estaba vivo. En abril volvió a encontrarla en un sitio público, y le dijo de paso al oído:

– Te felicito. Ya veo la llegada.

Éstos eran los únicos indicios alentadores cuando el padre García Herreros transmitió su mensaje críptico a Pablo Escobar. Cómo llegó a esa determinación providencial, y qué tenía que ver con ella el mar de Coveñas, es algo que aún sigue intrigando al país. Sin embargo, la manera como se le ocurrió es todavía más intrigante. El viernes 12 de abril de 1991 había visitado al doctor Manuel Patarroyo -feliz inventor de la vacuna contra la malaria- para pedirle que instalara en El Minuto de Dios un puesto médico para la detección precoz del SIDA. Lo acompañó -además de un joven sacerdote de su comunidad- un antioqueño de todo el maíz, grande amigo suyo, que lo asesoraba en sus asuntos terrenales. Por decisión propia, este benefactor que ha pedido no ser mencionado con su nombre, no sólo había construido y donado la capilla personal del padre García Herreros sino que tributaba diezmos voluntarios para su obra social. En el automóvil que los llevaba al Instituto de Inmunología del doctor Patarroyo, sintió una especie de inspiración apremiante.

– Óigame una cosa, padre -le dijo-. ¿Por qué no se mete usted en esa vaina para ayudar a que Pablo Escobar se entregue?

Lo dijo sin preámbulos y sin ningún motivo consciente. «Fue un mensaje de allá arriba», contaría después, como se refiere siempre a Dios, con un respeto de siervo y una confianza de compadre. El sacerdote lo recibió como un flechazo en el corazón. Se puso lívido. El doctor Patarroyo, que no lo conocía, se sintió impresionado por la energía que irradiaban sus ojos y su sentido del negocio, pero su acompañante lo vio distinto. «El padre estaba como flotando -ha dicho-. Durante la visita no pensó en nada más que en lo que yo le había dicho, y a la salida lo vi tan acelerado que me asusté». Así que se lo llevó a descansar el fin de semana en una casa de vacaciones en Coveñas, un balneario popular del Caribe donde recalan miles de turistas y termina un oleoducto con doscientos cincuenta mil barriles diarios de petróleo crudo.

El padre no tuvo un instante de sosiego. Apenas si dormía, se levantaba en mitad de las comidas, hacía largas caminatas por la playa a cualquier hora del día o de la noche. «Oh, mar de Coveñas -gritaba contra el fragor de las olas-. ¿Podré hacerlo? ¿Deberé hacerlo? Tú que todo lo sabes: ¿no moriremos en el intento?» Al cabo de las caminatas atormentadas entraba en la casa con un dominio pleno de su ánimo, como si hubiera recibido de veras las respuestas del mar, y discutía con su anfitrión hasta los mínimos detalles del proyecto. El martes, cuando regresaron a Bogotá, tenía una visión de conjunto que le devolvió la serenidad. El miércoles reinició la rutina: se levantó a las seis, se duchó, se puso el vestido negro con el cuello clerical y encima la ruana blanca infaltable, y puso al día los asuntos atrasados con la ayuda de Paulina Garzón, su secretaria indispensable durante media vida. Esa noche hizo el programa sobre un tema distinto que no tenía nada que ver con la obsesión que lo embargaba. El jueves en la mañana, tal como se lo había prometido, el doctor Patarroyo le hizo llegar una respuesta optimista a su solicitud. El padre no almorzó. A las siete menos diez minutos llegó a los estudios de Inravisión, de donde se transmitía su programa, e improvisó frente a las cámaras el mensaje directo a Escobar. Fueron sesenta segundos que cambiaron la poca vida que le quedaba. De regreso a casa lo recibieron con un canasto de mensajes telefónicos de todo el país, y una avalancha de periodistas que a partir de aquella noche no iban a perderlo de vista hasta que cumpliera su propósito de llevar de la mano a Pablo Escobar hasta la cárcel.